Pues bueno, ahí está
EMECÉ
Domingo, 15 de febrero 2009, 02:51
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Asistir al estreno absoluto de una ópera, como es el caso, siempre impone un poco de respeto, sobre todo pensando en que la música escenificada y cantada de ahora es, necesariamente, distinta, a la de los siglos XVIII, XIX y principios del XX. Estamos en otra sociedad con otros valores. Si a ello se le añade que el mito de Fausto aquí está travestido, al igual que Margarita, que nace un niño clónico de un amor lésbico (sin mediar varón), que Dios obra en escena y que el libreto es del anarcoespiritual Fernando Arrabal, entonces el respeto se mezcla con la curiosidad y, por qué no decirlo, con un precavido escepticismo, sin prejuicios.
La música que Balada asigna al foso orquestal es muy interesante, siendo patente su formación en el expresionismo americano; pero donde el compositor está muy carente de ideas, de melodías (salvándose muy poco en el dúo de Faust-bal y la Amazona) es en el trabajo escrito para las voces, lo que hace árido y, a veces, casi vacío, el canto de éstas, pese a las apreciables calidades que sostienen cada uno de los seis cantantes. El tinglado escénico de Joan Font no aporta ninguna novedad de mérito, recurriendo a planteamientos ya vistos y conocidos. Sigue siendo un maestro en el movimiento de figurantes, en este caso el cuerpo de baile (esqueletos y amazonas). El libreto de Arrabal no llega a sorprender, está dentro de su caos emocional y de su descontrol de conceptos. Escandaliza poco y causa, a veces, más hilaridad que reflexión. Es meritorio su esfuerzo hacia el verso consonante.
Soberbio -poco valorado en el estreno- el complejo trabajo de concertación de Jesús López Cobos, en esta obra tan tutelada en su gestación por él. Un deseo: que esta ópera tenga éxito allende nuestras fronteras; aquende, en las Españas, apenas habrá esfuerzos para su puesta en escena. Dice y aporta poco.
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