El regreso por aguas enemigas
Capítulo V (1521-1522) ·
Elcano y Gómez de Espinosa asumen el mando de la expedición. Alcanzan las Molucas y la nao Victoria zarpará a Sevilla por aguas bajo control luso para hacer historiaIñigo Puerta
Sábado, 6 de julio 2019, 07:41
Todavía al norte de Brunei, una tripulación harta por la caótica deriva de la expedición cesa por acuerdo mayoritario a Carvallo. Sus maldades habían terminado por exasperar a la expedición restante. Bajo su capitanía general, después de ser tratados de forma exquisita por la población local, atacó a un convoy de Brunei que creía enemigo por error, pero lejos de enmendarlo pidió oro por un capitán apresado. Además de guardarse la recompensa, también retuvo a tres doncellas como botín, bajo la excusa de que las llevaría a la corte de Carlos I a su vuelta.
El alguacil Gonzalo Gómez de Espinosa, fiel a Magallanes y mano de hierro de éste en el motín de San Julián, dirigirá la nao Trinidad y la expedición. Juan Sebastián Elcano es nombrado capitán de la Victoria y tesorero gracias al apoyo de sus hombres de confianza. Es considerado un hombre honrado. Aunque Espinosa es el líder por jerarquía, Elcano es el navegante a seguir. El escribano Martín Méndez les asiste.
En las Islas Molucas el rey Almanzor los trata con honores y cargan clavo para volver a casa
La vida de Elcano a punto estuvo de ser segada por la mano ejecutora de Gómez de Espinosa en San Julián, pero esta vez le rehabilita en el cargo y ambos colaboran para llegar a las Molucas.
Una vez reparados los barcos y ya en la mar, apresan por la fuerza una embarcación que se dirigía a Brunei y toman rehenes con la intención de que les guíen a la Especiería. Incluso toman preso al gobernador de Palawan, por el que piden víveres a cambio de su rescate. Más adelante, en la isla de Kagayan, secuestrarán a dos pilotos para que les lleven a las Molucas. Diez días después, el 6 de noviembre de 1521, la armada cumple la misión que les había encomendó el rey Carlos I y eufóricos, descargan toda su artillería al alcanzar el ansiado territorio.
Un rey amigo en Tidor
El monarca musulmán local llamado Almazor recibe con agasajos la llegada del contingente castellano. Al parecer sus experiencias con los portugueses no habían sido buenas y se muestra abierto a convertirse en súbdito del rey de Castilla para poder ser protegido por las fuerzas del emperador Carlos V. Incluso propone renombrar su territorio como Castilla para marcar distancias con los lusos.
Los acuerdos comerciales a los que llegan son muy satisfactorios para ambas partes. El fruto del árbol del clavo es recolectado y secado antes de almacenarlo. El rey de Tidor ordena la construcción de un almacén para ello. El trueque consistirá en diez brazas de paño rojo por cuatro quintales y seis libras de clavo. Para los habitantes de las Molucas el clavo no posee valor para el aderezo de los alimentos, ya que todo lo que consumen es fresco.
Una vez terminado el paño, las monedas de cambio son tijeras, pañuelos, cuchillos o hasta las ropas de los propios marineros que intentan obtener beneficios para ellos mismos. Todo menos las armas, que prohibieron los capitanes en vista de los posibles enfrentamientos futuros. La relación es tan buena con los locales que en los barcos de la armada deciden matar los cerdos que son prohibidos en esta comunidad musulmana. A cambio del gesto reciben cabras, higos y toda clase de frutos en una convivencia armónica que más de un miembro de la misión decidió perpetuar quedándose en la isla.
Visita portuguesa
Alfonso de Lorosa, el representante de la corona portuguesa en las Molucas hacía 15 años, visita a los recién llegados con cortesía y habla sobre los planes del rey para apresar a la expedición del traidor Magallanes. Según sus noticias, habían partido cinco naves portuguesas a por ellos, con órdenes de buscarlos desde el cabo de Buena Esperanza hasta las islas Molucas si hiciese falta. Dos carabelas lusas ya habían preguntado por ellos.
El acecho luso acelera la vuelta, la nao Trinidad sufre una vía de agua y la Victoria zarpa en solitario
Estas noticias apremian la búsqueda de clavo en islas vecinas para completar la carga lo antes posible. 'La armada del Moluco' estrena velamen con una cruz de Santiago y el lema «Esta es la vera figura de nuestra buena ventura». Además del clavo y otras especies, cargan nuez moscada, jengibre, arroz, cocos, canela, bananas, higos, almendras, caña de azúcar y frutas para la odisea.
El 18 de diciembre de 1521 zarpan con pena por parte de los habitantes de Tidor, que les despiden con cánticos. La singladura se interrumpe de súbito por una enorme vía de agua en el casco de la nao Trinidad. Mientras achican, varios hombres rana locales intentan taparla sin éxito. La nao está sobrecargada y deciden llevarla a dique seco para carenarla y calafatearla. Elcano cede a tres de sus hombres más expertos.
Demorar el destino de las naves es un riesgo innecesario que Gómez de Espinosa comprende. Tres días después, Elcano decide una ruta por aguas bajo dominio portugués para virar tras el Cabo de Buena Esperanza y remontar hacia el norte sin avistar la costa. Una travesía suicida, incluso de mayor calado que la vivida en el Pacífico. El liderazgo del getariarra, su destreza y la confianza de su tripulación en él, son el asidero para una tripulación que leva anclas hacia la mayor hazaña de su tiempo. Los marineros que quedan asignados en la nao Trinidad escriben misivas personales que transportará la Victoria, mientras las cartas de navegación portuguesas que guardan con celo serán la luz para la misión.
Tornaviaje da la Trinidad
El 21 de diciembre, 43 tripulantes europeos y 13 nativos zarpan hacia un infierno en aguas hostiles mientras la Trinidad necesitará varios meses de reparaciones en las Molucas antes de emprender el 'Tornaviaje' y tratar de volver por el Pacífico. El hambre, la enfermedad y las tempestades terminaron por abortar la travesía por el Pacífico rumbo a las costas del Nuevo Mundo. Goméz de Espinosa decidirá volver a las Molucas, donde la armada portuguesa les apresará. Años más tarde, Espinosa y dos marineros lograrán volver. En esos meses de estancia, un carpintero y dos calafates vascos pudieron ser los que enseñaran el euskera que el rey Almanzor habló con las siguientes expediciones castellanas que llegaron a su isla.
La Victoria consigue salir a mar abierto tras una navegación cautelosa entre decenas de islas. Su extremada carga, aligerada antes de la partida y un casco cada vez más deteriorado, la convierten en una nao delicada. En el primer mes fondean en dos islas desconocidas para los lusos, Malua y Timor.
En la primera, reparan las amuras dañadas por el embate del oleaje, el viento y las corrientes que casi les llevan a pique. Pigafetta, en tareas de intérprete, logra tratos por comida con unos locales a los que califica como «los más salvajes» conocidos en la aventura. En Timor se topan con una comunidad más avanzada con la que llegan a intercambios sin la amenaza de las armas. Pertrechan y reparan la nao durante un mes y medio. Ante ellos nace una odisea épica sin escalas.
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