Una jovial parodia del género policiaco

La Organización, una suerte de T.I.A. de Mortadelo y Filemón, es una agencia gubernamental ultrasecreta -en su día franquista, adscrita a Coros y Danzas de la Sección Femenina-, cuyo jefe elucubra -él es muy de hacer «inferencias»- con la posibilidad de que haya un vínculo entre tres sucesos en apariencia inconexos ocurridos en Barcelona en 2022: la desaparición de un millonario británico que atracó su yate en el puerto; el hallazgo de un cadáver en el inmundo hotel Indio Bravo, y la sospechosa trayectoria de una empresa conservera que no sube sus precios. El jefe, de habla pomposa, presume que los tres enigmas tienen mucho en común y ordena a sus agentes que pongan manos a la obra.

Una orden a ejecutar bajo los estrictos protocolos de la «casa», pues, amén de tener cocodrilos en los bolsillos -«Los gastos derivados de la misión corren por cuenta de quien la realiza»-, el jefe prohíbe a sus agentes disponer de archivos de papel, tarjetas de crédito, teléfonos móviles u otros gadgets que rompan su manto de invisibilidad. Además, recurren a un «código inverso» (decir lo contrario de lo que se pretende), para comunicarse. Un galimatías fenomenal.

Mendoza abunda en su vena satírica -desde sus ya clásicos «El misterio de la cripta embrujada», «El laberinto de las aceitunas» o «Sin noticias de Gurb»- con una simpar parodia del género policiaco. Esta deliciosa novela para la inmensa mayoría brinda una lectura divertida y promedia una sonrisa por página. Y son unas cientos.

Un humor inteligente, el juego con los equívocos y malentendidos del lenguaje polisémico y unas estampas chiripitifláuticas componen una atmósfera de alegre farsa, que el autor de «La verdad sobre el caso Savolta» lubrica con una prosa cervantina. Una novela jovial y festiva, de protagonismo coral y personajes impagables, donde la onomástica, tan cara a Mendoza, no es banal.

De Grassiela, a la que escolta un viejo lobo de mar, arpón en ristre, y con un trueno colosal para las relaciones amorosas, al jorobado Chema (él se llama a sí mismo El Increíble Hulk), que por su hechura puede correr sin agacharse, y proclive a citar al conde de Saint Germain (1693-1784); Buscabrega, con una pulsión por tocar la corneta no bien pisa un un bar; la secretaria Cecilia de Montagut -«Boni», «nena» para su jefe, Bonifacia en el DNI...-, con doble vida, y que acompaña al agente meritorio «El Nuevo» (Marciano); Monososo, hijo de una pareja nipona que aterrizó en Barcelona tras ser expulsada de Hong Kong, Bangkok, Atenas, Nápoles y Marsella, inclinado a embozarse de mulato caribeño llamado Moreno Sonoro para ocultar su ascendencia; Pocorrabo, «ay, ay, persiguiendo vanas ilusiones desperdicié los mejores años de mi vida», o el meritorio taxista escritor que quiere ser taxista detective. Agentes estrafalarios con nombres que les individualizan y dispuestos a arrostrar toda suerte de peligros y asechanzas -tiroteos, secuestro sui generis...-, incluso si el burdel se llama «El asombro de Damasco».

La ironía y las humoradas chispeantes emparentadas con el absurdo y el esperpento fluyen con sutileza en esta novela de enredos y personajes entrañables en una Barcelona que soñaba con ser «París en edición de bolsillo» y que ahora «está programada para colmar las expectativas de una masa ignorante previamente manipulada por una impúdica publicidad». Porque algún mandoble no podía faltar en esta novela que es un regalo para una lectura festiva.