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Hiromi no se vestiría de cóctel
No, por supuesto que no. Vale que los cuatro intérpretes de cuerda comparecieron ataviados con largos trajes de gala y chaqué, pero Hiromi no engaña ... a nadie. Lo suyo no es música de salón decimonónico. La vibrante energía que brota de su piano haría estallar la vajilla de cristal de Bohemia; su carisma enamoraría a propios y ajenos; y el cóctel terminaría con las corbatas por los aires y el pelo enmarañado.
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Como una verdadera estrella de rock saludó y provocó a un público de la Trinidad que ya tenía en pie antes incluso de aparecer en escena. Atacó el instrumento con ferocidad y, a la torera, lo hizo mirando al tendido en 'Someday'. Divertida, sonriente y atreviéndose con un muy aceptable castellano que a ella misma le daba la risa.
«¡Mucha caña la tía, eh!», decía algún sorprendido, y una sonora ovación levantó por primera vez a la grada. Se lo pasó en grande con ese piano que le había salvado durante el tiempo de pandemia. Ese con el que compuso 'Silver Lining Suite', un proyecto en cuatro movimientos que recorre la soledad del confinamiento, el desconcierto tras la vuelta a la 'normalidad', el vagabundeo del tiempo y la fortaleza final.
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Si alguien tenía dudas aún, la música de jazz y la música clásica tienen fronteras colindantes. Que se lo pregunten sino al cuarteto de cuerda cuya cellista, Gabriela Swallow, no solo acompañó con un perfecto 'walking bass', sino que incluso tuvo sus momentos de agresiva improvisación. Adiós a la gomina, la pajarita del violinista israelí Rakhvinder Singh ya apretaba en el cuello y la línea armónica que formaba junto a sus compañeros de cuerda fertilizaba la tierra en la que la japonesa iba a cosechar su violento discurso. Por supuesto que no, Hiromi no se vestiría de cóctel.
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