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Las 100.000 hachas de los hermanos Iturbe
Patrimonio. El taller de Ezkio que abasteció durante décadas a los mejores aizkolaris vuelve a la vida después de veinte años gracias a un libro que se publicará el próximo día 29
Casa Matxinea es una sólida construcción de piedra que se levanta a pie de la antigua carretera entre Ormaiztegi y Zumarraga. Hasta ese edificio del ... barrio de Santa Lutzi de Ezkio, en el corazón del Goierri, peregrinaron durante las últimas décadas del siglo pasado los mejores aizkolaris en busca de las hachas que fabricaban los hermanos Iturbe. Eran herramientas sólidas y manejables que se introducían en la madera como el cuchillo en la mantequilla, instrumentos de precisión en los que se condensaban los secretos de fabricación transmitidos de padres a hijos por generaciones de herreros. El antiguo taller de los hermanos Iturbe, que cerró sus puertas hace veinte años, ha vuelto ahora a la vida de la mano de sus descendientes para la elaboración de un libro que verá la luz el próximo día 29. Se trata de 'El hacha de dos cabezas. Iturbe Anaiak, aizkoragileak', con fotografías de Joseba Urretabizkaia y textos de Álvaro Bermejo.
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La palanca de un viejo interruptor de cuchillas activa la corriente eléctrica del taller de los hermanos Iturbe, que ocupa la planta baja de casa Matxinea. La luz se despliega por la estancia y revela un espacio de trabajo detenido en el tiempo. «¿Qué es esto? ¿Un taller de forja del siglo XX o una milenaria cueva de ferrones?», se pregunta el escritor Álvaro Bermejo al tomar contacto con el lugar. «Salvo en la maquinaria, no advierto diferencias. Porque la atmósfera es la misma. Negro sobre negro, una carbonización sideral. Un espacio densamente oscuro, lo que remite a una cierta sacralidad –la del trabajo en torno al fuego–, hasta con esas telarañas que sugieren altares de polvo y hollín».
Iturbe anaiak. aizkoragileak
Autores: Álvaro Bermejo y Joseba Urretabizkaia
Editorial: Xibarit.
Páginas: 104.
Precio: 34 euros.
El taller permanece tal y como estaba cuando los hermanos Iturbe –Joxe y Agustín– cesaron su actividad laboral hace ya más de dos décadas. «Está como ellos lo dejaron, no hemos tocado nada», indica Gorka, nieto de Agustín. «Ellos se retiraron el año 2000 porque estaban un poco cascadetes y desde entonces no se ha usado».
Ni un asiento
El lugar ilustra mejor que mil entradas de Wikipedia cómo se trabajaba el hierro antes de la introducción de los procesos industriales. Así lo describe Bermejo en el libro: «Junto a la entrada, en la pared izquierda, el sutegi con su chimenea trapezoidal. Adosado a ésta un depósito para el agua también de piedra. Luego una bandeja donde se ordenan una docena de tenazas largas y oxidadas, roídas por la herrumbre, como las tres de Chillida en su 'Peine del Viento'. Junto a estas, otra docena de hachas en proceso y en el mismo estado, muchas con su placa de acero pinzada entre la llanta de hierro ya doblada. Y todo un arsenal de útiles bien ordenados –porras y tajaderas, mazas y martillos, moldes y mangos–, dispuestos sobre las mesas laterales. Curiosamente no observo ni un solo asiento: aquí se venía a trabajar y se trabajaba sin descanso».
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El editor del libro sobre los hermanos Iturbe, el tolosarra Joseba Urretabizkaia, tuvo noticia de la existencia del taller a través de una conocida. Siempre interesado en recuperar y salvaguardar testimonios del pasado, el también fotógrafo contactó con los descendientes de los propietarios de la fragua y les propuso reanudar su actividad durante unos días con la intención de dejar constancia de ello en un libro. Dicho y hecho. Un antiguo herrero de Legazpi, Ricardo Mediavilla, se prestó a colaborar en el proyecto y el viejo taller de los Iturbe volvió a cobrar vida entre la expectación y la emoción de allegados y vecinos de Ezkio.
El apellido Iturbe sigue siendo una leyenda en el mundo del deporte rural. Sus hachas eran demandadas por los mejores aizkolaris. Uno de ellos, Joxe Ugarteburu, le cuenta a Bermejo sus recuerdos sobre los dos hermanos en el libro: «Eran dos fenómenos, Joxe un artista en el temple. Lo conseguía solo viendo el color del hierro al rojo según lo metía en el agua, igual que su aita y su aitona. Agustín era la fuerza, nunca fallaba, siempre dale que te dale con el martillo grande».
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Los dos hermanos trabajaron juntos durante más medio siglo. Bermejo hace cuentas y estima que forjaron unas ocho hachas al día durante ese tiempo. «Un cálculo elemental –sin contar los arados, azadas, segas y otros mil aperos que forjaron en su fragua– nos da un promedio de 2.000 hachas al año. Más de 100.000 para el censo total de su vida útil. Y qué hachas. Todas y cada una de ellas perfectas, del mango a la cabeza. Todas afinadas como el mejor violín».
Temple por el color
Los Iturbe aprendieron desde muy pequeños los secretos de la fragua. Su abuelo, Juan Miguel Berasategui, puso en marcha el taller de Ezkio a finales del siglo XIX. Los hermanos no solo heredaron la fragua, sino también los secretos que tanto su aitona como su padre habían acuñado en sus años de trabajo forjando hierro. «La materia prima, el hierro dulce y el acero, la traían de Legazpi», escribe Bermejo. «El carbón vegetal, de Ziordia y Olazagutia». El escritor reconstruye en detalle el proceso de fabricación de las hachas a partir de los testimonios que ha recabado. Un proceso artesanal en el que la intuición y la experiencia desempeñaban un papel crucial. «Una vez conseguida la pieza en su totalidad, el toque de maestro pasaba por su templado. Ellos lo hacían guiándose exclusivamente por su coloración, sumergiéndola y sacándola del agua tantas veces como fuera necesario».
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El libro será presentado por sus dos autores en Ezkio el próximo día 29 coincidiendo con las fiestas locales en una jornada en la que también se podrá visitar el taller de los hermanos Iturbe. Es una forma de rendir homenaje a los pioneros de la industria del hierro, en el origen del entramado que hizo de Gipuzkoa uno de los territorios más prósperos de la península. Y también una oportunidad única de contemplar un patrimonio que se ha conservado milagrosamente y que a buen seguro merece la oportunidad de sobrevivir para enseñar el camino recorrido a las futuras generaciones.
Cuando los australianos ganaron alos vascos
Los hermanos Iturbe no se limitaron a reproducir los modelos de hachas que hacían sus antepasados. También investigaron nuevos formatos para mejorarlas. El episodio más revelador en ese sentido tuvo lugar cuando cortadores de troncos australianos y canadienses se impusieron a los vascos en un desafío que se celebró en 1976 en Donostia organizado por Rafael Aguirre Franco, entonces director del Centro de Atracción y Turismo (CAT). Aizkolaris y aizkoragiles no tardaron en darse cuenta de que las hachas empleadas por los vencedores eran diferentes a las que se hacían aquí. Ni cortos ni perezosos, compraron a los australianos todas sus herramientas, quince en total, y con ellas abrieron la puerta a un nuevo formato de hacha vasco-australiana. El taller de Ezkio de los Iturbe se convirtió en el centro de investigación del que salieron las nuevas hachas que incorporaban las mejoras inspiradas en las piezas australianas. Gracias a ellas los vascos se impusieron a los cortadores a Australia, EE UU, Canadá y Nueva Zelanda que participaron en otro nuevo desafío que tuvo lugar un año después en el estadio de Atocha. Un campeonato del Mundo de Aizkolaris que congregó nada menos que a 18.000 espectadores en las gradas del viejo campo y que certificó definitivamente la maestría de los hermanos Iturbe con la fragua.
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