Viejas heridas que necesitan cicatrizar
Memoria histórica. Veinte familias vascas cuentan con el certificado que les acredita el derecho a exhumar a sus seres queridos del Valle de los Caídos. Un proceso que se espera arranque este enero con los estudios técnicos y la recogida de muestras de ADN después. Esta es la historia de dos de ellas
Veinte familias vascas cuentan con el certificado que les acredita el derecho a exhumar a sus seres queridos del Valle de los Caídos. Un proceso ... que se espera arranque este enero con los estudios técnicos y la recogida de muestras de ADN después. Esta es la historia de dos de ellas.
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Sobrinas de Lucas Ugarte Plaza
«Queremos traerle a Tolosa y cerrar el círculo de la memoria histórica de la familia»
Su familia siempre sospechó que alrededor de Lucas Ugarte existía «algo raro», alguna irregularidad que desentonaba en el árbol genealógico que Karmele, una de sus sobrinas, empezó a construir hace ya varios años. Fueron, sin embargo, varias informaciones periodísticas publicadas hace tres años las que dieron con la pista más consistente: la existencia de varios vascos enterrados, con nombre y apellidos, en el Valle de los Caídos. Y ahí estaba él.
El asombro se apoderó de toda una familia que ubicaba el cuerpo de Lucas en el cementerio de Tolosa. Desde entonces, la familia Ugarte ha ido tocando todas las puertas posibles para conocer la verdad, reclamar, y así poder recuperar los restos de este joven ordiziarra que a los 24 años, el 23 de julio de 1938, falleció por herida de guerra mientras combatía en el frente de Levante durante la contienda civil española. Lo hizo en el bando de los sublevados. Algo que siempre extrañó a sus allegados. Por la personalidad de Lucas y por el ambiente que respiraba Tolosa entonces. «Era un hombre animado, muy jovial y trabajador. Tenía novia y solía ir a bailar 'euskal dantzak'», relata Ekhiñe, hija de Karmele y sobrina-nieta de Lucas. Se lo contó 'Vere', de 95 años y sobrina del fallecido. La única persona con vida que conoció a Lucas; considerada «la memoria viviente de la familia», según describe Koro, hija del hermano gemelo de Lucas.
El padre de Koro le reveló que Lucas sufría un defecto óptico que le impidió hacer la 'mili' cuando le correspondía, lo que llevó a la familia a sospechar que fue reclutado por el Ejército español y obligado a combatir en el bando nacional cuando estalló la guerra. «O te escapas o ibas. Y si no ibas, te metían al trullo o te fusilaban», resume Koro. «¿Lo llevaron forzado con una pistola en la sien? Seguramente no. Pero es que no había opción», le sigue Ekhiñe.
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«Es necesaria una ley de Memoria Histórica en Euskadi para ampararnos y obligar a las instituciones a que tomen las riendas»
Lucas (Ordizia, 1914) trabajó como mecánico ajustador hasta 1935, año en que fue llamado a quintas para cumplir el servicio militar obligatorio hasta su muerte en el frente. Un año después, su madre consiguió traer de Teruel a Tolosa sus restos, los cuales fueron inhumados el 7 de julio de 1939. Pero el 5 de julio de 1962 su cuerpo fue trasladado al Valle de los Caídos sin el conocimiento de su familia.
El periplo judicial arrancó en el cementerio de Tolosa, donde no consta la extracción del cuerpo de Lucas en ningún acta. Y el rastreo les llevó hasta la Sociedad de Ciencias de Aranzadi donde un día, de casualidad, se encontró un documento donde constaba su traslado a la basílica de Cuelgamuros. Y ahí empezó verdaderamente la reclamación oficial, por vía de un abogado, de recuperar el cadáver de Lucas, enterrado en la capilla del Santísimo.
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Las dificultades técnicas
«No ha sido un camino fácil y a veces desgasta», coinciden las tres. Por eso Ekhiñe insta a que se apruebe en Euskadi una ley de Memoria Histórica. «Agradecemos el apoyo que hemos recibido del Ayuntamiento de Tolosa, del Gobierno Vasco, de Gogora... Pero es importante un amparo legislativo que obligue a las instituciones a tomar riendas en el asunto. Nosotras hemos hecho el camino solas».
Un largo recorrido que hoy les reconoce su derecho a exhumar del Valle de los Caídos a Lucas. Aunque eso no significa que se pueda llevar a efecto y vayan a recuperar los restos de su tío para trasladarlos de vuelta a Tolosa y enterrarle junto a su madre. De hecho, fue Patrimonio Nacional quien les mostró un dossier detallando las dificultades técnicas que existen.
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Aun así, los Ugarte confían en poder «cerrar el círculo de la memoria histórica de toda nuestra familia», apunta Koro. «Si finalmente los restos no se pueden identificar, al menos nos quedaremos tranquilos sabiendo que hemos hecho todo lo que podíamos», continúa Karmele. «Es una cuestión de dignidad. Esto es un derecho familiar, pero también de la sociedad. Lo que está en juego es un relato colectivo porque no se puede permitir que todas estas historias se vayan diluyendo en el tiempo», zanja Ekhiñe.
Nieta de David Isart Lascurain
«Mi deseo es que nos den sus restos cuanto antes para enterrarle en Zarautz, su casa»
Sorpresa e indignación. María Antonia convive entre estas dos alteraciones emocionales desde que descubrió a principios de 2019 el verdadero paradero del cuerpo de David Isart, su abuelo. «Yo sabía que estaba enterrado en el cementerio municipal de Lleida, en una fosa común para los que morían en el hospital militar», recuerda. Lo que nunca se imaginó es que, husmeando «por curiosidad» sobre la vida de su abuelo, se encontraría sin pretenderlo con un documento que revelaba que sus restos fueron llevados al Valle de los Caídos el 21 de julio de 1965, veintiséis años después de su fallecimiento. Nadie en la familia dio autorización alguna para el traslado. Y tampoco se tenía conocimiento de la exhumación. «Aquello se llevó a cabo con clandestinidad, premeditación y alevosía», se duele su nieta.
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David Isart nació en Zarautz el 20 de abril de 1902. Jornalero y casado con Antonia Escartin -con la que tuvo cinco hijos- luchó en agosto de 1937 en el batallón 'Itxarkundia'. Hasta que fue detenido en el municipio costero que le vio nacer y trasladado después al penal de San Sebastián. El 10 de junio de 1938 fue juzgado en Burgos y llevado al campo de concentración de San Pedro de Cardeña. Pero aquella no sería la única vez que se vio obligado a realizar trabajos forzados. De Burgos fue arrastrado al seminario viejo de Lleida hasta que falleció el 13 de mayo de 1939 en el hospital militar de la prisión catalana, víctima de tifus y tuberculosis «porque estaba en unas condiciones deplorables», apunta María Antonia, que supo de la vida que había llevado su abuelo a raíz de iniciar la investigación sobre su traslado a la basílica de Cuelgamuros.
«Para mi aita, que tiene 88 años, sería un alivio que le devuelvan a su padre; un proceso curativo para cerrar heridas»
«Por curiosidad -cuenta- empecé a indagar sobre mi abuelo en internet. Yo sabía que estaba en la provincia de Lleida, pero no exactamente dónde. Entonces me puse a mirar fosas comunes y leí que 502 personas de una de ellas fueron trasladadas al Valle de los Caídos. Y me puse a cotillear qué gente había allí sin pensar en ningún momento que mi abuelo era uno de ellos». Se equivocó.
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Fue entonces cuando María Antonia, aún aturdida por la información que acababa de descubrir, se puso en contacto con Memoria Histórica de Navarra -ella vive en Lumbier- para que le orientasen qué podía hacer. Desde allí le facilitaron el teléfono de Iñigo Jaca, inmerso desde hace años en la pelea de materializar la exhumación de su tío, Antonio Arrizabalaga Ugarte, un miliciano de Zumarraga enterrado también en el mausoleo que mandó construir Franco en 1940. «Iñigo ha sido una persona que me ha ayudado muchísimo», dice agradecida María Antonia después de resumir todo el papeleo que ha realizado hasta lograr el certificado que le otorga el derecho a exhumar a su abuelo, ubicado exactamente en la capilla del Pilar, en un columbario numerado «con el cadáver de otras seis personas más». Un derecho supeditado, eso sí, a las condiciones de la cripta, del cuerpo, de las cajas... Es decir, si es viable o no. «Sinceramente -reconoce- no me apetece mucho salir en los medios, pero se lo debo a la familia Jaca y a otras que llevan hasta 15 años dando la cara y ya están cansadas. Ahora lo tengo que hacer yo», dice contundente.
El silencio de una familia
Ha sido desde hace dos años cuando María Antonia ha conocido quién era su abuelo. «Mi aita -cuenta- tenía siete años cuando falleció su padre». Durante toda su vida, nunca le habló de él. «Siempre lo ha tenido guardado dentro. Mi abuela no les contó nada a sus hijos para protegerles». Un silencio que se ha ido extendiendo a lo largo de los años: «En esa protección uno al final se cierra emocionalmente. Por eso creo que es un proceso curativo sacar ahora todo eso», asegura María Antonia en alusión a su aita, de 88 años, y el único de los cinco hijos de David aún con vida. «Mi padre está contento y sería un alivio para él», continúa. «Nuestro deseos -insiste- es que nos lo den cuanto antes. Para nosotros sería una satisfacción enterrarlo en Zarautz, que vuelva a su casa». Para María Antonia y toda su familia sería una forma de «cerrar heridas». «Porque es una herida -dice- que pasa de padres a hijos».
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