Crítica a 'Valle de las sombras': El turista que bajó por el hielo

Estamos en los 90 del siglo XX y una familia de tres decide ir al Himalaya a vivir su experiencia de nirvana, sanación, trekking, surf, marihuana y rave. Amén de recuperar su vida tras el cáncer de mamá de ella. Al rato, todo devendrá en pesadilla y la película, que ha comenzado como un thriller, retoma esa senda. Hasta que quien sobrevive recala en un monasterio y en una aldea entre montañas y acantilados de nieve que caen a cuchillo al río y cuyos habitantes están atravesados por las mismas pasiones, inquinas, fantasmas, avaricias y odios que los mochileros y los alpinistas de Occidente. Aquí nadie coinoce Shangri Lai. Aquí la película pierde pie, pierde ritmo y no alcanza la profundidad a la que aspira. Se atora y se queda demasiado ligada a un personaje que no acaba de cuajarse como podría haber hecho, el de esa joven ¿monja? más o menos budista con una historia que la ha llevado a cruzar Latinoamérica y caer en alguna cárcel terrible. No funciona. Aunque la interprete esa muchacha de origen filipino a quien seguimos desde los tiempos de 'El hoyo' y de, precisamente, '1898, Los últimos de Filipinas'.

Sí, yo diría que este arriesgado filme que tenía trazas de virar a peliculón (no son de extrañar sus nominaciones a los Goya en las categorías de efectos especiales y producción) se nos estropea hacia la mitad. Se alarga, tira demasiado de tomas aéreas con dron y no acierta de lleno en el montaje. Pero sigue teniendo agallas. Muchas.