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La imagen que dejó la vuelta al campo que completó Imanol después de ganar 3-2 al Girona en el último partido ante su afición refleja muy bien lo que ha significado el oriotarra en el club y el legado que deja. El oriotarra dio la mano, sonrió y se abrazó a cientos de niños y niñas que solo han conocido a una Real campeona, a una Real con la que solo han disfrutado y a una Real que la han vestido en todos los lugares, convirtiendo en una estampa habitual que las ikastolas se llenen de camisetas blanquiazules los días de partido de entre semana.
El cariño y la cercanía que la afición ha transmitido a Imanol lo devolvió el entrenador ayer casi de manera individual. Se hablaba de una despedida 'a la guipuzcoana' que se limitaba a la entrega de la insignia de oro y brillantes los minutos previos al encuentro, pero el carácter guipuzcoano no es frío y distante sino cálido, a su manera, donde los gestos, las sonrisas y las miradas cercanas y discretas lo significan todo. «Quería terminar así, feliz, pero no me esperaba esto», expresó después de todas las emociones que vivió. «Siempre he dicho que he recibido un cariño enorme por la afición, desmesurado, pero lo de hoy –por ayer– es el trofeo más grande que me llevo, no hay un triunfo mayor, ni la Copa ni las clasificaciones europeas».
Retumbó como siempre en Anoeta el tradicional anuncio de «hau da lehen minututik azkeneraino animatu behar dugun taldearen hamaikakoa, Reala!» que terminó introduciendo por última vez a uno de los mejores técnicos que han pasado por el banquillo en la historia del club: «Entrenatzailea… Imanol Alguacil!». El aficionado txuri-urdin, el joven, el menos joven, el veterano, el guipuzcoano y el no guipuzcoano, sabedor de la importancia que el oriotarra ha tenido en la exitosa trayectoria de la Real en el último lustro, despidió con sonrisas, lágrimas, aplausos, cánticos, mensajes y pancartas de todo tipo a uno de los causantes de que en Gipuzkoa se esté respirando realismo de manera orgullosa por los cuatro costados.
Imanol dirigió su primer partido en el feudo donostiarra contra el Girona en abril de 2018 y siete años después vino bien que el rival en la despedida fuera el mismo. Sin nada en juego y con el pesimismo que reina sobre el terreno de juego las últimas semanas, el equipo catalán, alegre –y esta campaña poco certero– fue el alcohol de la fiesta. Desinhibió a los jugadores, que ofrecieron una mejor versión para volver a ganar ante la afición, marcar goles, hacer bailar a la grada y cumplir con el lema de su jefe: luchar y ganar. Eso sí, la mala dinámica reciente ha dejado por el camino a varios miles de seguidores que decidieron disfrutar de otra manera la tarde soleada. La asistencia fue de 28.135 realistas.
El oriotarra quería que el de ayer fuera «un partido más», pero su adiós no podía gestionarse como un día más en la oficina. El presidente Aperribay insistió en homenajearle con la entrega de la insignia de oro y brillantes, la máxima distinción de la entidad blanquiazul, y Alguacil no tuvo más opción que aceptar con una condición: «Que solo sea eso». Afortunadamente, no fue solo eso.
Los dos equipos hicieron un pasillo a Imanol y a Jokin Aperribay, que le acompañó en la salida al verde. Los dos salieron de la sombra del túnel de los vestuarios y vislumbraron en el horizonte un enorme tifo con el dibujo de Imanol simulando la famosa imagen de él en la sala de prensa de La Cartuja después de ganar la Copa, cuando se vistió la elástica txuri-urdin, alzó la bufanda y cantó el 'Reala ale, irabazi arte, beti egongo gara zurekin' imaginándose que la Gipuzkoa encerrada por el Covid-19 le seguía desde sus hogares. «Viendo eso me he acordado de las dos oportunidades que hemos perdido de no jugar una final con público. Esa ha sido mi obsesión. Más que jugar una final, lo que quería era hacerlo con nuestra afición. Nos ha faltado una final más», lamentó en sala de prensa. Es sin duda su mayor espina.
Al oriotarra le costó llegar al punto del centro del campo e incluso Aperribay le dio algún ligero empujón para invitarle a que completara el recorrido. Una vez alcanzado el objetivo, tampoco fue sencilla la maniobra de colocar la insignia, y como si tuviera prisa por volver a su ecosistema habitual, el banquillo, apenas la tuvo colocada unos segundos.
De regreso a la caseta, Míchel le abrazó cariñosamente y Portu tuvo el detalle de acercarse para saludarle a él, a Mikel Labaka y a otros integrantes del cuerpo técnico. La afición tampoco se olvidó de esas personas que trabajan sin descanso en la sombra, y dedicó el primer cántico del partido a Labaka, de quien Imanol dijo el sábado que «le he quitado muchas horas sin estar con su familia».
Los tres goles tuvieron la misma liturgia: abrazo del goleador a Imanol. Lo hizo Marín, lo hizo Oyarzabal y también Mariezkurrena. Tres ejemplos de lo que ha sido la Real de Imanol, que en sala de prensa sorprendió deseando que en el futuro «cambiemos la filosofía y juguemos con solo canteranos, como el Athletic».
El oriotarra no se ha ido aún, «pero ya echo de menos a los jugadores». La afición se encontrará una nueva Real cuando regrese a Anoeta en agosto, y costará olvidarse de Imanol. Al igual que a Imanol le costará olvidarse de la Real. «Le he querido tanto a la Real, que me olvidé de mi, de mi familia», se refirió sobre su futuro. «Si sale algo que me apetezca, seguiré entrenando, porque no estoy cansado. La cabeza me dice que me vaya lejos para olvidar de la Real, pero sé que no me voy a olvidar de ella».
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