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Marcial Zabaleta posa en la zona de La Concha donde aquel 14 de agosto de 1985 veía los fuegos junto a su mujer y su hijo, al que sostenía en sus hombros. Los tres resultaron heridos graves tras el estallido de una carcasa.
40 años del accidente en los fuegos de San Sebastián

«Aquella tragedia marcó a nuestro hijo para siempre pero él siguió viniendo a los fuegos artificiales»

Un niño de 6 años de Irun falleció en 1985 al estallar una 'japonesa' entre el público. Otro de Orio que cumplía 3 años aquel 14 de agosto, sufrió secuelas graves tras una tragedia que dejó 129 heridos

Oskar Ortiz de Guinea

San Sebastián

Jueves, 14 de agosto 2025, 06:34

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Aquel 14 de agosto de 1985, el niño Asier Zabaleta Escudero cumplía tres años. Esa noche volvió a nacer, aunque la tragedia marcó para siempre su vida. Era el pequeño de cuatro hermanos, y sus padres, Marcial y María Jesús, lo llevaron a ver los fuegos artificiales a Donostia, un plan que gustaba a esta familia oriotarra. La víspera los habían presenciado en la calle Hernani, pero esa noche fueron junto con otro matrimonio de Orio y se aproximaron más al paseo de La Concha, a la altura donde confluyen las calles Andia y Miramar.

En medio de un gentío, Marcial cargó con Asier «en los hombros» mientras los valencianos de Pirotecnia Arnal lanzaban su colección. Todo discurría normal, entre ovaciones del público, palmeras multicolor y fuertes estruendos que retumbaban en las fachadas. Hasta que el cielo escupió fuego y desató el infierno. «Fue visto y no visto», recuerda Marcial. Una 'bomba japonesa' con un defecto en su mecanismo no prendió en el aire, y cayó sobre el público. Al chocar contra el suelo, la esfera estalló y su onda expansiva sembró el drama. «Asier voló de mis brazos y todo el mundo saltamos por los aires. Cuando abrí los ojos, aquello parecía un campo de batalla, con muchísima gente herida. Todo eran llantos, sangre y quejidos: ay, ay, ay», rememora su padre.

David Rodríguez Sánchez, un niño irundarra de seis años, perdió la vida, y otras 130 personas resultaron heridas, algunas con amputaciones y graves quemaduras en el cuerpo. «Fue terrible. Yo conocía al padre del niño fallecido (José Felipe) porque habíamos trabajado juntos. Quitando a este chico, nuestro hijo fue el herido más grave», ya que parte de la espoleta de la 'japonesa' «se le clavó en la parte derecha de la cabeza, y perdió la movilidad del lado izquierdo». Le costó varios años recuperarse, aunque nunca lo hizo de todo. Falleció el pasado junio por «complicaciones en el cerebro», secuelas de aquel accidente. Asier habría cumplido hoy 43 años.

Asier Zabaleta, junto a sus padres y hermana en 1988, tras ser operado por tercera vez de la cabeza tras el accidente. DV

Cuarenta años después, Marcial tiene algunos recuerdos difusos, pero tiene grabada su desazón durante aquellos primeros minutos en el suelo. «Yo tenía un boquete aquí en la pierna –se toca la parte lateral trasera del muslo derecho–, que sangraba muchísimo. No podía levantarme, y tampoco veía a Asier. Un montón de gente particular vino a ayudar a los heridos. Un hombre me cogió por detrás, me levantó del suelo y me metió en un coche particular que me llevó al hospital», el entonces Provincial de Gipuzkoa, donde ingresó una treintena de heridos. Otra treintena lo hizo en la antigua residencia Nuestra Señora de Arantzazu, y el resto fueron repartidos entre Policlínica, Cruz Roja y Cruces. Se desplegaron todos los cuerpos de emergencia posibles y muchos particulares y taxistas con sus coches, ya que no había ambulancias ni vehículos oficiales para evacuar a los 129 heridos. Más de un centenar de personas se acercó a donar sangre esa noche, aunque no hizo falta que lo hicieran todas.

«Asier voló de mis brazos y todo el mundo saltamos por los aires. Parecía un campo de batalla; muchos heridos, sangre y llantos»

Marcial Zabaleta (Orio, 79 años)

Víctima de la tragedia

La madre de Asier, María Jesús Escudero, que también resultó grave, sí divisó a su hijo cuando yacía en el pavimento. Así lo contó a este periódico desde el hospital donde ingresó. «Solo vi cómo venía aquella bomba grande que reventaba cerca nuestro. Mi vestido estaba ardiendo. Yo lo apagué con la mano y no me pasó mucho. Estábamos muchas personas quejándonos, chillando y muy nerviosos. Mi hijo Asiertxo estaba en el suelo, en un charco de sangre terrible. Lo vi medio muerto, y dije que primero se llevaran al niño».

El pequeño fue evacuado a la UCI de Pediatría de la unidad de materno-infantil de la residencia. Marcial supo de su hijo, «a través de la radio. Entonces no había móviles, y una emisora dijo que había muerto un niño y Asier Zabaleta estaba muy grave, con estallido craneal y metralla en la cabeza». Marcial tenía 39 años y estuvo un mes en el hospital, donde los primeros días «me metían en una bañera para quitarnos los trozos de plástico que teníamos pegados en la piel y dentro de la herida». Compartió habitación con su mujer, de 36 años, que estuvo más de medio año hospitalizada. Sufrió fractura de tibia y peroné en una pierna y diversas quemaduras, «pero luego tuvo una embolia pulmonar, y estuvo seis o siete meses», apunta Marcial. El pequeño Asier permaneció ingresado «dos meses, pero después le tuvieron que operar un montón de veces», precisa el aita. El hijo mayor les llevaba noticias desde la residencia al hospital.

«En el suelo no veía a Asier, supe de él por una radio que dijo que había muerto un niño y Asier Zabaleta estaba muy grave»

Volver «para olvidar»

Obviamente, aquellas fueron semanas complicadas para esta familia, al igual que otras en las que también padres e hijos fueron pasto de la tragedia. Pero el drama se vivía también fuera del hospital. «Teníamos otros tres hijos –de 17, 11 y 10 años–. El mayor trabajaba en un bar, y había que atender a los pequeños. Tuvimos que coger una chica que ayudara en casa gracias al Ayuntamiento de Orio, que nos dio una ayuda porque nos quedamos sin ingresos, y cuando pudimos devolvimos aquel dinero». En este sentido, precisa que «costó varios años cobrar las indemnizaciones –el seguro de Pirotecnia Arnal ascendía a 25 millones de pesetas y el del Centro de Atracción y Turismo (CAT), a 10–, que fueron insuficientes porque había muchas víctimas. Además, cada uno hicimos lo que pudimos, no nos juntamos con un abogado para hacer más fuerza».

Pese al drama vivido, los Zabaleta-Escudero mantuvieron la tradición de ir de Orio a Donostia a ver los fuegos artificiales. «Uno de los médicos que atendió a Asier nos dijo que era importante seguir viendo los fuegos para ayudar a que el chaval no se quedara con el trauma», apunta el padre. «De mayor, siguió haciéndolo con los amigos o la novia».

«Un médico que atendió a Asier nos dijo que era importante seguir viendo los fuegos para que el niño no se quedara con trauma»

El trauma parecía superado, pero no olvidado. «Nunca olvidas una cosa así. Además, fue el 14 de agosto, el cumpleaños de Asier. Una fecha imposible de olvidar», añade el padre. Hoy será la primera vez que no pueda felicitar a su hijo. «Él llegó a recuperarse bastante bien, aunque tenía poca fuerza en el brazo izquierdo y algo de cojera. Tuvo sus trabajos, su novia, pero hace unos años empezó a sufrir algún derrame cerebral como consecuencia de aquello. Murió en junio. La familia nos pudimos despedir bien de él. Fue muy emotivo. Aquel accidente le marcó, pero nos queda el consuelo de saber que llegó a ser feliz».

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