El Bellas Artes de Álava rescata del olvido al pintor Joaquín Bárbara
La pinacoteca del paseo de Fray Francisco exhibe 'Retrato de Ignacio Figueroa' con el que se pretende dar a conocer la figura del artista llodiano
Empuñó un arma y dirigió el primero de los disparos a uno de sus autorretratos. El segundo fue contra su propia sien. Esa es la escena final en la vida del pintor Joaquín Bárbara (Llodio, 1867- Santander, 1931), a los 73 años. Los días siguientes, el pesar por su desaparición se extendió por los círculos culturales de Santander, donde pasó los últimos años de su vida como catedrático de dibujo. La familia no quiso hablar durante casi cinco décadas de las circunstancias de su muerte. Al ruido del revólver le siguió un largo y absoluto mutismo que tenía mucho que ver con el estigma del suicidio.
«Su propia familia y amistades silenciaron ese hecho trágico y eso contribuyó a que fuera poco a poco olvidado», cuenta el investigador Egoitz Bernaola acerca de la escasa popularidad del pintor. Ahora, el Museo Bellas Artes de Álava exhibe en la sala Gabinete de Papel el 'Retrato de Ignacio Figueroa, marqués de Villamejor', que supone la primera exhibición de una obra suya en el País Vasco. De esta manera se pretende dar a conocer a un pintor que desarrolló gran parte de su carrera «lejos de su tierra y no se prodigó en el circuito de exposición» alternando estancias en Madrid y viajes artísticos a Roma y breves residencias en Córdoba y Vitoria.
Bernaola, autor de la monografía 'Joaquín Bárbara y Balza, pintor entre dos siglos' (2017), es uno de los mayores expertos en su obra y ha sido el encargado de la documentación de los paneles que acompañan a este único cuadro, un lienzo de grandes dimensiones fue adquirido hace dos años por la Diputación de Álava por valor de 10.000 euros y forma parte de una serie de encargos aristocráticos y burgueses. Fechado en 1895, el retratado, marqués de Villamejor, fue un reconocido empresario y político de una familia en la que el nombre más destacado es el de su hijo: el conde de Romanones, conocido por ser ministro de Alfonso XIII.
«Tuvo una trayectoria destacada e inestable», explica Bernaola acerca del creador. Esa inestabilidad estaba ligada a una personalidad insegura que le llevaba a pasar por periodos en los que se encerraba en sí mismo. «No supo adaptarse a todos los cambios convulsos que trajo el fin de siglo», explica Bernaola que ha desarrollado su investigación contando con el testimonio de sus nietos y abundante documentación de la época.
Fue una adinerada familia cercana a su padre, los Alday, quienes hicieron de mecenas durante toda su carrera. Y también intercedieron para la realización del retrato de Ignacio Figueroa que llevó a cabo un lustro antes de suicidarse. «Eran mecenas conservadores en la manera de vivir y pensar», cuenta el investigador que cree que pudieron coartar el desarrollo de su carrera en la que apenas hay giros estilísticos. «Hizo tímidas incursiones con regusto simbolista en Roma y al visitar la Exposición Internacional de Múnich, pero no exploró demasiado», esboza.
Paisaje y otras temáticas
Pintor academicista, como buena parte de los maestros de fin de siglo, abordó el paisaje y otras temáticas como la historia religiosa ('La cena de Emaús'). Su obra más conocida, 'Naúfragos', se enmarca dentro del realismo social y pertenece al Museo del Prado. En ella se muestra a un marinero reflexivo en la misma embarcación donde yacen dos cadáveres de náufragos.
A la presentación de esta exposición de tan solo un solo cuadro con la que Bárbara «regresa a casa» asistieron la diputada de Cultura, Ana del Val, y la directora del museo, Sara González de Aspuru, quienes conciden en subrayar que se promueve el interés por un artista «poco conocido y casi silenciado». «Va a ser fundamental para difundirlo», afirmó la directora que reivindicó la calidad de la investigación desarrollada y la labor llevada a cabo por el Servicio de Restauración de la Diputación a lo largo del año pasado.
Este lienzo pertenecía a los herederos del Marqués de Villamejor y estuvo almacenada en el palacio de la Cotilla en Guadalajara. Aunque su degradación no era excesiva, «había perdido parte del esplendor primigenio» con parte del tejido desgarrado. La intervención del servicio de restauración ha logrado que luzca de nuevo haciendo frente al paso del tiempo que se cernía sobre el pintor alavés como una capa de olvido.