Imanol Olaizola | Fundador de la OSE

«Nunca hubiera imaginado que la Orquesta tendría este nivel en solo treinta años»

Hace una semana fue homenajeado por la labor que desempeñó treinta años atrás

TERESA FLAÑO

Martes, 24 de enero 2012, 08:32

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Este año se cumple el trigésimo aniversario de la fundación de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Por este motivo, el pasado viernes se rindió un homenaje a su impulsor, Imanol Olaizola (1920). Este químico amante de la música no es partidario de atribuirse méritos, «porque siempre he preferido trabajar en equipo», pero no le disgusta la definición que le atribuyó Iñigo Alberdi, actual director general de la formación sinfónica, cuando durante el reconocimiento le catalogó como «el ideólogo de la OSE».

-¿Cómo vivió el homenaje que le realizaron en el Kursaal?

-Fue muy emocionante y sorprendente porque no me lo esperaba. El efecto es como si uno se encontrara en una nebulosa un poco irreal, donde van apareciendo muchos amigos, muchos recuerdos... como una especie de barullo mental.

-Dentro de esos recuerdos me imagino que estarían los inicios de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. ¿Cómo fue montarla desde la nada?

-Fue con una enorme ilusión pero consciente de que era muy difícil. Soy hijo de músico y conocía bastante bien la situación de la música hace cuarenta años. Era notablemente precaria. Los profesionales estaban muy poco considerados y para poder vivir tenían que recurrir a otras ocupaciones. Se daban muchos casos que yo calificaría de heroicos porque seguían fieles a su profesión y hacían cuanto podían. El primer contacto que tuve con ese mundo difícil y conflictivo fue cuando estuve dos años, porque luego dimití, como vocal de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio con Ramón Usandizaga como director. Había dos dificultades: la precariedad económica y la poca estima a los músicos. Aquello no podía ser, no era el momento, pero el tema de la necesidad de una orquesta en condiciones seguía en mi cabeza. Entre el segundo Consejo General Vasco y el primer Gobierno Vasco a principios de los 80 esa ilusión se reactivó. El consejero de Cultura Ramón Labayen nos reunió a los directores de departamento, yo lo era de Creación y Difusión Cultural, y nos explicó la situación: precariedad económica y necesidad de ilusionar a la gente. Yo planteé la idea de una orquesta y le gustó. Hice el proyecto, al lehendakari Carlos Garaikoetxea también le gustó. La situación era tremendamente difícil. No voy a hacer comparaciones, pero se nos ha olvidado el momento económico de entonces que era angustioso. Les pareció oportuno meter un ingrediente de ilusión. Así nació el proyecto. Yo ya tenía algo de experiencia porque había organizado, entre otras cosas, el Festival Coral de Gipuzkoa para que los coros de aquí pudieran ofrecer varios conciertos poniendo en valor lugares donde antes no se habían ofrecido ninguno.

-¿Se encontraría con muchos problemas para encontrar músicos cualificados que quisieran formar parte de una orquesta que todavía no había nacido y de la que nadie sabía nada?

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-Tuvimos tremendos problemas. Nos hubiera gustado tener en consideración a aquellos músicos huérfanos de ayudas. Era imposible porque queríamos una orquesta que tuviera el carácter de la actual. Había que exigir un nivel de preparación alto y esos músicos no tenían rodaje ni experiencia. Nos encontramos con bastantes protestas de esos músicos.

-¿El hecho de que San Sebastián fuera elegida como sede de la futura orquesta también creó problemas? Sobre todo teniendo en cuenta que Bilbao ya tenía su propia sinfónica.

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-En esos momentos la orquesta de Bilbao se tambaleaba. En San Sebastián estaba el Orfeón Donostiarra y yo entendía que podíamos ser buenos compañeros de viaje porque esa coral hacía espléndidos conciertos fuera, en Madrid, París, Burdeos, Toulouse., pero aquí no porque no había una orquesta a su altura; solo uno al año con la Orquesta Nacional que solía dirigir Rafael Frühbeck de Burgos. Yo era consciente de que para sacar el proyecto adelante había que tratar de aunar, de consensuar hasta donde se pudiera y no crear rivalidades. Labayen consultó a los tres diputados generales y a los alcaldes de las tres capitales. Solo respondió San Sebastián. El diputado general, Xabier Aizarna, nos ofreció su apoyo, pero no tenía ningún local aprovechable para que ensayáramos. Era necesario porque todo iba contrarreloj. Hay que tener en cuenta que el primer Gobierno Vasco se constituyó en 1981 y la Orquesta comenzó a funcionar ese mismo año. El alcalde donostiarra Jesús Mari Alkain ofreció el Palacio Miramar, que no tenía nada en su interior, pero las salas servían para ensayar. La sala de ensayos del Conservatorio era malísima. En alguna ocasión se había facilitado el Salón de Plenos y los bajos del Ayuntamiento pero todo era muy precario. Vitoria y Bilbao dieron la callada por respuesta. Esto facilitó al Gobierno decantarse por San Sebastián. Luego es cuando vinieron las quejas por parte de Bilbao.

-¿Hicieron algo para aplacarlas?

-Decidimos que los ejercicios de los músicos para la selección se hicieran allí. No teníamos nada que ofrecer. ¿Quiénes éramos? Ahora la gente conoce la OSE y quiere entrar, pero entonces no. En Bilbao había una mayor concentración de músicos a la sombra de la programación de la ABAO. El jurado estaba integrado por músicos que no eran vascos, entre ellos Enrique Jordá, que iba a ser el director, y Xavier Montsalvatge. La verdad es que pusieron un nivel y los que se presentaban no llegaban a él. Nuestra idea era tener setenta músicos y al principio solo unos cincuenta daban el nivel. Estuvimos un mes de selección trabajando mañana y tarde. Un día un periodista me llevó a la radio y en directo me preguntó si queríamos eliminar la Sinfónica de Bilbao. Entonces me surgió una frase que al día siguiente apareció en los periódicos: «Es la primera vez en mi vida que oigo que un nacimiento presuponga una defunción». Le hice polvo. La verdad es que hubo muchas peleas y disgustos, pero a la larga fue bueno porque las instituciones vizcaínas se fijaron en su orquesta y la apoyaron más. Había y sigue habiendo espacio para las dos.

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-Y finalmente, llegó el primer concierto.

-Sí, Enrique Jordá y su ayudante llegaron a la conclusión de que en los ensayos la Orquesta ya no avanzaba más y había que pasar la prueba de fuego de enfrentarse al público. Realizamos una serie de conciertos antes de la presentación oficial en las tres capitales que fue en octubre de 1982. El primero de ellos fue el 24 de junio en la Iglesia de Nuestra Señora del Juncal de Irun. Recuerdo que al acabar el musicólogo José Luis Ansorena me dijo: «Creo que por fin vamos a tener una orquesta». Para mí fue un orgullo que una persona como él, con un sentido crítico muy grande cuando habla de música, pensara así.

-¿Cómo ve a la OSE tres décadas después?

-Nunca hubiera imaginado que se iba a conseguir lo que se ha logrado. ¿Quién hubiera pensado que a estas alturas íbamos a tener ya 7.000 abonados? Solo otra orquesta en España tiene más, la de Barcelona. Treinta años son muy pocos para una orquesta, es muy joven. En 1985 estuve en un congreso en Estocolmo de orquestas sinfónicas. De España solo había dos representantes el de la Nacional y yo. Nosotros solo llevábamos dos años funcionando y nos encontramos con miembros de formaciones de todo el mundo como las filarmónicas de Viena y Berlín. El tema del congreso era el futuro de las orquestas sinfónicas y lo pintaban muy negro porque estaban desapareciendo bastantes. A mí me miraban como un bicho raro. Es un mundo muy duro y hay que mantener un nivel muy alto, no solo vale tener 7.000 abonados, hay que revisar constantemente todos los pasos que se dan para seguir en lo más alto. Nosotros teníamos la pretensión de alcanzar el nivel suficiente para ser aceptados en los circuitos comerciales europeos y se ha logrado. Era algo deseable, pero un sueño casi imposible poder ir a Berlín y a Londres siendo una orquesta conocida y que llenara los auditorios. Esto no quita, como dije en el homenaje, que mi deseo ferviente son otros treinta años en constante superación. Tiene mucha calidad, pero todavía puede recorrer mucho más.

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-¿Suele pensar que de haber existido Musikene en el momento de la fundación, la Orquesta hubiera sido otra?

-Sí. Y es algo que me da envidia. Ahora en los concursos entra gente procedente de estos lugares de formación. Cuando fui a ese congreso de Estocolmo aprendí lo que se debía hacer y sobre todo lo que no se debía hacer. La conclusión a la que llegué es que había que tomar el pulso constantemente no solo a los músicos que están en el escenario, sino también al público. Ése es el problema de algunas orquestas que están de capa caída. Muchas veces se olvidan de que tocan para otros. Desde la creación hasta que llega al cerebro del oyente para convertirse en sensaciones el proceso es largo y hay que tener en cuenta todos los aspectos para mantener la tensión y el nivel. Nosotros hemos tenido la suerte de que a medida que crecíamos en calidad se han creado nuevos espacios como el Kursaal o el Euskalduna para atraer a más público.

-¿En qué aspectos cree que se puede mejorar esta orquesta?

-Repito que lo importante es la constante superación. Hay que seguir creando más afición. El último concierto es una buena prueba de cómo hacerlo. La primera parte, un estreno mundial con el encargo a un británico que escriba una obra teniendo como base la música popular del zortziko y la segunda parte con un género que aquí no se había oído nunca, donde la percusión brillaba de semejante manera. Jordá me decía que en una orquesta una de las cosas más importantes es la programación porque de ella depende el público.

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