Una fe de erratas escrita sin corazón
Del virus a la guerra ·
Tras la plaga de la Inteligencia Emocional, llega la Inteligencia Artificial, una vez más, con la vieja promesa de salvarnos de nosotros mismosCuenta Salcia Landmann un chiste del Holocausto: un nazi se dispone a fusilar a un grupo de judíos, cuando se para ante uno y le ... dice: «Tengo un ojo de cristal. Si adivina inmediatamente cuál es le perdonaré la vida». «¡El izquierdo!», responde en el acto el judío. El SS replica: «¡Increíble! ¿cómo lo ha sabido?». «¡Por esa expresión tan bondadosa!». Hay que ser optimistas y pensar que los avances de la Ciencia pronto permitirán implantarles a los tuertos unos ojos que no sólo vean, sino que también transmitan sus emociones más sinceras, completando así la intensidad de su mirada. La Historia lo apostó todo durante mucho tiempo a que el progreso técnico y científico acudiría en nuestro rescate, pero también es cierto que experiencias tan decepcionantes como la del VAR han enfriado mucho los ánimos y parecen habernos devuelto a nuestro lugar natural, esto es, a la casilla de salida. Y qué decir de la aplicación rapaz de la informática, que ha derivado en su utilización perversa por parte de la Administración y las entidades bancarias para ahorrar costes, restringir las citas presenciales y cerrar oficinas, sacrificadas en el infernal altar de las gestiones digitales.
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Con todo, aún hay señales de progreso. A la Inteligencia Emocional –hoy en día, un tanto de capa caída–, le ha venido a sustituir la Inteligencia Artificial. Aquí conviene aclarar un punto: las relaciones sin amor entre sustantivos y adjetivos están fenomenal, pero cuando forman un matrimonio indisoluble y se van a vivir juntos –'Periodismo Humano', 'Inteligencia Emocional' o 'Inteligencia Artificial'–, conviene tomar precauciones por si nos están vendiendo lo mismo de siempre, envuelto en papel de regalo nuevo.
Hace tres lustros, alguien en la Diputación Foral de Gipuzkoa quedó subyugado por aquella Inteligencia Emocional que por aquel entonces gozaba de su punto máximo de prestigio. El plan era sencillo y la inversión prevista, de unos cinco millones de euros. El objetivo, que para 2013 todos los guipuzcoanos hubieran recibido formación emocional. Se ignora –al menos yo–, si el proyecto prosperó o cayó en el olvido a manos de la crisis financiera, pero los resultados no fueron exactamente los esperados: en uno de los repuntes de la pandemia de coronavirus en Gipuzkoa, el diputado general, Markel Olano, soltó aquello de que «la gente se ha permitido lujos y comportamientos que han provocado esta situación» y hubo bastante consenso en que le había faltado empatía. Luego, el propio Olano se contagió, pero ésa es otra historia.
Aunque experiencias como el VAR no inviten al optimismo, al final la tecnología acaba mejorándonos la vida
Ahora hemos dejado atrás lo evanescente para centrarnos en lo tangible: llega la Inteligencia Artificial, que ya merodeaba por aquí, pero que ahora se presenta en todo su esplendor. Qué ganas de que se implante, nos desplace y sustituya porque aunque la tecnología es neutra, y admite todo tipo de usos, encontrará la manera de mejorarnos la vida.
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En lo que a este oficio se refiere, ya hay aplicaciones que confeccionan textos como éste o incluso complejos, como la crónica de un partido de fútbol. Y todo son ventajas: la Inteligencia Artificial no es que no tenga segundo equipo, es que no tiene ni primero. Ahora bien: puede fingir el sentimiento txuriurdin con una convicción que ya quisiera para sí la grada de animación. Ahí reside precisamente el truco infalible para descubrir quién ha escrito el artículo: si te da la razón en todo es que es obra de un ser humano.
La Inteligencia Artificial no tiene primer equipo, pero te escribe una crónica de fútbol que ni la grada de animación
De hecho, lo ideal sería que los textos de la Inteligencia Artificial tuvieran lectores, también artificiales. Nos evitaríamos déficits de atención y comprensión lectora, acusaciones de blanqueamiento, confusiones entre lo que es una pregunta y lo que es una respuesta, errores sobre qué es el entrecomillado y hasta la persistencia del uso de «la editorial». Y si bien es cierto que a la hora de pasar por el humillante trago de escribir una fe de erratas, la Inteligencia Artificial lo asumirá sin el menor atisbo de bochorno, ni romperse el corazón, también lo es que por fin, periodistas y lectores podremos reírnos todos juntos, cuando tras la lectura del enésimo artículo del cerebro informatizado, los segundos exclamen: «¡Este tío no tiene ni idea de lo que habla!». Y es probable que lo digan con toda la razón.
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