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Los engaños inocentes (y no tan inocentes) de la economía actual

Todo el libro de Galbraith está enfocado a dejar una cosa clara: el papel dominante de la corporación y la dirección empresarial en la economía moderna

Julio Arrieta

Viernes, 29 de abril 2016, 14:45

Es curioso que un libro consagrado a exponer el engaño arranque con una pequeña mentira. John Kenneth Galbraith (1908-2006) se refiere a su propio texto como un «largo ensayo», cuando apenas supera el centenar de páginas y se lee en poco más de una hora. 'La economía del fraude inocente', que desde su aparición en 2004 ha sido reeditado en varias ocasiones, es un breve librito que el gran economista norteamericano escribió dos años antes de morir. Quizá por ello tiene cierto tono de testamento filosófico, y bastante fatalista, aunque Galbraith asegura que el libro «no es un ejercicio totalmente solemne» y es posible hallar en él «cierto placer en identificar la creencia interesada y el disparate calculado».

El objetivo del libro, escribe Galbraith, es explicar cómo la economía «y los grandes sistemas económicos y políticos cultivan su propia versión de la verdad de acuerdo con las presiones pecuniarias y las modas políticas de la época, y de los problemas que plantea el hecho de que esa versión no tenga necesariamente relación con lo que ocurre en la realidad». Estas verdades maquilladas, falsos conceptos o mentiras puras y duras, han sido a menudo elaboradas sin malicia, no han sido deliberadas. Por ello son 'inocentes'. Galbraith se refiere así a conceptos como «la creencia en una economía de mercado en la que el consumidor es soberano», uno de los «mayores fraudes de nuestra época»; o la falacia que supone «medir el progreso social casi exclusivamente por el aumento del PIB, esto es, por el volumen de la producción influida por el productor».

Todo el libro está enfocado a dejar una cosa clara: «El papel dominante de la corporación y la dirección empresarial en la economía moderna». He aquí «el hecho fundamental del siglo XXI: un sistema corporativo basado en un poder ilimitado para el autoenriquecimiento». No parece un buen panorama. Por ello considera necesario «vigilar la conducta de las empresas por más respetables que estas sean, y también la de prestar especial atención a las recompensas que la dirección corporativa se concede a sí misma. Esto es algo que beneficiará al público en general y al propio mundo corporativo».

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