Primoz Roglic cierra las puertas de la catedral a Alex Aranburu

Desde el alto del Castillo a la meta, donde a los demás se les escapaba el tiempo entre curva y curva, Aranburu encontró el hilo que le condujo directo a la meta y a punto estuvo de darle una victoria impactante. Solo lo evitó la aparición postrera del campeón olímpico de la especialidad y aspirante a su tercer triunfo seguido en la Vuelta a España, Primoz Roglic (Jumbo), que no tiene alma de artista, sigue la ortodoxia más inflexible, pero vuela.

Quizá Burgos exigía un ganador clásico. Por seis segundos, lo tuvo. Quizá no sea una ciudad para los sobresaltos. Tan incoherentes son las tres puertas de la catedral, chirrían tanto con la maravilla inconmensurable que se eleva sobre ellas, que ayer abrieron la del centro, la mayor, y no se veía justo cuando enfocaban todas las televisiones del mundo. Delante estaba la rampa de salida. Tras los corredores, en lugar de la puerta, un hueco negro que invitaba a adentrarse en los misterios del monumento.

Burgos ha acogido la salida de la Vuelta para celebrar el octavo centenario del templo. El obispo pensó que sería una buena ocasión para reparar el desatino de la reforma de 1790, cuando se colocaron los tres pórticos actuales. Y le encargó el diseño al pintor Antonio López, que proyectó unas puertas de bronce con imágenes hiperrealistas de la Virgen María, el rostro de Dios y el Niño Jesús. Por supuesto, al conocerse los bocetos se montó un escándalo y no se instalaron. Siguen las viejas.

Allí, a su sombra, esperó Aranburu una hora y cuarenta minutos con el mejor tiempo. Nada en comparación con los catorce años que los apóstoles de Oteiza estuvieron durmiendo el sueño geológico en las cunetas de la subida a Arantzazu.

A las siete y cuarto de la tarde el ezkiotarra puso la firma a su obra y se sentó. Caía un sol de justicia, castellano viejo. A Aranburu le pasó algo parecido a lo que sufrió Pello Ruiz Cabestany en el prólogo de 1984, superado a última hora por Francesco Moser por nueve segundos. El donostiarra, al menos, solo tuvo diez minutos de incertidumbre en una meta de Jerez de la Frontera que ya estaba medio desmontada cuando iban llegando los mejores, porque después había procesión. Era cuando la Vuelta se corría en abril y España, un país muy diferente. A diferencia de Aranburu, Cabestany era neoprofesional.

A las 20.55 llegó Roglic y puso las cosas en su sitio, lo que debió de gustar en una ciudad de orden como Burgos. El esloveno es sobrio. Acaba de ganar el oro olímpico contrarreloj y apenas nada en su indumentaria lo hacía saber. Apenas un toque dorado en el casco y en el cuadro de la bici. Lo importante no es lucir, es ir rápido. El ganador de las dos últimas Vueltas a España se exprimió para superar en seis segundos a un Aranburu que se lo esperaba pero que, inevitablemente, soñó con dar la campanada.

A los 25 años, rozó un segundo triunfo esta temporada, tras la etapa de la Itzulia que ganó en Sestao. Cumple su segunda campaña en el World Tour y se ha convertido en un ciclista cotizado que el año que viene correrá en el Movistar y, antes, al término de la Vuelta, asumirá el liderato en el Mundial de Flandes. Corredor de grandes condiciones para el remate, ha decidido enfocar su carrera a ese tipo de ciclismo, elección que le está dando la razón.

Tuvo que venir Roglic para superarle y de paso, dar un primer zarpazo a sus rivales. El mejor parado fue Alexandr Vlasov (Astana), a 14 segundos. Después se clasificaron Mas (Movistar) a 18, Adam Yates (Ineos) a 20, Miguel Ángel López (Movistar) a 21, Carapaz (Ineos) a 25, Bernal (Ineos) a 27, Carthy (EF) a 33 y Mikel Landa (Bahrain) a 39, con lo que queda establecido el dibujo de la carrera. Solo faltó la última pincelada de Aranburu.