Visitantes en Hondalea, la obra de Cristina Iglesias en la isla. Lobo Altuna

La agenda portátil

¿Está Hondalea aislada?

Las instituciones y el turismo 'oficial' no están sacando rendimiento a la obra de Cristina Iglesias en Santa Clara, que aún no está integrada en el paisaje cultural

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Sábado, 23 de septiembre 2023, 07:30

Provocó controversia antes de construirse, fue objeto de debate cuando se inauguró... y ahora parece olvidada en el paisaje de la cultura cotidiana donostiarra. El ... próximo fin de semana termina la tercera temporada abierta al público de Hondalea, la obra de Cristina Iglesias en la Casa del Faro de la isla de Santa Clara. Las instituciones harán su tradicional balance positivo y darán datos con muchos visitantes y satisfacción generalizada. Pero para algunos de los que seguimos de cerca la actualidad guipuzcoana Hondalea parece relegada por la 'oficialidad' a algo parecido a la clandestinidad. Aviso: como soy un señor mayor no critico solo por criticar, sino con espíritu constructivo. O algo así.

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Recordemos: cuando Cristina Iglesias, una de las grandes artistas internacionales que ha nacido en esta ciudad, recibió el Tambor de Oro en 2016 anunció su voluntad de regalar una de sus obras a Donostia. Tras sucesivos estudios se apostó por una aventura que podía parecer (elijan) utopía, locura o genialidad: una intervención en la Casa del Faro de la isla. Hubo quien criticó la inversión, la obra o la propia elección del lugar, que podía «masificar» Santa Clara (ya se ha visto que ese temor era infundado).

Y se hizo ese gran 'vaso' fundido en bronce, habilitado en el interior de la casa, con un mensaje que reivindica la defensa del medio ambiente y su fusión con el arte. Uno puede pensar que más ecológico es asomarse al paisaje que rodea la casa y ver en directo la naturaleza, pero cualquiera que entre en la obra sentirá una emoción parecida al arte. Cristina Iglesias insiste en que Hondalea no es solo la escultura en el faro: es «una experiencia» que comienza en el momento que embarcas en el muelle. En ese museo vivo que es la bahía, con el Peine del Viento en un extremo (para muchos, el símbolo contemporáneo de Donostia, pero recordemos que al principio fue bautizado como «esos hierros») y la 'construcción vacía' de Oteiza en el Paseo Nuevo, el proyecto de Cristina Iglesias cierra el círculo de una manera insinuante, estando sin estar. «Es una fantástica combinación de poesía y energía», me dijo el arquitecto Norman Foster después de visitarla.

Se inauguró en junio de 2021, fue perjudicada por las limitaciones de la pandemia y ahora puede se visitada sin trabas... relativas. Solo abre, por ejemplo, en Semana Santa y verano. ¿Tan complicado sería permitir visitas bajo demanda durante el invierno? Muchos indígenas aún no la han conocido, aunque el nivel de ocupación de las visitas organizadas es alta. Y buena parte de quienes viven la experiencia se declaran satisfechos.

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Uno echa de menos que Hondalea esté más presente en las promociones turísticas, pero sobre todo que esté más implicada en la cultura cotidiana: que los festivales programen ahí cosas, que en su entorno se realicen actividades que recuerden que hay ahí una obra de una creadora puntera. Hondalea parece a ratos 'aislada', y no solo porque esté en una isla. En el Ayuntamiento ha pasado a depender ya del departamento de Cultura (hasta ahora era de alcaldía) y me dicen que quiere activarse en coordinación con la propia artista. Ojalá. De momento, como dirían los ingleses, el continente está aislado.

En voz baja

La Champions en Anoeta, el 'otro' festival: Barrene, premio Donostia

Comenzó ayer el Zinemaldia (lo contamos con detalle en otros territorios de este papel), pero el miércoles vivimos otro adelanto de festival con el partido de Champions en Anoeta. No soy habitual del Reale Arena, pero tuve la suerte de asistir a un partido que era más que un partido, no solo porque la Real jugaba contra el subcampeón de Europa, ese Inter de Milan cargado de historia y glamour, sino porque un encuentro del máximo nivel es todo un espectáculo. Pude ver las tripas del estadio, los cientos de trabajadores que hacen posible una cita con 40.000 espectadores, una complicada maquinaria donde todo resultó engrasado. Incluso los que no somos demasiado futboleros, aunque sí muy txuri urdin, nos emocionamos al escuchar el himno de la Champions en ese Anoeta tan espectacular y acogedor desde que «Aperri quitó las pistas», como dice la canción, e Izaskun Larzabal ideó un campo sobre el viejo estadio.

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Fue un partidazo, simbolizado en la lucha de esos gladiadores de casa que son Barrenetxea, Zubimendi o el incansable Oyarzabal. Lástima que el Inter empatara al final, pero no deja de enriquecer la leyenda que los italianos empataran a la italiana. Barrenetxea, por ejemplo, es un premio Donostia tan bueno como el de Miyazaki.

mezquiaga@diariovasco.com

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