El último bafle
Su periplo vital, entre el misterio y la aventura, ha conseguido que se acercaran a su exigente obra gentes que de otro modo es probable que de ninguna manera lo hubieran hecho
Ha vuelto al espacio físico que hace 36 años ocupaba Euskadi, pero aquella civilización de 1985 ya se extinguió en su lugar hay otra cosa. ... Ahora mismo, cualquier ciudad vasca tiene más similitudes con Santander o Zaragoza que consigo misma en los años ochenta. Todo ha cambiado, amén de su propia persona.
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Para empezar, se encontrará con Euskadi, que fue Vascongadas, ahora Euskal Herria y hasta amagó con ser Euskal Hiria, aunque en grado de tentativa. También, hoy como ayer, es la Comunidad Autónoma Vasca. Una y trina por lo menos, si se quiere ver así.
Las cabinas telefónicas han tornado en smartphones, las cartas en emails, sus libros se publican también en formato electrónico, las rotondas son terribles, pero ojo con los bidegorris por los que circulan bólidos silenciosos. Y si ha encontrado su pueblo diferente, que espere a visitar Bilbao y vea cómo aquel agujero negro rebosante de encanto se ha convertido en un pabellón de la Bienal de Arquitectura, disponible en varios formatos, también en titanio.
Ya no quedan bafles de Imanol, el cantante antiguotarra que pasó de bardo popular a traidor antes de morir lejos de aquí; de los Kortatu que cantaron su fuga, uno ya murió y otro ha propulsado su carrera por medio mundo, y tras la desaparición del rock radical vasco, la Polla aguarda a que remita la pandemia para continuar su gira de despedida por descomunales recintos multitudinarios. Si habrán cambiado las cosas, que ahora a los políticos sólo les envían sobres con balas desde la ultraderecha.
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También hay anclajes sólidos con vocación de permanencia a los que aferrarse: si por aquel entonces a los vascos les gobernaba un PNV en vísperas de hacerlo junto al PSE, ahora en cambio ya gobierna el PNV junto al PSE. Entre una cosa y otra, lo hicieron los socialistas con apoyo del PP, aunque esto ya se habrá enterado porque en aquel tiempo le galardonó el jurado del Premio Euskadi, en una de esas bromas literarias que años después a hacer lo propio bajo un gobierno nacionalista con su antiguo compañero en Pott Jon Juaristi, ahora en posiciones políticas antagónicas.
A lo largo de 36 años, ha padecido el estigma de «escritor terrorista» y se ha beneficiado del título de «poeta nacional vasco». Su periplo vital, entre el misterio y la aventura, ha conseguido que se acercaran a su exigente obra gentes que de otro modo es probable que de ninguna manera lo hubieran hecho y éste es un fenómeno inevitable, se supone que a celebrar.
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Toca salir de la última muñeca rusa en la que se había convertido el bafle de Martutene. A partir de ahora y de forma progresiva, se difuminará lo épica e irrumpirá lo prosaico, en forma de invitaciones a opinar de todo, a posar con la camiseta de la Euskal Selekzioa, a valorar las decisiones del LABI, a recomendar sus tres títulos favoritos para el Día del Libro o a contar cómo piensa celebrar la Navidad.
En definitiva, es tan diferente el lugar al que vuelve de aquél del que se fue que difícilmente se puede hablar de regreso. No sé si era el capitán Willard de 'Apocalypse Now' el que decía aquello de «mi país ya no existe: lo sé porque he regresado». Lo cual no quiere decir que sea peor, sólo diferente.
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