En los últimos diez días, la izquierda abertzale ha protagonizado cuatro conductas equiparables a los 'ongi etorris', si entendemos éstos como elogio de los gudaris ... de la 'lucha armada' y agravio añadido para el atroz padecimiento de las víctimas de ETA. Primero fueron las menciones afectuosas al fallecido Antton Troitiño, condenado a 2.700 años de cárcel por 22 asesinatos. Después, el espaldarazo a 'Mikel Antza', exdirigente etarra con galones en la pechera del terror, a las puertas del juzgado donostiarra donde prestó declaración por ser el supuesto instigador intelectual del atentado que costó la vida a Gregorio Ordóñez. Y para cerrar el círculo, el homenaje cartesiano a Ignacio Etxebarria 'Mortadelo' a su regreso a Pamplona como hombre libre –si en su conciencia eso es posible– tras purgar condena por matar a cinco militares y al hijo de un sexto; y la inclusión en la dirección de Sortu de David Pla, el último jerarca de ETA, el que describió, en una entrevista en TV3, el cese hace diez años de una organización terrorista responsable de 853 asesinatos como si se tratara del cierre de un negocio ya ruinoso. Esta es una sociedad que ha tolerado que se tache de «enemigos de la paz» a aquellos a los que los etarras obligaron a seguir viviendo sin sus maridos, sus mujeres, sus hijos, sus padres, sus amigos. Pero hay que tener la sensibilidad muy extraviada para no apreciar en esta última cadena de hechos una afrenta no solo a las víctimas, sino a una convivencia merecedora de tal nombre.
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Los pragmáticos tienen hoy enfrente a aquellos de los suyos que se reivindican como auténticos y ven en el blanqueouna rendición
El 'ongi etorri' a 'Mortadelo', el primero después de que el colectivo oficial de presos de ETA haya conminado a dejar de hacerlos, ha sido interpretado como un desafío de los sectores más intransigentes del hoy extinto MLNV; una insólita escenificación de discrepancias internas aventada por los desmarques de Arnaldo Otegi y de Sortu. Es elocuente que la renovada izquierda abertzale, revestida de posibilismo político y que tan bien está aprovechando la extrema polarización de este trance histórico para acelerar su homologación institucional y la desmemoria de su pasado connivente con la violencia, esté hallando resistencia en sus propias filas. Pragmáticos 'problanqueo' versus auténticos 'antiblanqueo'. Los que han asumido que lo que toca es ir pasando página haciéndose los olvidadizos y la mezcla de veteranos irreductibles y de jóvenes nostálgicos de una guerra inventada que ven en todo ese blaqueamiento una rendición. Pasó desapercibido, pero la declaración de Aiete sobre las víctimas presentada por Otegi y Arkaitz Rodriguez cambió 'izquierda abertzale' por 'izquierda independentista', una definición más ancha, más plural y también menos evocadora de terrores de antaño.
Siendo todo esto así, lo que late en el trasfondo es una losa mucho más pesada y compleja que la disonancia sobre los 'ongi etorris'. Porque Sortu y EH Bildu –con reproche de los críticos de EA a la actitud mancomunada de la coalición– han participado por acción u omisión de los honores a la siniestra figura de Troitiño, del aval a 'Mikel Antza' frente a la familia Ordóñez y del urgimiento político de Pla. El resultado es un guirigay en un asunto capital –qué hacer con el pasado de violencia y cómo cimentar la convivencia presente y futura– que deja en mantillas cualquier conflicto de cualquiera de los rivales de la izquierda abertzale. Ésta se benefició siempre de las ganas de los demás de que ETA desapareciera para sortear sus cuitas intestinas. Pero finiquitado el terror, el problema sigue encajonado en un callejón con una única salida sin atajos: asumir la envergadura del error histórico y emprender un relevo generacional que lideren solo aquellos con una arraigada y creíble convicción en la no violencia.
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