Antonio de la Torre: «El monstruo de la intolerancia y el totalitarismo está siempre ahí, hay que estar atentos»
«No creo en el gesto, creo en la mirada y en el alma», afirma el protagonista de 'La trinchera infinita', que se estrena hoy
El reto de interpretar a un 'topo', un hombre escondido en su casa durante años después de la Guerra Civil, por miedo a las represalias, ... lo superó a base de «sentir el miedo». Los directores guipuzcoanos Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga le implicaron a fondo para sacar a la luz una historia oscura, con la dictadura de Franco como trasfondo, en 'La trinchera infinita', la película que tras ganar los premios a la mejor dirección y el mejor guion en el Zinemaldia, y otros seis premios paralelos, se estrena hoy con 206 copias.
- ¿Por qué aceptó la propuesta de trabajar con los Moriarti, conocía sus anteriores trabajos?
- Son maravillosos, son mejores personas aún que directores, que ya es decir. Hay varias razones. 'Loreak' me pareció muy interesante, me gustó mucho, y era una carta de presentación suficiente para mi criterio como espectador. Por otro lado, este tema de los 'topos' me interesaba mucho. Y cuando me cité con ellos me lo presentaron de una forma tan seductora... Y eso que cuando quedé con ellos estaba muy delgado porque había rodado 'La noche de doce años', y me cansaba mucho. El productor Xabier Berzosa y Jose Mari Goenaga debieron pensar que parecía un anciano. Sobre todo estoy muy agradecido de que nos hayan dado carta blanca para tratar el acento andaluz y que hayan confiado en nosotros de esa manera.
- ¿Cómo contribuyó a la definición del modo en que tenía que expresarse Higinio?
- Me hice mi trabajo de campo, conocí a un pastor analfabeto que nunca había visto el mar. Me contaba cosas y algunas de sus expresiones y de sus experiencias las incorporamos al guion. También un día que estaba con mi mujer oí hablar a una pareja de Zahara de la Sierra y pensé que así debía hablar mi personaje. Me daba corte decirles que me explicaran su acento, pero me acerqué y al verme me pidieron una foto. Pensé: «Os va a salir cara la foto». Les entré, y acabaron leyendo el guion y aportando muchas expresiones. Es que el lenguaje de esos pueblos es muy huidizo, metafórico. Para preguntar a una mujer si le había venido la regla preguntaban, «¿Ha venido tu tío?». Lo que tuvo que ser aquello en el franquismo de los años 40. La guerra, ni se nombraba. Para los actores, nuestro hábito es emocionarnos. Pero la gente en la vida real hace lo contrario, se guarda las emociones. Así que tenía que entrenarme en eso. Siempre me ha parecido muy interesante la gente que dice una cosa y siente otra.
- ¿Cree que ese lenguaje huidizo se entiende en la película?
- Claro que se entiende. Las películas tienen que ser, sobre todo, verosímiles. Y el actor tiene que intentar lograr el máximo de veracidad. En la primera media hora de 'Y tu mamá también', Diego Luna y Gael García Bernal están todo el rato hablando 'slang' mexicano y es maravilloso, aunque no entiendas las palabras que dicen, te enteras de todo. Las palabras tienen una cultura inherente. Es una de las cosas que me gustaron de 'Loreak', que estaba rodada en euskera y aunque yo no lo entienda, me trasladaba a un ambiente y una forma de ser.
- Arregi, Garaño y Goenaga estaban acostumbrados a los actores vascos, más contenidos, y usted es un borbotón de energía andaluza. ¿Hubo choque de personalidades?
- Ja, ja, creo que Jose Mari se tuvo que tomar algún 'lexatín' por mi culpa. Según Arregi, yo dimití muchas veces. Según yo, solo dimití una. Pero no pasó nada. Es que soy muy apasionado, y puedo ser verborreico. Teníamos muchas peleas sanas por puntos de vista sobre la película o lo que había que hacer, pero fue una gozada y estoy muy agradecido y muy contento con la película.
- Hay planos en los que solo trabaja con los ojos...
- Yo probaba cosas que aunque no estuvieran en el guion me servían para conseguir reacciones. Pero ellos me ayudaron mucho. Un día entraron de repente Jose Mari y Aitor en la habitación con dos palos pegando golpes y gritándome en euskera en plan agresivo... y yo me cagué de miedo. Hicieron una improvisación alucinante, son muy buenos actores. Y sacaban de mí reacciones inesperadas. Esa estuvo buenísima. Pero hubo otra en el que es para mí el momento más emocionante de la película.
«Un día los directores entraron gritándome y pegando palos, me cagué de miedo»
«Nos dieron mucha libertad para trabajar con el acento y aportar cosas a los personajes»
- ¿Cuál, qué pasó?
- Cuando Higinio tiene un diálogo ficticio con el soldado. El otro actor, José Manuel Poga, no podía rodar esos días, él hizo sus planos en mayo y yo los míos en julio, cuando ya había engordado, porque ya tenía que estar caracterizado de viejo. Así que el que estaba en mi contraplano cuando rodábamos era Aitor Arregi, a petición mía, porque me llevé muy bien con los tres directores, la verdad, pero Arregi era un poco más mi ojito derecho. Le pedí que se pusiera enfrente. Y Arregi improvisó unas cosas que me hicieron llorar. Tal cual. Fue muy emocionante.
- ¿Cómo se expresa el miedo en una situación de encierro, sin poder recurrir a la acción o a la fricción con otros personajes?
- Pues pasándolo de verdad. Siempre he dicho que se actúa con el alma. Tienes que sentirlo, pensarlo, imaginarlo y luego el cuerpo es sabio, y lo expresa. No creo mucho en el gesto, creo más en el sentimiento, y en el alma.
- El personaje de Higinio tiene a Franco como una sombra pesada a la espalda...
- Y qué español no tiene eso...
- ...¿qué sintió usted con la exhumación de Franco del Valle de los Caídos?
- Como ciudadano, un gran alivio. Era algo que tenía que hacerse desde hace mucho tiempo. Se ha dejado atrás una anomalía, era el único país de la sociedad occidental democrática que tenía a un dictador enterrado con honores y símbolos de Estado. No tenía ningún sentido. Pero ya sabemos que el monstruo de la intolerancia y el totalitarismo está siempre ahí, y hay que estar atentos. La democracia es maravillosa, la paz es el estado ideal para que las personas puedan desarrollarse y conectarse con la vida, pero hay que trabajarlas día a día.
- ¿Seguimos mirando mal al vecino, y denunciándole, como le ocurre a Higinio?
- Existe ese peligro, sí. Yo también he tenido desengaños importantes con el ser humano, pero hace tiempo que decidí mirar a los ojos de la otra persona como un potencial amigo. Y la verdad es que me va muy bien. En general yo te diría que el mundo es bueno, así, como titular.
- Pero usted solo recibe alabanzas por su trabajo, ¿no?
- Como decía Rajoy, «la gente a la que le gusta, me dice que le gusta, y la gente a la que no le gusta, tiene el buen gusto de no decírmelo», me encantó esa frase. Normalmente no te dicen a la cara que no les gustas, claro, pero también he aprendido que no existe la unanimidad.
- ¿Cree que 'La trinchera infinita' refleja bien lo que fue la dictadura sin mostrarla directamente?
- No sé si lo que fue, pero sí lo que generó. El miedo, el no atreverse a pensar, el seguir la doctrina dominante, el enquistamiento del odio... Cuando le doy a otro la oportunidad de expresarse, estoy ganando yo también. Por eso es tan importante entender el pensamiento del otro, que es un gesto de valentía. Lo que pasa es que cuando defiendes eso te llaman equidistante.
- La película también habla de la relación de pareja en una situación complicada.
- Sí, y también hay alguna secuencia que era complicada de rodar para los actores... Pero Belén Cuesta me dio mucha confianza y mucha generosidad. Es una actriz muy intuitiva, muy libre, natural, y todo eso me gusta para trabajar. Creo que tenemos química y que se nota en la pantalla.
- Pero a priori parecían dos actores muy diferentes...
- La palabra empatía está flotando en todo lo que digo sobre la película, pero es que realmente ella se prestaba a todo lo que yo le proponía y yo buscaba todo lo que ella podía necesitar como actriz para dárselo. Aunque fuera un plano de mi ojo mirando por un agujero, ella estaba ahí para potenciar mi mirada.
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