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Expedición de Magallanes y Juan Sebastián Elcano

Una expedición que cambió el mundo

A Magallanes, Elcano y su tripulación les movía el afán de hallar riquezas, pero también el coraje, el valor de la fama y el placer del descubrimiento y la aventura

f. garcía de cortázar

Sábado, 6 de julio 2019

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«Navegar es indispensable, vivir no lo es». Este lema de los antiguos navegantes resume el espíritu que llevó a españoles y portugueses a ensanchar el mundo entre los siglos XV y XVI. Fue aquel, en efecto, un momento único en la Historia de la humanidad, una época prometedora en la que se descubrieron mundos y civilizaciones insospechados hasta entonces. De Lisboa y Sevilla salía un barco tras otro para enmendar la plana a los sabios de la Antigüedad. Y no fueron pocos los navegantes que desafiaron los terrores fantásticos del Atlántico, el Mar tenebroso, para regresar con asombrosas novedades. Gil Eanes, doblando el Cabo Bojador, finis terrae de África en la mentalidad europea de 1434; Bartolomé Díaz, rebasando el Cabo de Buena Esperanza en 1488; Colón y su flotilla de tres carabelas rasgando el velo de un continente ignorado en el confín de los océanos, una especie de Atlántida perdida, con valles húmedos y ardientes, con cordilleras selváticas y ríos sinuosos e interminables, con pueblos industriosos y espléndidas ciudades; Vasco de Gama completando el primer viaje a la India bordeando el continente africano… Con razón, Pedro Mártir de Anglería, el humanista italiano al servicio de los Reyes Católicos, escribía de forma solemne al arzobispo de Granada: «¡Levantad el espíritu… escuchad el nuevo descubrimiento! Cristóbal Colón ha regresado sano y salvo. Dice que ha encontrado cosas admirables».

De Lisboa y Sevilla salían un barco tras otro para enmendar la plana a los sabios de la Antigüedad

¡Qué historias! ¡Y qué expectación con cada nueva empresa! Veintisiete años después de que el Descubrimiento de América renovara las inquietudes espirituales de Europa, Magallanes mudaba de piel y de nación para ponerse al frente de la más sorprendente epopeya de aquella era de epopeyas. Una expedición que cambió el mundo de manera más decisiva que todas las guerras y todos los tratados, el acontecimiento más significativo del gran siglo de Carlos V y Felipe II. Porque si Cristóbal Colón había conectado dos mundos separados que se desconocían entre sí y Vasco de Gama dos zonas ricas y dinámicas hasta entonces incomunicadas por mar, Magallanes -que moriría en las Filipinas- y Elcano -a quien correspondería la gloria de ser el primer navegante en completar la vuelta al globo- confirmaron empíricamente el más atrevido pensamiento de la época. La Tierra era un esfera y todos los mares formaban un solo mar continuo, sin más misterios aterradores que lo que suponían las inmensas distancias y las dificultades y peligros de la navegación.

Al principio, las especias

Cerremos un momento los ojos y soñemos con la Sevilla del 1522, con la ciudad que vio llegar por el Guadalquivir al 'Victoria', el barco de Juan Sebastián Elcano, cuando el tiempo ya había borrado el recuerdo de la expedición. Imaginemos las voces, el asombro. Cuántas veces, mientras escribía el capítulo que dedico a Sevilla en mi último libro, 'Viaje al corazón de España', he recordado el relato de Gonzalo Fernández de Oviedo: «La impetuosa multitud se reunió en la ribera sevillana para contemplar este último barco famoso; la expedición en que tomó parte representaba la cosa más prodigiosa y el acontecimiento más grande que se hayan visto desde que Dios creó al primer hombre y el mundo».

Pensemos en los dieciocho supervivientes que salieron del 'Victoria' aquella mañana de septiembre de 1522, hombres semejantes a esqueletos, agotados y enfermos, héroes que habían envejecido diez, veinte años, durante los tres que duró la interminable odisea… Salvo por los viajes espaciales, la era contemporánea desconoce la experiencia medieval de adentrarse en lo desconocido, y esto nos aleja inevitablemente de aquellos marinos de leyenda.

Se ha escrito siempre que en el principio, en el origen de aquellas empresas de exploración que transformaron el mundo conocido en un planeta sin límites, fueron las especias. Y es cierto. La promesa que dio impulso a los exploradores al servicio de España y Portugal surgió, ante todo, de la voluntad de abrir una ruta marítima al comercio oriental de las especias. «Venimos a buscar cristianos y especias», respondió uno de los hombres de Vasco de Gama a los mercaderes con los que se entrevistó nada más llegar a la indostánica Calicut. Y Magallanes, con el fin de conseguir el apoyo de España a su empresa, no brindó otra cosa a Carlos V que el camino más corto para llegar a las codiciadas Molucas.

Pese a lo que hoy se pueda pensar, la ampliación de la imagen del planeta fue un proceso lento

Las islas de las especias, las tierras del Gran Khan, los mares de perlas… Todo eso, es verdad, había impregnado la imaginación de Europa a través de los relatos de Marco Polo y otros viajeros medievales. Sin embargo, no pueden ignorarse otros factores: la curiosidad intelectual, el afán de conocimiento… Porque a los barcos de aquellos nuevos argonautas los impulsaba un sueño con muchas caras. A Colón, por ejemplo, le movían el afán de oro y la fantasía de una ruta ignota al mercado de las especias. Pero también el coraje, el valor de la fama y el placer del descubrimiento. Lo mismo puede decirse de Magallanes, que, movido por el afán de hallar mundos nuevos y pese al riesgo cierto de tropezar con peligros más punzantes que los trabajos insípidos propios de un personaje secundario, no dudó en dirigirse a la Sevilla de Carlos V después de que el rey Manuel de Portugal le considerara indigno de altas empresas. Y qué decir de Elcano, que pese a los quinientos ducados de oro de renta anual que le concedió de por vida el emperador, terminó sus días en medio del Pacífico. El Greco, que pintó santos y místicos, es decir, exploradores del alma, los hubiera retratado a ambos en Toledo junto a aquellos otros hombres inverosímiles que, por las mismas fechas, sojuzgaban reinos, fatigaban desiertos y montañas, navegaban por ríos ignotos y fundaban nuevas ciudades en América.

Pese a lo que hoy podamos creer, la ampliación de la imagen de nuestro planeta fue un proceso lento. América solo se reveló poco a poco, y a costa de incursiones hacia el interior que fueron esbozando su verdadera extensión. En cuanto al Pacífico, ningún mapa dio una idea de su inmensidad hasta bien entrado el siglo XVII. Y esto último gracias, principalmente, a las expediciones españolas que siguieron escudriñando el gran océano después de la muerte de Magallanes y la gran odisea de Elcano, una suerte de Ulíses del Renacimiento que siguiendo adelante, de Oriente hacia Occidente, logró conquistar la eternidad: 'Primus circumdedisti me'. Fuiste el primero en rodearme.

Vídeo.

La pugna por las Molucas

Las islas Molucas, que hoy forman parte de Indonesia, fueron el detonante de la expedición de Magallanes y Elcano. Descubiertas en 1512 por los portugueses, su riqueza en especias, especialmente en clavo y nuez moscada, hacía de ellas la posesión más codiciada. El clavo que se embarcaba en el archipiélago de la Especiería multiplicaba por 2.000 su valor al llegar a los mercados europeos. Como Portugal se había reservado el acceso al Índico a través del Este, Castilla intentaba habilitar una ruta alternativa por el Oeste. Lo de dar la vuelta al mundo, ocurrencia de Elcano, fue una derivada de esa pugna.

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