Algunos expertos aseguran que vivimos tiempos inciertos y complejos, acentuados por las amenazas económicas y geopolíticas de Trump. Otros dicen que es «como siempre». Refresquemos ... la memoria y veamos. Nací en 1959, en plena dictadura franquista. El año se estrenó con la entrada de los barbudos revolucionarios en La Habana. Comenzaba otra dictadura, la castrista. Al poco, la crisis de los misiles tuvo al planeta en vilo. Fue el punto álgido de la Guerra Fría. En 1963 John Fitzgerald Kennedy fue asesinado, como Martin Luther King y Robert Kennedy un lustro después. Comenzaba la guerra de Vietnam. La comunidad negra estadounidense clamaba por sus derechos. La primavera de 1968 fue la de Praga, aplastada por los tanques soviéticos, y la de París, con idealismo y adoquines. En Biafra los niños morían desnutridos. El movimiento hippie anunció su «haz el amor y no la guerra» con una explosión de creatividad y un hiperconsumo de drogas. Llegamos a la Luna. Los 70 arrancaron con la crisis del petróleo que amenazó a la industria de Occidente. La Revolución Cultural culminó el plan totalitario de Mao. Se patrocinaron sangrientas dictaduras en Latinoamérica, Asia y África. La masacre de Soweto alertó sobre el apartheid. Franco murió y comenzó una transición que la nostalgia de algunos y la irrupción de ETA pusieron en riesgo. La sinrazón terrorista causó un dolor inmenso a quienes lo sufrieron directamente y un quebranto moral y económico a una sociedad que todavía sigue pagando tan penosa factura.
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Vivimos unos 80 de muerte y destrucción con terrorismo, reconversión, paro, movida, heroína y sida. Etiopía sufrió una hambruna que conmovió al mundo. África y Oriente Medio pasaron a ser el epicentro de los conflictos bélicos (hasta hoy). Los 90 recibieron con alegría la caída del muro de Berlín y la llegada de Internet que abría la puerta a infinitas oportunidades. China emergía como potencia económica. La mujer se incorporaba con decisión al mercado laboral. Todo parecía mejorar, pero los genocidios en los Balcanes y Ruanda y el terrorismo recordaban que los derechos humanos eran sistemáticamente vulnerados. El inicio del siglo XXI fue frenético (Euro, 11-S, 11-M, primavera árabe y el polvorín de Oriente Medio). Hasta hoy.
Somos privilegiados por nacer donde nacimos, pero hay otro mundo que llora
Internet y las redes sociales han puesto patas arriba la comunicación y las relaciones interpersonales. Para bien y para mal. Adicciones, soledad y desinformación son algunos efectos indeseados. La IA y la cuántica encandilan e inquietan. Surgen nuevas profesiones y desaparecen otras por mor de la automatización y la digitalización. La demografía desafía la cohesión social: Occidente es cada vez más viejo y con una natalidad tan baja que no garantiza el relevo generacional. Los jóvenes no pueden acceder a su independencia con empleo y vivienda dignos. Esta realidad solo se subsana con inmigración e inteligencia social. Algunos se niegan a aceptarlo y su intolerancia es aprovechada por populistas hambrientos de poder y apoyados en maestros de la desinformación. Las ideologías clásicas y moderadas languidecen entre escándalos de corrupción e incompetencia que minan la confianza de la ciudadanía. Para más inri, sufrimos tres crisis brutales (financiera, sanitaria y energética) y los cambios se suceden a velocidad vertiginosa, lo que menoscaba nuestra capacidad de adaptación.
En resumen, nuestro mundo cambia «como siempre, pero más rápido». Pero hay otros mundos. Verán. Es cierto que los índices de esperanza de vida, violencia, pobreza y desigualdad mejoran, pero los atroces desastres humanitarios (Gaza, Siria, Sudán, Mali, Venezuela, Ucrania, Congo, etc.), los 123 millones de refugiados y 700 de hambrientos, las nuevas formas de esclavitud (trata de personas, redes criminales de inmigración, explotación infantil) y otras aberraciones contra la dignidad humana, generan dudas y sacuden conciencias. Somos privilegiados por nacer donde nacimos y nos preocupan las sempiternas amenazas existenciales (guerra nuclear, cambio climático, pandemias y disrupción tecnológica) mientras otro mundo llora. Como siempre.
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