«En fiestas no se ve ni el suelo»
Lorenzo Barrada lleva casi 15 años barriendo las calles de San Sebatián, pero en Semana Grande, su ritmo de trabajo se intensifica
Son las 12 del mediodía y el Boulevard de Donostia se llena de paseantes, ajenos al caos que reinaba ahí hace apenas unas horas. Momentos ... antes, «no se podía ver el suelo». En Semana Grande, 150 trabajadores limpian todos los días las calles de la ciudad, 111 de los cuales se encargan especialmente de las zonas afectadas por las fiestas. Lorenzo Barrada es uno de ellos.
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«Mi padre era barrendero», cuenta mientras coloca a la sombra su carro plateado. Son dos cubos de basura, con una manija y dos ruedas que parecen las de una bicicleta. Recuerda que cuando empezó, «el oficio no estaba muy bien visto, pero como yo lo veía en casa, era un trabajo como cualquier otro». Lleva 32 años como técnico de mantenimiento y 14 años limpiando la ciudad con su carrito y su escoba verde, a juego con un uniforme fosforito.
Las jornadas «no se hacen largas porque abunda el trabajo, pero sí son agotadoras». Todos los días de las fiestas, desde las 5 horas hasta el mediodía barre de la Avenida de la Libertad hasta el final del Paseo Nuevo, pasando por la plaza de Gipuzkoa y la calle Okendo. «Recorremos casi 15 kilómetros al día con este carro, que también tiene su peso», apunta. Aún así, está contento con el recorrido que le ha sido asignado este año: «Me gusta porque puedo trabajar mirando al mar.»
Para Barrada, lo más difícil de limpiar las calles en Semana Grande no es la distancia recorrida, sino la cantidad de trabajo. «Allá donde miras, ves basura. Entonces, quieres llegar a todo y no llegas». Las peores zonas suelen ser los parques, «donde la gente hace botellón o la calle Juan de Bilbao, que es apoteósica».
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Bajo la escoba de Barrada desaparecen botellas y vasos, sobre todo los fines de semana, colillas encontradas frente a los establecimientos hosteleros, y billetes de tómbola, vestigios de una tarde en las ferias. «Cuando llegamos nosotros no se distingue el pavimento».
El pesaje de la basura
El trabajador, por su parte, no percibe que la cantidad de desechos disminuya. Se ajusta las gafas cuadradas sobre la nariz y con mirada pensativa plantea que «quizás sea porque las calles no tienen nada que ver con las de mis inicios», recuerda. «Ahora, llegas a la calle Okendo y a las diez ya hay turistas haciendo visitas guiadas, mientras que antes, no solía venir nadie», relata.
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La presencia de gente en las calles, incluso en las últimas horas de su turno, es abrumadora –«a veces no sé por dónde empezar a limpiar»–, pero también forma parte del oficio. «La Parte Vieja es como el centro del mundo», describe Barrada. «Todas las fiestas empiezan o acaban aquí, entonces siempre te encuentras con un montón de gente.»
Las interacciones con los ciudadnos son amistosas en su mayoría. «Haces de psicólogo improvisado con aquellos que te vienen a hablar y te echas unas risas», relata.
Hace mucho que el barrendero no ha tenido un encuentro desagradable. «Antes me solían hacer la broma de mover de sitio el carrito mientras estaba recogiendo, pero por suerte, ya es muy poco frecuente».Aún así, según Barrada, muchos de los que acuden a Semana Grande parecen ignorar la presencia de papeleras en la ciudad.«El suelo no es una papelera», afirma. «Y todo lo que se tira lo tiene que recoger otra persona».
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