Cuando se empezó a llenar el vacío
Hace cincuenta años Jorge Oteiza pudo colocar sus apóstoles en la basílica de Arantzazu | La Fundación Oteiza y la Fundación Arantzazu Gaur están preparando de manera conjunta un programa de actos para conmemorar el aniversario
A Jorge Oteiza (Orio, 1908-San Sebastián, 2003) no le incomodaba el vacío. Al contrario, fue la esencia de su visionaria propuesta artística y ... filosófica. Hubo, sin embargo, un lienzo desocupado que le amargó la vida: la inmensa fachada en blanco de la basílica de Arantzazu. Durante más de quince años, primero porque no le dejaron y después porque no quiso, Oteiza no pudo instalar en la misma los apóstoles y la Piedad que había imaginado para un frontis enmarcado por dos torres, que los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga parecían haber diseñado a la medida del genio del escultor guipuzcoano.
Aquel vacío que clamaba al cielo comenzó a llenarse hace 50 años, cuando Oteiza emprendió la complicada colocación de sus catorce apóstoles. Habían pasado otros tantos años abandonados en una cuneta, pero no olvidados. La instalación se completó en junio. Unos meses más tarde, una Piedad que, lejos de adoptar una actitud resignada parece rebelarse ante la muerte del hijo, remató en lo alto de la fachada la impronta oteiziana del Santuario.
La Fundación Arantzazu Gaur y la Fundación Oteiza preparan de forma conjunta la conmemoración de la efeméride. Todavía no se ha presentado el programa de actos, pero tal vez contribuya a aclarar las dudas que persisten acerca de las verdaderas razones y los auténticos protagonistas de aquel largo paréntesis. El escultor Ricardo Ugarte, el franciscano Pello Zabala o el músico José Luis Treku, entre otros muchos, lo vivieron en primera persona.
«Fue un auténtico mazazo»
Cuando comenzaron las obras de la basílica de Arantzazu, así como cuando se produjo el veto eclesiástico a Oteiza, Ricardo Ugarte (Pasaia, 1942) era un niño. Seguía siendo muy joven cuando entabló contacto con Jorge Oteiza y Néstor Basterrechea, con quienes, junto a Remigio Mendiburu, integraría la llamada Escuela Vasca de Escultura.
El primero le sacaba 34 años y el segundo 18. «Yo entonces era el chaval, y ahora soy el patriarca», bromea, en plena forma y a punto de inaugurar una nueva exposición. No vivió los primeros pasos del proyecto, pero la estrecha relación que mantuvo con Oteiza le permite afirmar que «el encargo le produjo una gran emoción, porque era un hombre profundamente religioso. Arantzazu era para él una especie de Montserrat, un lugar en el que convergían muchas de las coordenadas que marcaban su concepción del arte y de la espiritualidad». Tampoco conoció en directo el enfado, y la tristeza, con la que el escultor de Orio abandonó Arantzazu tras la suspensión de los trabajos, pero le consta su 'cabreo', que reflejó sin ambages en 1954 en 'Androcanto y sigo. Ballet por las piedras de los apóstoles en la carretera'.
Ricardo Ugarte sí fue testigo de la la negativa a volver de Oteiza cuando, en 1964, le pidieron que terminara el trabajo. «Dijo 'hasta aquí hemos llegado' y durante muchos años mantuvo esa actitud. Estaba muy dolido, muy quemado con todos». No obstante, Ugarte cree que no fue tan difícil convencerle de que regresara, una tarea que recayó sobre todo en su íntimo amigo y biógrafo Miguel Pelay Orozco y en José de Arteche.
«Subió echando pestes contra los frailes y contra todo pichichi, pero subió. Volvió a instalar su cuartel general en Goiko Benta y se empleó a fondo para terminar las piezas ya empezadas, hacer las que faltaban y completar ese extraordinario trabajo de encadenamiento que supone el friso. Mientras tanto, no dejaba de darle vueltas a la Piedad».
Poco a poco, gracias al trabajo de los canteros y sacadores de puntas que materializaban las ideas de Oteiza, los apóstoles que faltaban fueron aflorando de los bloques de piedra de Lastur e incorporándose al lugar que llevaba tanto tiempo esperándoles, hasta que se completó la obra. «Oteiza nunca olvidó lo que había sucedido, pero se reconcilió con Arantzazu y entabló grandes relaciones con algunos franciscanos como Bitoriano Gandiaga o Pello Zabala», afirma Ugarte, que tampoco olvida que a otro integrante del trío, Néstor Basterretxea, encargado de las pinturas de la cripta, le costó bastante más –hasta 2008– superar las diferencias y hacer las paces con el proyecto.
Un gran consejo
Aunque se lleva menos de un año con Ricardo Ugarte, Pello Zabala (Amezketa, 1943), sí que presenció todas las fases de la complicada relación entre Oteiza y Arantzazu, adonde llegó en 1953, en plena efervescencia de las obras. Tenía 10 años, «la edad con la que entrábamos en el seminario».
Las obras de la basílica avanzaban lentamente, y Oteiza acababa de instalarse en Arantzazu. «A la tarde solíamos salir a dar un paseo, con el bocadillo. Veíamos como iba creciendo la basílica, y también veíamos a un hombre trabajando junto a unas piedras enormes, con un cantero de Araotz y otras dos o tres personas. '¡Ale, tragapanes!', nos gritaba cuando pasábamos por delante, y si se le pasaba nosotros mismos le picábamos diciendo, '¡trabaja, tragapanes!'. También recuerdo que la mayoría de los que trabajaban en la obra eran gallegos y portugueses. Cuando estábamos en el estudio, en silencio y con las ventanas abiertas, nos llegaban sus gritos. '¡Hilario, alza la grúa!' y cosas así».
Eran unos niños, pero ya les llegaban ecos del debate que suscitaban –«también entre los frailes, seguramente»– tanto la basílica como los apóstoles de Oteiza. En aquellos primeros recuerdos tiene también espacio Itziar Carreño, la mujer de Oteiza, su pilar, su luz, con la que se casó en Argentina en 1938 y le acompañó siempre, también en la aventura de Arantzazu, hasta que falleció en 1991. En uno de aquellos inviernos heladores de Arantzazu, Pello Zabala recibió la visita de su abuela que, para alegría del nieto, acudía frecuentemente a la basílica para cumplir una promesa.
En una de las visitas, abuela y nieto comían en la Hospedería, al igual el matrimonio Oteiza-Carreño. «Yo me estaba quejando de los sabañones que tenía en las orejas a causa del frío, la mujer de Oteiza me escuchó y, aunque no me conocía de nada, no dudó en ir a su habitación y traerme un remedio que, por cierto, me los curó».
Al cabo de poco tiempo, los apóstoles se quedaron varados. Oteiza se vio obligado a levantar el campamento e irse. Zabala y sus compañeros pasaron algún otro invierno en el Seminario –incluido el glacial mes de febrero de 1956–, y también se marcharon a completar su formación en Forua, en Zarautz, en Olite... Pello Zabala, volvió a Arantzazu a principios de los 60 a cursar cuatro años de Teología. Allí se quedaría, como organista y profesor de varias materias en el seminario.
«La iglesia ya estaba terminada, pero las piedras enteras y las pocas figuras hechas de los apóstoles allí seguían», recuerda Zabala. Aquel fraile veinteañero ya era consciente de lo que sucedía, aunque la comunidad franciscana no sabía muy bien qué pasaba. «No era como ahora. Todas las comunicaciones con el extranjero se hacían por correo. Los frailes mandaban cartas y cartas a Roma para arreglar la situación, pero no sabían si llegaban, porque no había contestación. Nos decían que se quedaban en Milán...».
Cuando Oteiza volvió a Arantzazu, regresó el tono humorístico de las conversaciones entre el artista y el fraile cuyos alumnos se entretenían saltando entre las piedras de las que empezaban a emerger los apóstoles que faltaban. «Cuando le veía le decía 'qué, ¿cuándo vas a poner esas piedras?' y él contestaba 'para qué, si están mejor esos hierros'», en referencia a la sujeciones que salían de la fachada. Zabala recuerda muchos diálogos ligeros, y también lo que supuso instalar aquellas enormes piezas –tres metros, unas cinco toneladas cada una– con los medios de 1969, mucho más precarios que los actuales.
También atesora buenos consejos, como cuando preguntaron a Oteiza qué significaban los apóstoles y él respondió con un enigmático «miradlos». Es lo que Zabala ha hecho desde entonces. Los ha contemplado con todas las luces, con todas las sombras, y sigue disfrutando de su metamorfosis permanente. «Todavía sigo encontrando en ellos cosas que me sorprenden», asegura, e invita a todos los que visitan Arantzazu a realizar ese mismo ejercicio.
Cerrar el círculo
En Arantzazu no le faltaron visitas a Oteiza, una referencia clave para todos los movimientos culturales que se identificaban con la renovación. Era el caso de Ez Dok Amairu, el movimiento al que estuvo vinculado el grupo Oskarbi. Como indica José Luis Treku, uno de sus fundadores, con Oteiza –que diseñó la portada de su primer disco– les conectó Luis Romero, director de la Escolanía Don Bosco, de cuyo taller de Irun salieron bastantes esculturas de Oteiza mientras este vivió en esa ciudad.
Treku recuerda que «organizamos un autobús y el 9 de enero de 1969, domingo, fuimos a visitar a Oteiza a Arantzazu unas 25 personas. Es un día que nunca olvidaremos. Como la idea era comer con él, ya teníamos reservada la comida para todos en Goiko Benta. A lo largo del día le vimos de todos los humores. Por la mañana estaba de muy mal genio. Como siempre, medió y le calmó Itziar, pero me acuerdo de que a un equipo de televisión le mandó de vuelta a Oñati. Después de comer, y de la siesta, nos atendió estupendamente, no paró de hablar. Se me quedo grabado algo que nos dijo: que la cultura vasca era circular, que todo terminaba donde había empezado. Desde entonces, así es como plantea todos sus concierto Oskarbi».
Cronología
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1950 Entre abril y septiembre, se publican las bases del concurso para la construcción de la nueva basílica; se selecciona el anteproyecto ganador -el de Sáenz de Oiza y Laorga- y se coloca la primera piedra. A finales de año, tras un concurso que él mismo propuso para evitar la adjudicación directa, encargan la estatuaria a Jorge Oteiza.
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1951 En abril comienzan las obras de construcción de la basílica. También empieza a tomar forma el proyecto decorativo.
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1953 Oteiza deja Madrid y se instala en Arantzazu en junio. A finales de agosto el obispo de San Sebastián, Jaime Font Andréu, visita Arantzazu, pide información sobre el proyecto del escultor y nombra una comisión diocesana de Arte Sacro para juzgar un trabajo que no todos ven apropiado.
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1954 La comisión se declara incompetente y traslada el informe a Roma. Oteiza, Basterretxea y Lara (inicialmente seleccionado para decorar el ábside) envían su propio informe a la Comisión Romana de Arte Sacro. En noviembre, Font Andreu decreta la suspensión de los trabajos.
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1955 Roma confirma la prohibición. Oteiza, herido y decepcionado, abandona el proyecto. Los apóstoles ya finalizados y los bloques de mármol intactos quedan tirados en una cuneta.
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1955 El 30 de agosto se bendice y se abre al público la nueva Basílica, con gran parte de la decoración, incluida la fachada, pendiente
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1964 Font Andréu fallece en 1963. El nuevo obispo, Lorenzo Bereziartua, trata de desencallar el proyecto, manteniendo que la de Oteiza es la única opción posible
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1966 La Comisión Diocesana de Arte Sacro determina que Oteiza debe terminar el trabajo. El escultor se niega.
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1968 Convencen a Oteiza de que vuelva. En noviembre se instala en Arantzazu y retoma el trabajo donde lo dejó.
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1969 Entre el 12 y el 17 de junio se colocan los apóstoles. El mismo mes comienza la realización del grupo escultórico de la Piedad, que se instalará en la parte superior de la fachada el 21 de octubre
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