Crónica de un día negro para la Historia
Un brutal bombardeo contra la población civil arrasa Gernika y causa centenares de muertos. Carcasas de bombas alemanas surgen entre los escombros
JOSU GARCÍA
Miércoles, 26 de abril 2017, 10:22
26 de abril de 1937. El infierno ha caído sobre Gernika. La villa símbolo de los vascos arde por los cuatro costados. La destrucción ha sido total y cientos de personas han muerto o desaparecido. Aún es pronto para evaluar la magnitud de la masacre, pero está claro que el impacto psicológico será brutal y puede ser determinante en una guerra en la que el Gobierno de Euskadi ha permanecido leal en todo momento a la República.
Publicidad
Con los rescoldos aún calientes, quedan muchas preguntas sin respuesta para poder explicar un ataque que ha roto las reglas de cualquier guerra moderna. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Con qué objetivo? ¿Para qué? En el aire flotan las sospechas (se dice que se han hallado carcasas de bombas de la aviación alemana y que algunos cazas llevaban distintivos de la aviación de Hitler) y también una certeza: Gernika ha sido el primer bombardeo sistemático de la historia contra una población civil. Se había oído hablar de las atrocidades cometidas desde el aire por los italianos en Abisinia, pero esto supera con creces cualquier desastre conocido.
El ataque ha comenzado sobre las cuatro y media de la tarde. A esa hora, el pueblo bullía de actividad. El mercado daba sus últimos coletazos y había varios partidos de pelota programados, pese a que el delegado del Gobierno había pedido por la radio a la población que se quedara en casa. No fue el caso. Gernika estaba atestada de vecinos, refugiados y gente de los pueblos vecinos.
El zumbido de los motores ha roto la tensa calma de la retaguardia. Los primeros aviones llegan por el oeste. Las campanas de la iglesia de San Juan comienzan a tañir anunciando el inicio de la lluvia de fuego y metralla. La gente corre despavorida. Suenan las primeras explosiones. Y caen los primeros muertos.
Uno de los primeros en ser identificado es Tomás Arrien Ispizua, ebanista de profesión. Por la mañana estaba «feliz» en el mercado, «porque había cobrado unos trabajos que le debían desde hacía tiempo», relató uno de sus allegados. Al parecer, salió del refugio antiaéreo donde había buscado cobijo al percatarse de que su casa, con el dinero que había percibido, estaba ardiendo.
Publicidad
Descalzos e indefensos
Tras la primera oleada llegan más aviones. La población huye hacia el cerro de Lumo, en una carrera entre la vida y la muerte. El olor a quemado es insoportable. No sólo caen bombas sobre Gernika. Los pilotos comienzan a ametrallar a los civiles, sobre todo en las campas de Santa Lucía. Les ametrallan sin piedad, una pasada tras otra. Algunas de las víctimas de esta barbarie van descalzas. Han perdido sus zapatos y están totalmente indefensas.
El bombardeo se prolonga hasta las siete menos cuarto. Los habitantes de la villa y supervivientes que andan desperdigados por el monte se reúnen en grupos, especialmente numeroso el que sube a la colina de Lumo. Juntos y horrorizados ven arder la villa durante horas. Sus casas, vidas y sueños han quedado arrasadas. Sólo el roble de la Casa de Juntas ha resultado ileso. También las fábricas de armas de Astra, que se suponía que podía ser el objetivo de cualquier ataque.
Publicidad
Muchos vecinos habían tachado de alarmistas a los soldados que habían llegado, en días precedentes, del frente buscando refugio, y que relataban historias de venganzas y ajusticiamientos sumarísimos. La percepción general era que Franco no se iba a atrever a atacar la villa, por su simbolismo para el pueblo vasco. Nada más lejos de la realidad. Gernika llora hoy una tragedia e ignominia sin precedentes en la historia de la Humanidad.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión