Los 'espejismos' que redescubren lo cotidiano
Fotografía ·
Florentino Molero expone su visión crítica de la realidad hasta el próximo día 16 en la Sociedad FotográficaSon treinta fotografías a las que denomina 'Espejismos', aunque no han sido tomadas en el desierto, tampoco en ningún lugar concreto. Parecen escenas comunes, de ... la vida diaria. Juega con cuerpos y objetos colocados como piezas de tablero que obedecen reglas. En cada imagen, Florentino Molero compone un universo con lógica lúcida e imprevisible: «Cada uno ve lo que quiere ver», dice el fotógrafo. Así nace este ambicioso proyecto del artista cordobés, que no va de enseñar una verdad, sino de provocar, sugerir y dialogar a través de las imágenes.
Molero lleva más de cuatro décadas ligado a la fotografía. Ha vivido con la transición de lo analógico a lo digital y su obra se mueve libremente entre la invención y el juego visual. Este es el lema con el que se presenta 'Espejismos', que estará hasta el próximo día 16 en la sede de la Sociedad Fotográfica de Donostia. Se trata de una selección de 30 títulos de los más de cien que componen la colección. «No se trata de una exposición al uso», advierte. «Hay color, ingenio y mucha intención de romper con lo que se espera de una foto», explica sobre la muestra que inauguró el propio Molero en la capital guipuzcoana. «Me gusta estar en todas las presentaciones y cuento con que el contacto con el público es parte del proceso. Me gusta hablar con la gente y saber qué ven. Muchas veces me preguntan cómo lo he hecho, y no tengo problema en explicarlo. No me guardo nada».
Su biografía recuerda que «el gusanillo de la fotografía empezó cuando mis hijos en la piscina saltaban del trampolín y los fotografiaba con una cámara Minolta HI-MATIC que me dejaba mi padre (que aún conservo), y me salían las fotos movidas». Desde entonces, participaciones y victorias en concursos enriquecen su currículum. Convecionalismos aparte, Molero decidió explorar escenas construidas desde la imaginación, pero sin dejar de lado la cotidianidad. Y funcionó. «Empecé con una o dos, y fue una revolución. Y gustaron mucho». La serie ya asciende a dos mil imágenes.
Libertad narrativa
Entre el surrealismo y el realismo mágico, su obra no busca la estética ni el impacto. Son fotografías que exigen una pausa. No es extraño que al espectador le descoloque y quede atrapado en composición que, aparentemente, parece no tener sentido, pero que al mirarla con detenimiento se vuelve ambigua e incluso provocadora. «Me interesa que la gente reflexione. No quiero que una foto se consuma en cinco segundos, sino que deje huella», explica.
El título de la muestra tampoco es casual. Alude a esa experiencia que él mismo ha vivido una y otra vez con el público, porque «yo parto con una intención, pero luego viene alguien, la mira y ve otra cosa completamente distinta. Eso me encanta. Cada espectador se construye su propia narrativa». Al fin y al cabo, «eso es un espejismo: lo que parece, pero no es. O lo que no es, pero sentimos que podría ser». Reconoce el artista que el intercambio de opiniones con el público acerca de las fotografías es muy «gratificante. Aquí también ocurrió. Es la primera vez que expongo en San Sebastián, y no puedo estar más orgulloso, la verdad. Me encanta vuestra tierra», declara.
Transición complicada
Aunque su estética ha evolucionado pasados los años, la técnica sigue siendo esencial. Pese a no considerarse especialmente ágil en el terreno digital, el artista cordobés reconoce que los avances tecnológicos le han abierto un «inmenso abanico de posibilidades. No es que yo sea un especial trabajador de la técnica, pero sé adónde quiero llegar. Me busco mis atajos. Ahora puedes trabajar tranquilo, sin productos químicos. La parte creativa se ha potenciado mucho» con las novedades en la profesión, después de haber transicionado de lo analógico a lo digital. «Quizás una de las mayores dificultades del mundo», reflexiona. Aunque lo suyo no es manipulación digital ni «mucho menos, inteligencia artificial». Todo parte del arte fotográfico: «La colección completa son imágenes reales. Lo que cambia es la forma de mirar y de construirlas».
A pesar de su éxito internacional, que avalan premios y reconocimientos de casi un centenar de países, Molero sigue abordando cada proyecto con la misma curiosidad de siempre. «Esto no es mi profesión, sino una pasión a la que dedico, aproximadamente, diez horas diarias. Es una forma de estar en el mundo», reflexiona el artista andaluz.
Su estilo y obra fotográfica no se puede encerrar en una categoría –tampoco es una pretensión–. Florentino Molero no es ni conceptual ni documental ni meramente artística. Su trabajo artístico es un lenguaje en sí mismo. Una propuesta que juega con la percepción, lo simbólico, lo absurdo y lo poético. Y que, como todo buen espectador, invita a mirar más de dos veces a la realidad.
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