A uno de los hosteleros más veteranos de la avenida Isabel II de Amara Berri, los vecinos le felicitan como si hubiera sido él quien ... hubiera colocado baldosa tras baldosa el nuevo y reluciente pavimento de la calle. Ayer sacó las primeras mesas de terraza a esa flamante peatonalización que el barrio no entendió muy bien y que ahora celebra, sobre todo porque ve cómo se eliminan esos toldos raídos y sucios que han decorado gran parte de su fisonomía durante meses. ¿Hacía falta la renovación de las aceras? Es más que probable, aunque otro vecino de la zona, menos exultante que nuestro hostelero, asevera que es una necesidad de más calles de una zona que se considera abandonada. «Menos mal que aquí parece que se que se han lucido», dice este vecino mientras se encoge de hombros. No solo a la avenida de Isabel II le ha cambiado la cara. Ni al hostelero de toda la vida. A él también. Porque padre de cinco hijos y no se sabe abuelo de cuántos nietos, siempre subía a casa cargado de barras de pan. «No se cuántos vienen hoy a comer», aseguraba sonriente. Ahora solo lleva una baguette, porque aquella chavalería alta y guapa ha desaparecido del descansillo del portal. O al menos se ha escalonado lo suficiente como para que él los eche de menos.
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