El público de la Zurriola se refleja en la pantalla durante el concierto de Anari. Gorka Estrada
La Agenda Portátil

Cuando Donostia inventaba cosas: por qué los festivales dan nuestra mejor cara

Hay cosas y sitios que disfrutamos en feliz convivencia locales y foráneos: paseo por el jazz con un mixto en la Cepa de Bernardo y un vino en el Cristina

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Viernes, 25 de julio 2025, 23:59

Te sientas en un concierto en la Plaza de la Trinidad y te ves rodeado de vecinos del barrio, catalanes jazzeros y guiris con camisas ... de flores. Te escapas a La Cepa y el gran Bernardo te prepara un mixto ante la plancha como si interpretara un solo de blues: él, como Springsteen, no se jubilará nunca. En su bar nos arremolinamos también en feliz convivencia locales y forasteros.

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Vivimos el Jazzaldia y Donostia parece estos días más divertida y culta. Ocurre lo mismo cuando llega el Zinemaldia (esta semana tendremos noticias de lo que viene) y, de manera más concentrada, la Quincena Musical, que asoma ya a la vuelta de la esquina. Algunos defendemos que estos tres grandes festivales dan la mejor cara de la ciudad: nacieron en tiempos en que Donostia inventaba cosas y era pionera, son el ejemplo perfecto de propuestas que disfrutamos los indígenas y quienes vienen de fuera y nos muestran en el espejo una ciudad abierta, ilustrada y juguetona. Ojalá este territorio mantenga su capacidad de inventar: quizás ahora están naciendo cosas que solo sabremos valorar pasadas unas décadas.

El Jazzaldia cumple 60 años. Ahora hay un festival en cada ciudad, pero éste fue el segundo de Europa. Hemos crecido a la vez que crecía el festival y muchos guipuzcoanos tenemos recuerdos fijados a sus conciertos: casi todos buenos y algunos no tan buenos. Para mí el concierto de Patti Smith en la Zurriola en 2010 será siempre «el concierto que no fui»: la víspera entré por Urgencias al quirófano para ser intervenido de una avanzada apendicitis. Fui un adelantado a Van Zandt, el músico de Springsteen, quince años antes.

ElZinemaldia es aún mayor: cumple en septiembre su 73 edición. Como los otros dos grandes festivales refleja la historia del país. Nació en una Donostia en blanco y negro de veraneos de Franco en Aiete (es una hermosa metáfora que el palacio estival del Caudillo sea hoy Instituto de Derechos Humanos, casa de cultura y parque urbano, todo a la vez), sufrió los agitados años de la Transición y es hoy un buque cultural de gran calado pero dimensión «fieramente humana», que diría el poeta.

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La Quincena Musical es aún más antigua: nació en 1939 y es uno de los festivales de clásica más antiguos de Europa. Sigue siendo respetado por su exquisita calidad (esos día de agosto en que nos imaginamos Salzburgo) y se ha ido popularizando con actividad abiertas, aunque algunos seguimos soñando con el día en que veamos a una gran orquesta en un concierto multitudinario al estilo del escenario jazzero de la Zurriola. Dicen los expertos que es caro y complicado por la naturaleza de los instrumentos, pero en Barcelona, por ejemplo, se celebra anualmente el concierto sinfónico en la Barceloneta.

Son días de jazz: los Tribuletes alternamos la mesa de Redacción en Miramon con una butaca del Kursaal (con escapada posterior a la imprescindible Bodega Donostiarra) o un concierto con los pies en la arena y un vino en el bar del María Cristina para mandar la crónica desde ahí. Va a resultar que los festivales no solo dan la mejor cara de la ciudad: también de quienes escribimos en los papeles.

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La melancolía radical de Jesús Mansé, los tejidos de María Cueto: 750 metros

Fernando Sasiain fue alcalde de Donostia en los años de la República e impulsor de numerosos proyectos que aún disfrutamos. Tras la guerra sufrió la derrota y murió en Palencia en 1957 víctima de una 'melancolía aguda', según los partes de entonces. Siempre me ha impresionado ese diagnóstico para un hombre que al menos fue rehabilitado en el callejero y hoy da nombre a una zona de Marrutxipi/Intxaurrondo donde se ubican servicios tan poco melancólicos como las cocheras de DBus.

La melancolía genera el mejor arte. Todo lo anterior viene a cuento de la deliciosa exposición de Jesús Mansé (en la foto, 'alter ego' del pintor y poeta Jesús María Cormán, letrista durante años de Mikel Erentxun) en la casa de cultura de Okendo. Son extraordinarios paisajes naturales, de Ulia a desiertas playas, pintados con mano heredera del romanticismo. Se titula 'el tiempo vuela, pero a veces, se posa' y es una muy recomendable visita. Hasta el 30 de agosto.

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A 750 metros, en la sala Kubo de Kutxa, hay otra hipnótica muestra: María Cueto 'vacía' el espacio, más diáfano que nunca, para colocar sus 'tejidos efímeros', delicadas y etéreas piezas que nos invitan a un bosque artístico y vertical. Afincada en Berastegi, el suyo es un viaje diferente en ese otro 'festival de verano' que son las poderosas exposiciones que coinciden estos meses en San Sebastián (sí, sé que me dejo muchas: seguiremos informando).

mezquiaga@diariovasco.com

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