Imágenes de la Estación del Norte en plena demolición esta semana. Gorka Estrada

La agenda portátil

Extraños en un tren: esas pequeñas cosas

Vivimos con noticias sobre grandes infraestructuras pero afectados por las txikitas: de los pasajeros encerrados un vagón al parking de San Bartolomé

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Sábado, 29 de abril 2023, 07:23

«Son esas pequeñas cosas», cantaba Serrat. Se llenan los informativos con grandes infraestructuras pero la vida se nos va en los problemas con minúsculas. ... Esta semana se evidenció en dos escenas que sucedían a solo unos metros de distancia: mientras se derribaba el edificio de la vieja Estación del Norte de Donostia para construir la nueva, que acogerá el tren de alta velocidad, otro tren, de cercanías, se quedaba detenido por una avería y los viajeros permanecían encerrados casi tres horas. El relato que publicamos el jueves es casi de terror: gente que iba al médico, a clase o a un juicio, (o sea, a la vida), enclaustrada en un vagón a la espera de salvación.

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Lo macro y lo micro, que dicen los economistas. Los usuarios de cercanías remarcan que el servicio ha empeorado. Sí, hoy escribo de quejas cercanas, como los trenes, como si esto fuera el Sirimiri, la legendaria sección ciudadana de DV. Ahora hay debate ciudadano en San Sebastián a propósito del centro comercial que llega al cerro de San Bartolomé, ese contra el que batallan los vecinos y también el ciudadano Odón Elorza, que lleva su queja hasta el Ararteko. Aún espero explicación oficial sólida sobre esa operación y su beneficio para la comunidad: aparte de las cuestiones estéticas e históricas, que no son pocas, ¿qué sentido tiene un centro comercial con aparcamiento propio en el corazón de la ciudad, ese mismo espacio que se quiere peatonal y sin coches, según nos han subrayado desde el Ayuntamiento en los últimos años? Lo pregunto con absoluta ingenuidad, deseando respuestas que traten al ciudadano como un adulto.

Porque yo sí estoy de acuerdo en quitar coches de los centros urbanos; otra cosa es que se haga de una manera tan desordenada como ha ocurrido en Donostia, con esos cambios de tráfico tan mal ejecutados que generan hasta peligros públicos en la ciudad.

Seguro que existe algún proverbio chino que dice que para arreglar el mundo hay que empezar arreglando el propio portal. En uno de mis paseos por Igeldo, subiendo el sendero desde Errege Enea hacia Leku Eder, encontramos el pasado fin de semana el camino completamente embarrado. «En vez de quejarnos podríamos quedar algunos habituales y poner unas piedras para mejorar la senda, para quienes venimos a menudo y para los que llegan con el Camino de Santiago», me decía una amiga, también paseante habitual. Auzolan o autogestión, como prefieran. Así se gestó la recuperación del Camino hace muchos años.

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Son flexiones y reflexiones ante la campaña electoral que arranca. El jueves me encontré por La Concha con el ministro Bolaños y los líderes socialistas locales, rodeados de cámaras mientras los vecinos, ajenos, disfrutaban del paseo y la playa. Como dos realidades superpuestas. Lo mismo puede decirse de todos los partidos, cuando asoman con sus parafernias por las calles. Parafraseo una vez más a John Lennon: la vida es eso que pasa mientras derriban la Estación del Norte o un candidato te da un papel con colorines de promesas.

mezquiaga@diariovasco.com

En voz baja

El artículo de Ruiz Urchegui sobre Picasso

«Antes no se moría tanta gente», suele decir un amigo. Sí: siempre se ha muerto tanta gente; la diferencia es que antes no conocías a quien fallecía y ahora las balas silban cada vez más cerca. Es una ingenuidad escribirlo, pero cada vez me impresiona más cómo desaparecen gentes que han formado parte de tu paisaje humano y sentimental: amigos, vecinos o compañeros de oficio, como Iñaki de Mujika: cómo asustan esos fallecimientos repentinos.

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Jesús Alberdi rercordaba esa máxima de Cicerón que dice que «la vida de los que se fueron está en la memoria de los que se quedan». Lo decía en un estupendo articulo a propósito de la muerte de José María Ruiz Urchegui, también inesperada tras una complicación cuando iba a ser sometido a una sencilla operación de rodilla.

Coincidía muchas veces con Urchegui por el Antiguo, haciendo la compra o en los paseos. Hace poco me paró: quería mandarme un artículo sobre Picasso con algunas aclaraciones históricas. Era un experto en el artista malagueño. El artículo nunca llegó.

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En 1996 el alcalde Elorza convocó en el María Cristina una reunión de donostiarras con Rafael Moneo para hablar del Kursaal. Ahí estábamos, celebrando «la Donostia que renacía». De pronto llegó una llamada y Elorza salió a velocidad: un atentado. Era contra Urchegui, pero hirió a su primo Santi. Las dos realidades. No deja de maravillarme cómo sobrevivió con semejante fuerza esta sociedad a tantos embates.

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