El último fiestón
Carlos de Béistegui, un multimillonario que descendía de una familia de Arrasate, ofreció hace 70 años en su palacio de Venecia un baile de disfraces que hizo historia
Se hacía llamar Charles, se codeaba desde niño con los dueños del mundo y había heredado una generosa fortuna que le permitió adquirir palacios en ... Venecia y Versalles, además de una colección de arte digna de un monarca de la antigüedad. Carlos de Béistegui y de Yturbe (París, 1895-Biarritz, 1970) encarna como pocos el arquetipo del multimillonario extravagante que se desenvolvía como un pez en las aguas de la alta sociedad internacional. Descendiente de una familia originaria de Mondragón que acumuló un extraordinario patrimonio en México, vivió a caballo entre Francia, Italia y Gran Bretaña y saltó a la fama después de haber organizado en septiembre de 1951 en su palacio de Venecia la que se considera la mayor fiesta del siglo pasado, Le Bal Oriental, un baile de máscaras que congregó al 'Gotha' de la época.
El escenario de la fiesta, de la que se cumplen este mes 70 años, fue el 'Palazzo Labia', un suntuoso edificio barroco a pie del Gran Canal que Béistegui había restaurado y decorado a conciencia después de haberlo adquirido tres años antes por medio millón de dólares. En sus salas principales lucía un conjunto de frescos de Tiépolo –'El banquete de Cleopatra'– que se convirtieron en la fuente de inspiración de la gala. El anfitrión, un consumado esteta al que no se le conoció a lo largo de su vida otra ocupación más allá de comprar y decorar mansiones, pidió a todos sus invitados que acudiesen a la cita luciendo disfraces similares a los atuendos que aparecían en la pintura.
La flor y la nata de la alta sociedad se aprestó a participar en lo que para Javier González de Durana, profesor de Historia y exdirector del Museo Balenciaga, fue el canto de cisne de una época. «En Le Bal Oriental se cruzan dos corrientes porque por un lado representa la última gran celebración de la aristocracia europea, el canto de cisne de una 'grandeur' que se remonta a la época de la corte de Versalles, y por el otro es también una válvula de escape, una forma de festejar el fin del periodo de las grandes guerras», reflexiona.
La fiesta congregó a un listado de personalidades que iban del Agha Khan a Orson Welles o Salvador Dalí pasando por todos los grandes apellidos de las finanzas americanas y de la vieja aristocracia europea. Excusaron su asistencia los duques de Windsor y Winston Churchill, pero más allá de esas excepciones se puede decir que todo aquel que pintaba algo en la alta sociedad de la época secundó la llamada de 'Charlie' Béistegui.
Atasco de Rolls Royce
En una Europa empobrecida que se relamía aún de las heridas de la II Guerra Mundial, la gala levantó no pocas ampollas. En vísperas de la fiesta, las noticias sobre la larga procesión de Rolls Royce repletos de invitados que habían colapsado el paso alpino de Simplón, ruta entonces obligada entre París y Venecia, alimentaron la expectación entre los vecinos de la ciudad de los canales. El alcalde, por entonces comunista, coincidió por una vez con los curas que predicaban desde los púlpitos de todas las iglesias de la ciudad contra semejante exhibición de derroche, aunque Béistegui le hizo cambiar de parecer al financiar un gran festival con orquesta y fuegos artificiales abierto a todos los venecianos. El día de la gala, el 3 de septiembre, los habitantes de la antigua ciudad del Dux asistieron atónitos al despliegue de las más de 400 góndolas que recorrieron engalanadas para la ocasión el Gran Canal para depositar a los invitados a los pies del Palacio Labia.
En lo más alto de la escalera de mármol que daba acceso al edificio eran recibidos por el anfitrión, que lucía un suntuoso disfraz de procurador de Venecia ayudado por unas calzas que elevaban su estatura. En una grada habilitada en la orilla contraria cientos de periodistas cubrían el desfile ataviados con vestimentas de época en un anticipo de lo que ahora se conocería como un 'photo-call'.
Los espectaculares disfraces de los más de mil invitados, diseñados y realizados por modistos como Christian Dior, Pierre Cardin o el mismísimo Cristóbal Balenciaga, convirtieron el palacio de Béstegui en el escenario de una deslumbrante representación que los más viejos de Venecia aún no han olvidado. Le Bal Oriental se ganó así el reconocimiento unánime de toda la prensa internacional, que coincidió a la hora de calificar la gala como la mejor fiesta del siglo XX.
Béistegui mantuvo la propiedad de su palacio veneciano hasta 1960, año en que lo vendió a la RAI después de haber padecido una serie de problemas coronarios. El multimillonario, que también tenía un ático en los Campos Elíseos de París decorado por Le Corbusier, referencia del modernismo arquitectónico, dedicó los últimos años de su vida a perfeccionar la que fue su residencia más duradera, el castillo de Groussay, en Monfort-L'Amaury (Yvelines), cerca de Versalles, al que añadió un teatro para 300 espectadores y una biblioteca que sirvió de inspiración a la que se ve en la película 'My Fair Lady'.
Béistegui, que se había formado en Eton College y que cultivó durante toda su vida una apariencia de distinguido aristócrata británico, ejerció como pocos el papel de dandi excéntrico, culto y derrochador. Falleció en 1970 en Biarritz y su fortuna pasó a manos de su sobrino Juan, que subastó en 1999 en Sotheby's algunas de las piezas de la colección de su tío y recaudó nada menos que 26,6 millones de euros, diez veces más que la estimación inicial. Pero su gran obra maestra, la que ha impedido que su nombre haya caído en el olvido más de medio siglo después de su muerte, fue la fiesta que organizó en Venecia hace 70 años.
Bisnieto de un indiano que hizo fortuna en México
Carlos de Béstegui era descendiente de un vecino de Arrasate, Juan Antonio de Béistegui y Arróspide (1778-1865), que marchó a México empujado por la crisis económica que se produjo como resultado de la Guerra de la Convención entre la Francia revolucionaria y la España monárquica. Asentado en Guanajuato, el patrimonio que había acumulado como prestamista y dueño de unos grandes almacenes se multiplicó después del hallazgo de un filón de plata en la mina Real del Monte, cerca de Pachuca, que había comprado a una compañía británica. El arrasatearra nunca se olvidó de su pueblo natal, a cuyas iglesias destinó generosos donativos, tal y como recuerda en un artículo de Arrasate Zientzia Elkartea el investigador José Ángel Barrutiabengoa. El mayor de sus diez hijos, Nicanor, fue agasajado por el Ayuntamiento de Mondragón en pleno cuando en 1858 se acercó a Gipuzkoa en un viaje de negocios. La familia Béistegui tuvo que hacer las maletas y trasladarse a Europa después de que los liberales mexicanos encabezados por Benito Juárez fusilasen en 1867 al emperador Maximiliano. Se establecieron en París, donde en 1895 nacería Carlos de Béistegui, a la sazón bisnieto del indiano que estaba en el origen de su fabulosa fortuna.
Un baile que marcó una época
Le Bal Oriental sigue siendo una referencia en el mundo de la moda siete décadas después de su celebración. La talla de los modistos que confeccionaron buena parte de los disfraces, de Christian Dior a Cristóbal Balenciaga pasando por Nina Ricci o Pierre Cardin, así como el escenario de la gala, un resplandeciente palacio barroco veneciano repleto de obras de arte restaurado a conciencia por el anfitrión, hacen que el baile de Carlos de Béistegui mantenga la vitola de la mejor fiesta del siglo XX. La velada sigue siendo fuente de inspiración para muchos acontecimientos. El Museo Balenciaga de Getaria organizó en los Carnavales de 2012 un baile de disfraces que rendía homenaje a aquella gala veneciana y a su anfitrión de origen guipuzcoano. Más recientemente, en mayo de 2019, la Casa Dior organizó en Venecia otra fiesta inspirada en la de Béistegui con invitados como Monica Bellucci, Tilda Swinton, Sienna Miller o Karlie Kloss. La firma francesa echó la casa por la ventana y presentó incluso un modelo de reloj llamado Grand Bal que encarnaba el no va más de la exclusividad y del que solo se fabricaron 12 unidades, valoradas cada una de ellas en más de 300.000 euros.
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