Zapatero en soledad
El verdadero talante del presidente es su impasibilidad. Y su peor defecto, la soberbia convicción de que podía volar por encima de los muros contra los que se estrellaron sus predecesores
KEPA AULESTIA
Sábado, 19 de septiembre 2009, 04:27
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La responsabilidad de presidir el Gobierno entraña siempre el riesgo de que su titular se deje atrapar por el hábitat de la Moncloa, que parece engullir a sus inquilinos o elevarlos hasta una altura desde la cual no pueden distinguir ni el bosque. El poder gubernamental se ejerce siempre en soledad. Sus éxitos son imposibles de compartir porque subliman la personalidad del presidente, y sus fracasos generan tal silencio a su alrededor que el vacío provocado realza su figura solitaria. Puede pasarle a cualquiera que acceda a tan alto cargo. Pero es probable que el candidato Rodríguez Zapatero ya portara en sus genes una particular disposición a hacer valer la primera persona del singular.
Lo más desaconsejable para un mandatario es que comience a gobernar personalizando de tal forma su papel institucional que identifique sus rasgos de carácter como las virtudes idóneas para tal función. Si la política es en gran medida teatro, su protagonista principal no debe confundirse hasta ese punto con la farsa que ha de representar.
En este caso el propio protagonista ha ido escribiendo el papel de la obra, y lo comenzó haciendo de manera arriesgada. No es conveniente que, en una democracia consolidada, un presidente se crea portador de un mandato histórico, por ejemplo para culminar una tarea que la transición dejó inacabada o imperfecta. Pero más peligroso resulta que encuentre las motivaciones de esa misión en el legado familiar, en el descubrimiento tardío de la mujer, o en la interesada lectura de un nuevo teórico.
El verdadero talante de Zapatero fue, desde el primer momento, su impasibilidad. Y sólo se puede ser impasible en soledad. Su peor defecto, el adanismo; la soberbia convicción de que uno sí puede volar por encima de los muros contra los que se han estrellado sus torpes predecesores. Es éste un mal que afecta especialmente al hombre solo, y que sólo puede desarrollarse en solitario. El resultado, la irrefutabilidad del poder sobre el supuesto de que el presidente cuenta con todos los datos necesarios para adoptar las decisiones más convenientes en cada caso. La coherencia, una mezcla de terquedad y de sentido de la oportunidad basada en la posesión en exclusiva de todos los secretos.
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El presidente se indignó cuando el portavoz popular en el Senado, García Escudero, mentó el atentado de la T-4 para criticar su empecinamiento. Pero es verdad que fue ante la declaración de «alto el fuego» por parte de ETA cuando Rodríguez Zapatero dio insistentes muestras de no querer escuchar más que aquello que encajaba en su propósito de acabar por fin con el problema. Como animó al socialismo catalán a echar a rodar la bola del nuevo Estatut convencido de que no sólo podría controlar todos sus efectos, sino que convertiría las carambolas en una oportunidad para embridar al PSC desde Ferraz. Su negativa a reconocer los primeros síntomas de la crisis ha acabado lastrando de locuaz optimismo la acción de gobierno. Su querencia por actuar como el gestor de un tesoro cuyos fondos pueden distribuirse a placer ha desnortado al Gobierno, porque aunque lo importante se haga bien lo accesorio acaba emborronándolo todo.
A Zapatero no le han dejado solo. Es si acaso él quien ha ido cultivando con extraordinario celo su soledad. Cuando hoy se reúna el Comité Federal socialista, todas sus voces se aprestarán a arropar al secretario general frente a las invectivas de quienes debieran haberlo arropado; frente a la insensata e incluso traidora actitud de quienes prefieren hacer valer su particular interés contra el interés general de la izquierda. Hay indicios para pensar que, además de impasible, es implacable. Éste sería otro tema si no contribuyese a ahondar su soledad ante un partido atemorizado también por lo que pudiera pasar.
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Claro que la cosa no tiene mucho remedio. Es más que improbable que Rodríguez Zapatero reaccione abandonando la seguridad que le aporta su soledad o que, decidiéndose a rectificar, sea capaz de hacerlo de verdad. Especialmente porque, en la soledad, el gobernante tiende a pensar que no le comprenden, que son terriblemente injustos con él. El hombre solo se alimenta de recelos y distanciamientos; de desconfianzas hacia quienes le rodean. Además ¿qué pueden reprocharle si les ha dado un largo período de gracia frente al acoso de la derecha?
Zapatero se hallará hoy ante quienes ya no creen en su suerte, ni confían en su terquedad. Pero sabe que los socialistas no tienen nada que hacer sin su soledad. Los del Comité Federal necesitan salvarlo, arroparlo, ocultar sus debilidades mediante loas, tratar de que no se desmorone y, sobre todo, de que no se vuelva contra cada uno de ellos. Esperan que mantenga el empate virtual frente a Rajoy para vencer en el último momento. Aunque temen que se interponga el retroceso que podrían experimentar en autonomías y ayuntamientos dentro de año y medio.
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