Javier Urra, que participa en el curso de verano de la UPV 'Inmadurez colectiva, busquemos soluciones´. Michelena

Javier Urra | Psicólogo

«La Inteligencia Artificial te escribirá una poesía, pero no tiene creatividad ni sabe que va a morir»

Vuelve a los Cursos de Verano para proponer un debate sobre «la mal llamada» inteligencia artificial. «La inteligencia ha de ser emocional», dice

Ane Urdangarin

San Sebastián

Lunes, 25 de agosto 2025, 00:02

Con 68 años recién cumplidos, dos infartos superados y sin ninguna intención de jubilarse, el psicólogo Javier Urra vuelve otro año más, y ya van catorce, a los Cursos de Verano de EHU de San Sebastián, «donde pasaba las vacaciones de niño», para generar debate sobre la inteligencia artificial «desde el respeto y el pensamiento». El estellés ha invitado, entre otros, a Espido Freire y a Juan Manuel de Prada a las sesiones que entre hoy y el miércoles se celebrarán bajo el título 'El ser humano no es lógico, y la inteligencia no es artificial'.

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– ¿Cuántas veces le ha hecho alguna pregunta a ChatGPT?

– Ninguna. He escrito 86 libros, todos a pluma. Mis dedos no han tocado un ordenador, tengo una secretaria que me los transcribe. En los 35 años que trabajé en la fiscalía mis informes forenses eran todos a mano, con lo cual jamás he copiado una frase, no he hecho un corta y pega. Pero no estás hablando con un señor de Atapuerca. En mis tres centros en los que tratamos a jóvenes con problemas trabajan 135 sanitarios de alto nivel, y en esos centros no hay teléfono móvil ni para los chicos ni para los profesionales. Y no pasa nada. Doy clases en la Universidad Complutense de Madrid y mis alumnos tienen papel y bolígrafo, no hay ordenador. ¿La tecnología como herramienta? Claro que lo utilizas, como el GPS, que te lleva de un lado al otro. En Medicina, por ejemplo, los avances en el mapeo cerebral van a ser sorprendentes, y es genial la capacidad para tener conclusiones de un melanoma tras reunir 500 millones de diagnósticos. La herramienta es maravillosa, otra cosa es el nombre.

– ¿La IA no es inteligente?

– Es un nombre de marketing, creo que habría que llamarlo computacional. La inteligencia tiene que ser emocional: el ser humano tiene inteligencia porque anticipa, porque tiene nostalgia, duda, se equivoca, es contradictorio, porque tiene ética. La herramienta no la tiene. Nosotros la adoptamos para que nos resuelva, pero son ceros y unos, pura estadística.

– ¿Tampoco es artificial?

– No, porque está copiado más o menos de la forma de procesar que tiene el cerebro. Se calcula que las neuronas que tiene el ser humano son tantas como hojas hay en el Amazonas. No hay máquina que pueda con la cantidad de sinergias, de sinapsis del ser humano en todo momento. Otra cosa es la memoria. Claro que una máquina va a tener una memoria prodigiosa, entre otras cosas porque el ser humano tampoco tiene borrado. Por ejemplo, veo a un señor que baja de una cosechadora y la máquina sigue trabajando toda la noche, calcula dónde hay una roca para esquivarla... Pero la decisión de ponerla en marcha es humana, ¿no?

Expectativas

«A la vida no se le puede pedir más de lo que nos puede dar, esto no es Disneyland; no todos son momentos buenos»

– ¿Hasta qué punto manejan los algoritmos de las grandes tecnológicas privadas nuestras vidas, condicionan nuestros gustos e incluso pensamientos?

– Eso depende de la capacidad crítica que uno tenga. Yo esta mañana he paseado durante tres horas y me he sentido muy solo. Ahora, sí soy consciente de que si a Google le hago tres consultas porque me voy a comprar un coche luego me van a salir 80 anuncios de coches. Y eso va teniendo sesgo. Entonces yo tengo la capacidad crítica y por eso un día escucho la SER, otro Onda Cero y otro la Cope, porque soy consciente de la subjetividad. Suelo llevar a mis cursos ponentes que generan filias y fobias porque quiero generar debate desde el respeto y el pensamiento.

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– ¿La IA nunca nos alcanzará?

– El ser humano sabe que va a morir y la máquina, en cambio, no. Un niño de siete años sabe que va a morir, como ha muerto su abuelo o su tortuga. Querer comparar a un ser humano o a mi nieto de tres años jugando conmigo al 'cucu' con una máquina es no entender nada. Una máquina puede ganar a Kasparov en un campeonato de ajedrez porque ha aprendido todas las jugadas. Y te puede hacer un cuadro y una poesía, pero no tiene la creatividad. Y tan no la tiene que el alumno que copia siente malestar porque sabe que no es suyo propiamente.

– ¿Nunca será emocional?

– Ahora mismo tú te puedes tocar, pero la máquina no tiene ese aspecto perceptivo. Tú tienes psicohistoria. ¿Tendremos coches que nos llevarán de manera autónoma? Sin duda, sí. La pregunta es: ¿Quieres ser conducido o prefieres conducir tú? Esta es la cuestión. El ser humano a veces quiere cosas tradicionales, estar cuatro horas en la cocina para hacer un bacalao, plantar un tomate y recogerlo en su huerta. Ese es el ser humano, que no es lógico, sino psicológico. La inteligencia es humana porque es emocional. Otra cosa es que el ser humano tiende a ser estúpido con mucha facilidad, no es perfecto, no es una máquina, no es previsible: es capaz de un gran gesto de generosidad y de cometer un hecho terrible dos horas después.

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Avances tecnológicos

«Habrá coches que nos llevarán de forma autónoma. La pregunta es: ¿quieres ser conducido o prefieres conducir tú?»

– ¿Qué influencia tienen todas estas herramientas tecnológicas en la inmadurez colectiva de la que viene alertando?

– La inmadurez colectiva es de Occidente, porque en el África subsahariana tienen que buscarse la vida, y de países como España, uno de los de menor natalidad junto a Italia y de mayor longevidad junto con Japón. ¿Qué ocurre? Que los padres quieren comprar el cariño de los hijos, se dejan chantajear y el niño va aprendiendo a no aceptar frustración. No se educa correctamente. Si mi nieto se pone a comer las patatas fritas que están en medio de la mesa, paro la comida delante de mis hijos, de mi yerno, de mi nuera y le digo que a partir de ahora no come ni una sola patata frita y nos las vamos a comer los demás. A los chicos más conflictivos de mis centros los mando a un campamento, me los llevo a un hospital a ver a niños que van a morir de cáncer o al centro nacional de parapléjicos de Toledo; los enfrento con la realidad de la vida, que es preciosa en la belleza, en la creatividad o en el amor, pero que también tiene partes duras. Porque si no, te haces inmaduro.

– ¿Estamos educando jóvenes de cristal?

– Sí. Hay que saber que a veces la actitud es importante pero la vida tiene mucho de dolor o de sufrimiento. Tú y yo podemos acabar ahora la conversación e inmediatamente recibir una llamada que te cambie la vida, y no ha dependido de ti. El ser humano tiene que saber que es vulnerable.

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– ¿Cómo educamos para asumir esa realidad?

– Lo primero es comprometerse con los demás. No se trata de estar mirándose uno siempre el ombligo, sino preguntarse: ¿Qué tengo que hacer por los demás? Lo importante no es el yo, sino el tú. Y otra es 'ponte a hacer'. Se nos va la fuerza hablando. El esfuerzo es fundamental. En la universidad, al que no sabe lo suspendo, y lo vuelvo a suspender tantas veces como haga falta. Y si no acaba la carrera por mi culpa, pues no acabará. Es que no me importa. A mí lo que me interesa es que el día que tenga que tratar a un paciente sepa, y si ha sido alumno mío tiene que saber.

– Ha escrito junto a Gabriel Kaplan 'Un país medicado'. ¿Seguimos patologizando la vida?

– Vivimos en una sociedad muy de aquí y ahora, del no quiero sufrir. Kaplan y yo no tenemos nada en contra de los psicofármacos, porque tratamos a jóvenes muy complicados que los necesitan. Ahora, hacer un uso rápido de la benzodiazepina, luego tomar un somnífero… Pero no solo en jóvenes. Tú miras en el bolso de una señora mayor y a lo mejor lleva medicación que era para seis semanas y lleva seis años consiguiéndola, y hay gente que conduce bajo efectos muy discutibles. ¿Por qué? Porque no se quiere enfrentar a la vida. A veces uno tiene que saber cambiar, entender que la culpa no es de los demás, no ir por la vida asumiendo siempre el papel de víctima. Tenemos capacidad para levantarnos.

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Inmadurez social

«Los padres quieren comprar el cariño de los hijos, se dejan chantajear y el niño va aprendiendo a no aceptar la frustración»

– ¿Seguimos pidiendo a la vida más de lo que nos puede dar?

– Suelo repetir mucho que a la vida no se le puede pedir más de lo que nos puede dar. Porque eso es un problemón, esto no es Disney, no es un parque temático. A la vida le tienes que pedir momentos buenos y otros insatisfactorios. Puedes tener una amiga que un día deje de hablarte. ¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho? Y te quedas sin una respuesta. La vida es así. No puedes decir 'si yo te quiero a ti, tú me tienes que querer a mí'. No funciona así.

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