Los calabozos más íntimos

El teatro de esta inimitable e imprescindible compañía no viene a acompañarnos, tampoco a mostrarnos tal o cual cosa. Menos aún a aleccionar, conducir, seducir o dirigir. Su teatro es el de lo profundo y lo absurdo, el del asombro y la entrega, el de convertirse (no convertirnos) en muñecos que se dejan aplastar por una realidad que, en su caso, nunca lo es del todo. A la Zaranda le definen sus colores apagados, sus 'quejíos', sus palabras que se repiten hasta crear otro idioma, como si pensaran que tampoco es tan importante entender. Lo es dejarse llevar.

En 'Todos los ángeles levantaron el vuelo' continúan creando un teatro arisco, incómodo, divertido incluso desde la visión de quien ya no posee nada y, sin embargo, se resiste a ser vencido del todo. No es un teatro amable, ni busca el aplauso (nunca saludan al finalizar). Prefieren llevarnos a sus calabozos más íntimos, que quizás sean parecidos a los nuestros. Dejan un sabor de tristeza y desesperanza, pero por los rincones circulan palabras y gestos que nos hacen más humanos.