Hacía tiempo que no se respiraba en el Kursaal un ambiente de expectación como el que este jueves sentimos al entrar al auditorio, lleno a ... rebosar ante el estreno de una nueva producción de 'Carmen' por parte de la Quincena Musical. Y como parte de esa atmósfera de celebración, el maestro Pérez-Sierra, sin casi esperar al silencio, puso a sonar la famosa obertura del primer acto con una energía desbordante, en una lectura llena de colores en complicidad con una Euskadiko Orkestra en puro estado de gracia. Fue el preludio de una función de enorme valor musical.
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Y es que la 'Carmen' que disfrutamos este jueves fue pura música y no solo por la inspirada partitura de Bizet, sino por la lectura que de la misma hicieron absolutamente todos los intérpretes. El primero, el coro Easo. Soberbio tanto en los hombres, como en las mujeres y los niños, con una emisión siempre perfecta, cuidada dicción y una gama dinámica digna de los mejores. Magnífico trabajo el realizado por su director Gorka Miranda. No menos valiosa fue la labor de la Euskadiko Orkestra, de enorme riqueza tímbrica y matices.
Los solistas fueron extraordinarios. La mezzo Rihab Chaleb fue una 'Carmen' racial, descarada, poderosa, desafiante y provocadora, pero sobre todo, una cantante excepcional. Voz completa, con buenos agudos, centro y graves amplios y redondos; resultó soberbia en la articulación, de los acentos a las partes en 'legato' y llena de matices, con una dicción perfecta. Absolutamente convincente vocalmente hablando fue el Don José de Dmytro Popov. Sedujo con su timbre, de importante proyección y su entrega en escena. Miren Urbieta-Vega brilló como la recatada e ingenua Micaela. En su dúo con Don José del primer acto regaló un perfecto fraseo en una línea de canto refinado y puro que volvió a demostrar en su gran aria del tercer acto, justamente muy aplaudida. Es, sin duda, una de las mejores sopranos del panorama actual.
El barítono Simón Orfilia ofreció un Escamillo chulo, arrogante y altivo y, sobre todo, un claro dominio vocal en un rol que interpreta con regularidad. Buena proyección incluso en las partes suaves. La complicidad y la compenetración marcaron las intervenciones de la mezzo Marifé Nogales y la soprano Helena Orcoyen como Mercedes y Frasquita, respectivamente. Magníficas cantantes. Completaron el elenco un sólido José Manuel Díaz (Le Dancaire) junto al joven y prometedor Aitor Garitano (Le Remendado), un convincente Mikel Zabala como Zuñiga y el Morales de Juan Laborería.
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Sin embargo, el extraordinario elenco no habría brillado sin una dirección como la de José Miguel Pérez-Sierra. Su batuta fue minuciosa en la concertación, de absoluta precisión tanto en lo rítmico como en lo tímbrico, pero especialmente cautivadora en una lectura llena de detalles expresivos. Resultó respetuoso con las voces, moderó el volumen de la orquesta sin restarle protagonismo y consiguió una versión musical magnífica.
En cuanto a la escenografía, fue quizá lo menos destacable. Resultó minimalista en exceso, con poco atrezzo, quizá emulando la creada por Calixto Bieito para el festival de Perelada en 1999 y muy aclamada en su momento. Una estructura piramidal y varios palets gigantes, a los que se añadieron unas mesas en el segundo acto en la taberna de Lillas Pastia, fue todo el decorado de una escena sobria, también en la iluminación, que ganó puntos en el último acto. Todo ello, unido a un trabajo actoral moderado, no impidió -e incluso acrecentó- el disfrute de la maravillosa música de una ópera indispensable.
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