Proa al estrecho y arribada a un mar inexplorado
Capítulo II (1520-1521) ·
La Concepción, pilotada por Elcano, enfila en vanguardia el paso por el estrecho de Magallanes y alcanza las aguas desérticas del mar PacíficoEn las horas previas a zarpar en busca del anhelado paso de mar, Magallanes ordena bajar a tierra a toda su tripulación para que se comulgue y confiese. La navegación es más dura de lo esperada. El viento en contra obliga a dar bordadas y alejarse de la costa. Dos semanas después, el día de Todos los Santos avistan una gran desembocadura. Las naos Concepción y San Antonio avanzan con precaución. La destreza de Elcano es garantía de avance en un paraje laberíntico, lleno de trampas rocosas, bolsas de aire adversas y corrientes, que obligan a mantener en alerta a la tripulación.
Elcano vuelve para dar la buena nueva. Es un paso de mar. La noticia da alas a la expedición salvo a Esteban Gómez, el capitán portugués de la San Antonio, que contraria a Magallanes al querer volver a España para recomponer una armada diezmada y agotada.
Ante la negativa del capitán general, la San Antonio toma como excusa explorar una bahía hacia el sur para perder contacto con el grupo. Tres días después, en vista de que no hay contacto decide volver a España. Álvaro de Mesquita se opone y blande su espada ante Esteban Gómez, que hiriendo su mano lo desarma y lo arresta. La San Antonio vuelve a Sevilla con 60 hombres, denunciando que Magallanes está loco. A cambio recibirán grilletes por traición.
Al capitán general le cuesta encajar la pérdida de la San Antonio y ordena dejar marcas en forma de crucifijos en los altos de algunas colinas. Ante la próxima navegación pide opinión a sus capitanes. Solo el piloto Andrés San Martín apoya inequívocamente continuar, pero advierte al luso del peligro que supone actuar con el entusiasmo del descubrimiento cuando los marineros acusan el cansancio y la falta de alimento.
La expedición
-
3 naos siguen el viaje
-
300 millas de estrecho
-
3 meses en el Pacífico
-
19 fallecidos
Las más de 300 millas náuticas del paso marítimo que les esperan son una incógnita. Por las noches avistan multitud de fuegos encendidos por la población indígena por lo que la bautizan como 'Tierra de Fuegos'. Ordenan algún que otro disparo disuasorio de lombarda hacia la costa para demostrar su potencia de fuego y prevenir cualquier abordaje inesperado. Uno de los patagones que llevan a bordo muere tras convertirse al cristianismo con el nombre de Pablo y dejar atrás la figura de Setebos, un dios demoniaco al que invocan y temen. Los estruendos de los cañonazos les harán temerosos del convoy.
Las tres naves restantes descubren nuevos paisajes, visitan bahías, ríos y ensenadas bucólicas donde se abastecen de agua y tienen la suerte de toparse con un cardumen de sardina de la cual dan buena cuenta. A finales de noviembre de 1520, ante el previsible final del paso, envían una 'txalupa' para doblar el último brazo de tierra que da paso a un mar abierto. Tras rezar una salve, ordenan volver para dar la buena nueva. El 27 de noviembre, un visiblemente emocionado Magallanes ordena disparar al cielo una salva de lombardas para agradecer la ayuda divina. Ante ellos se abre un océano interminable tras casi un mes de navegación complicada por el bautizado como 'Estrecho de Magallanes'.
Surcar la inmensidad
'La armada del Moluco' busca latitudes más cálidas con premura. El mar es aún oscuro y arisco. Pasados tres días, las condiciones para la navegación se tornan favorables, con vientos que les ayudan a recorrer más de 70 leguas diarias. El optimismo se mezcla con los primeros rayos de sol.
Magallanes se acerca a la costa con la intención de avituallarse pero la orografía no es favorable para el atraque. Según sus cálculos, las islas Molucas no están tan lejos y prevén encontrar islotes para avituallarse en el camino. Craso error. La expedición se adentra en un páramo de agua salada. El 'Pacífico', como lo bautizan por su calma, es infinito.
La travesía prosigue rumbo noroeste sin avistar tierra. Los días pasan y las reservas de agua recogidas en el estrecho se pudren. Escasean los víveres. Cada vez más. El optimismo decae a cada legua. La falta de alimentos frescos comienza a pasar factura. El hambre, la sed y el escorbuto, la peste de los barcos, va haciendo mella en la tripulación. La ausencia de vitaminas en el cuerpo termina por favorecer hemorragias por todo el cuerpo. Caras y encías se hinchan.
La San Antonio deserta pero las naos restantes alcanzan el Pacífico tras un mes de navegación
Antonio Pigaffeta relata imágenes dantescas de una tripulación abatida que ve pasar días, semanas y meses en la soledad del océano. En total, la expedición necesitará tres meses para desembarcar y pisar tierra firme.
El agua recogida en el estrecho proviniente de un arroyo amarillea y enferma las tripas de los marineros. El clérigo Calmeta encabeza los rezos para que llueva. Los restos de bizcocho que quedan en las bodegas están mezcladas con orines de rata y gusanos. Los tripulantes llegan a comer serrín cocido y hasta el cuero que reviste el bauprés, tras ablandarlo durante días en agua. Desesperados, se enjuagan con agua salada y sus propias micciones para mitigar el dolor en sus encías. Las ratas son un manjar. Se paga hasta medio ducado de oro por una de las gordas. Una fortuna. Hasta las ratas se comían unas a otras por falta de alimento.
En la mitad del océano se topan con dos islas de pequeño tamaño en la que no pueden parar. Según los cálculos del cuaderno de bitácora del piloto Francisco Albo, se tratarían del atolón de Puka-Puka y la isla de Flint, que nombraron como San Pablo, y la isla de los Tiburones respectivamente. Un golpe bajo para la moral de la armada.
Los escualos se hacen visibles para la expedición por la cantidad de cuerpos con los que los alimentan. Diecinueve marineros perecen en la travesía y terminan engullidos por unos marrajos que siguen a los barcos a la espera de más cadáveres. Se botan 'txalupas' para intentar pescarlos, pero se muestran esquivos y huidizos, a diferencia de los pescados en la costa africana meses antes.
Ruta más al norte
Magallanes sabe de antemano que las Islas Molucas se sitúan a la altura del ecuador, una información que no comparte con los otros dos capitanes restantes. Por otra parte, a pesar de que en el siglo XVI se defiende forma común la hipótesis de la redondez de la tierra, se desconoce el diámetro del globo terráqueo con exactitud. Nadie lo ha circunnavegado aún.
Las aproximaciones que maneja Magallanes dan una medición de 33.000 kilómetros de diámetro, al menos 7.400 km menos que la medición real. El tamaño del mundo es mucho mayor del esperado. A pesar de tener buenos días de navegación, surcan la mitad del Pacífico antes alcanzar el ecuador, el 13 de febrero. Si el capitán hubiese conocido la distancia a navegar habría fondeado en la costa posterior al paso del estrecho para avituallarse con alimentos frescos y agua. La Victoria es la menos abastecida y la que sufrirá más bajas.
Una vez llegados a la latitud correcta en la que se encuentran las Islas Molucas, el luso no traza una línea recta hacia el oeste para perseguirlas y alarga la travesía poniendo rumbo hacia el noroeste. Nadie le puede contradecir puesto que desconocen la posición en la que están las Molucas. Es una información secreta. No hay calmas que justifique el rumbo en busca de viento.
Magallanes no avitualla las naves y ante un mar mayor de lo esperado tarda tres meses en pisar tierra
Magallanes conoce las Molucas y los puertos comerciales que había establecido Portugal. Por otro lado, antes de emprender la aventura había pactado una serie de comisiones con Carlos I sobre las nuevas tierras que descubriera, si las sumaba a la corona de Castilla. Las ansias de riqueza y grandeza una vez más guiaban los designios de la expedición.
Los demás componentes de la diezmada armada del Moluco adivinan las intenciones de su capitán general pero cualquier atisbo de motín no tiene visos de properar y deciden resignarse antes que morir. Juan Sebastián Elcano declaró después de la circunnavegación que «Magallanes y Caravallo nunca quisieron dar aquella derrota [para ir a las Molucas], aunque fueron requeridos para ello, porque este testigo siendo piloto en su nao lo vio».
Millas agónicas
A mediados de marzo de 1521, un vigía navarro apellidado Navarro grita '¡Tierra a la vista!'. Se desconoce si fue Lope, natural de Tudela o Joan, de Iruin. La espera final hasta el desembarco se hace interminable y se emplean nueve días hasta llegar a la isla de Guam. Al borde de la muerte, avistan una masiva llegada de esquifes con indígenas que saltan abordo con descaro y roban impunemente.
Más noticias
- Perfil | Elcano, el navegante que tuteaba al emperador
- Un periplo para transformar los mapas
- Una cárcel a cielo abierto
- Opinión | La vanguardia del siglo XVI, por Xabier Agote (presidente de Albaola)
- Opinión | Quinientos años de avance marítimo, por José Ignacio Espel (presidente del Aquarium)
- Opinión | Euskararen munduari bira, por Iosu Etxezarraga (Erdiaroko Historia doktorea)
- Opinión | Perdido en la nebulosa, por Xabier Alberdi (Director del Museo Marítimo de Donostia)
- Opinión | Su mejor retrato, por Manuel Romero Tallafigo (catedrático emérito de la Universidad de Sevilla)
-
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión