CICLISMO

Veinte años de la primera gran gesta de Miguel Indurain

El 19 de julio de 1991, viernes, reventó el Tourmalet y se vistió de amarillo

BENITO URRABURU ENVIADO ESPACIAL

Martes, 19 de julio 2011, 11:32

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En la zona reservada a los coches de equipo que había en la llegada a Val Louron, José Miguel Echavarri, emocionado, cogía aire y esperaba los tiempos de la etapa, cronómetro en mano. Hasta que fueron oficiales no se quedó tranquilo. ¡Miguel Indurain se ponía de líder del Tour con tres minutos de ventaja sobre Charlie Mottet! Bugno y Chiapucci comenzaban a sufrir la anestesia de Miguel, que les dejaba a 3:10 y 4:06 en la general. Eusebio Unzue decía: «Indurain ha ganado el Tour de Francia».

Poco dado a los alardes en la carretera y fuera de ella, sin ningún interés en humillar a unos rivales que terminaban adorándole, Indurain realizaba una de esas exhibiciones que marcan toda una carrera. Se alió con Claudio Chiapucci y juntos dinamitaron el Tour. La etapa la ganaba el italiano. Bugno terminaba a 1:28, Fignon, a 2:50 y Mottet, a 3:53. Indurain atacó en el descenso del Tourmalet, con dos puertos por delante, Aspin y la llegada a Val Louron, con 60 kilómetros por recorrer, un distancia que se nos hizo corta viendo el rodar majestuoso del navarro.

Con una inteligencia natural en carrera única, dejó que Chiapucci se acercase a él. Dos corredores harían más camino que uno y no se equivocó. A Greg Lemond le rompió físicamente. Un día después, el americano decía. «No creo que Indurain pueda ganar el Tour. Hay una cosa que me hace dudar. En algunos momentos va a cola del pelotón. Bugno tiene más posibilidades de poder vencer».

Es jugar con ventaja, pero Lemond se equivocó. De pleno. Fueron 232 kilómetros y el americano estaba roto a 500 metros de coronar el Tourmalet. Los demás iban como podían, excepto Chiapucci, el mejor aliado que pudo encontrar Miguel Indurain. Un corredor incombustible. Siempre se llevó bien con los dos italianos.

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No sólo estaba ganando el Tour, sino que se convertía en el relevo de Perico Delgado. Queda la duda de lo que sucedió en 1990, cuando Perico era el líder de Banesto. Los galones los tenía el segoviano. Si se los hubiesen dando a Indurain, quizá estaríamos hablando de un Tour más, pero eso sería desvirtuar la historia de lo que pasó.

En su línea, Indurain, después de dejar a todo el pelotón deshecho, dijo en la meta: «He logrado una ventaja muy maja. Cuando vi que el líder, Luc Leblanc, se quedó cortado, le ataqué bajando el Tourmalet». A partir de ese momento, la carrera se rendiría a un Indurain que en París logró unas diferencias de escándalo, con Gianni Bugno a 3:36, Claudio Chiapucci, a 5:56, Charly Mottet, a 7:37 y Luc Leblanc, a 10:10.

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Las contrarrelojs eran largas, de las que le gustaban al líder. En la última, de 57 kilómetros, con una renta de minutos importante, se limitó a ganar. Bugno finalizaba a 27 segundos, Lemond, a 48 y Chiapucci, a 1:08.

José Miguel Echavarri, después de la exhibición que vio, despejó todas las dudas que tenía. «Al igual que hizo el año pasado Miguel con Pedro (Delgado), este año Pedro trabajará para Miguel. Contar con él (Perico) en el equipo es un privilegio para Miguel, una suerte y una garantía por la experiencia que acumula».

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Un cambio generacional

Cuando Miguel Indurain ganó su primer Tour llevaba ya seis participaciones en la prueba. Conocía la carrera a fondo, tanto los Pirineos como los Alpes, y en 1990, trabajando para Perico, había sido décimo además de ganar en Luz Ardiden.

Hombre de pocas palabras en aquel entonces -luego ya se soltaría más-, a Miguel le acompañaron en aquella aventura Perico Delgado, Marino Alonso, Dominique Arnaud, Jean François Bernard, Fabrice Philipot, Javier Lukin, Jesús Rodríguez Magro y el colombiano Abelardo Rondón. Un grupo bastante completo que tenía muchos corredores para la montaña.

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Eusebio Unzue reconocía que llegaron a la salida de aquel Tour «con dos líderes, Delgado e Indurain. En Jaca lo pasó mal Pedro y decidimos ser menos conservadores, atacar con Miguel, que ya había demostrado un año antes que se podía contar con él».

Para Unzue, «el primer Tour de Miguel se comenzó a ganar un año antes, cuando trabajó para Perico. Se convenció de que el Tour era un objetivo posible. Cuando atacó bajando el Tourmalet y se llegó a Val Louron se produjo un cambio generacional».

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Había miedo a la etapa que finalizaba en Alpe D'Huez, donde las diferencias fueron mínimas, de segundos, pero a favor de Indurain, al que Bugno sacó un segundo. Chiapucci llegó a 43 segundos. La general que salió de Alpe D'Huez dejaba muy pocas dudas. Indurain era líder, con Charlie Mottet a tres minutos, Bugno, a 3:10 y Chiapucci, a 4:10.

Unzue fue quien dirigió toda la carrera de aficionados de Miguel Indurain. Era su ojito derecho, al que mimaba e incluso mandaba atacar aunque hubiese un corredor en su equipo mejor clasificado. Le gustaban los corredores grades físicamente, -ahora le siguen gustando del mismo tonelaje-, y con él comenzó a pulirse antes de llegar junto a Echavarri, donde le dejaron madurar a fuego muy lento. Tan lento que hubo un momento en el que pensaron que no terminaría de dar el salto definitivo.

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Miguel Indurain no es un hombre de celebraciones. No ha querido ningún tipo de homenaje, ni tampoco recordar mucho aquellos momentos, ni volver a Val Louron. Nada: «Me quedó con lo que yo viví», ha dicho. Ya es suficiente para un ciclista que sacó al ciclismo español del tópico de corredor bajito, escalador y flojo contrarrelojista.

Una nueva época

Llegó un corredor grande, medía 1,86, que movía unos desarrollos terribles en las contrarrelojs y que no se quedaba en las grandes etapas de montaña. Un ciclista para una nueva época. No le gustaba mucho mandar en la carretera, disimulaba muy bien su estado físico, los malos momentos que podía pasar en carrera. Detrás de sus gafas de sólo nadie sabía la realidad de su estado físico. Nadie salvo él.

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Un 19 de julio de 1991, hace hoy veinte años, comenzó la leyenda de un ciclista que marcó una época en el deporte mundial. Alguno de los corredores que formaron aquel equipo necesitó, muchos años después, la ayuda de los líderes para quienes trabajó y se la dieron, tanto Miguel Indurain como Perico Delgado.

La gloria de aquel Tour fue un poco de todos los que vivieron la confirmación de Miguel Indurain. De todos los que trabajaron con él y de todos los que confiaron en él. Desde que dio pedales por primera vez en las carreteras navarras.

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