La luz verde este miércoles del Congreso al embargo de armas a Israel y a la ley de movilidad sostenible ha dado un balón de ... oxígeno político al Gobierno de Pedro Sánchez en un momento en el que se constataba su fragilidad parlamentaria y ya sonaban las trompetas de la derrota final. Que es un Ejecutivo débil lo sabemos desde el día en el que nació, en minoría, sin un programa estratégico alternativo. Y con apoyos muy dispares que chocan entre sí, como lo muestra la colisión de intereses que libran entre sí Podemos y Junts per Catalunya.
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Sin embargo, a última hora parece atisbarse un tenue hilo de luz. La presión del activismo propalestino hacia los morados –en el caso del embargo–, la habilidad negociadora del PSOE y el evidente temor en un sector del arco parlamentario que posibilitó la investidura a una mayoría PP-VOX han permitido a Sánchez ganar este partido.
De entrada, se frena la sensación de que el Gobierno se encontraba en una situación de caída libre y sin frenos. Pues no lo parece a dia de hoy. La debilidad seguirá siendo la seña de identidad del Ejecutivo de coalición. Y quizá sería un espejismo lanzar las campanas al vuelo sobre su capacidad de remontar la adversidad. Lo previsible es que ni Junts ni Podemos den una cobertura al presidente en unos futuros Presupuestos del Estado. Sánchez lo sabe, aunque necesita escenificar que lo va a intentar y que con el aval de los fondos europeos y, sobre todo, los buenos datos de la economía, puede aguantar hasta 2027. Resiliencia en estado puro.
El curso político ha arrancado con una feroz pugna de relatos. El Gobierno de coalición, consciente de que en junio, tras la caída de Santos Cerdán, estaba acorralado. Y hoy con un pronóstico grave pero no crítico. Las causas judiciales y los informes de la UCO de la Guardia Civil constituyen, ciertamente, una verdadera espada de Damocles sobre la viabilidad de la legislatura. Y el futuro no está escrito. Pero sí da la impresión de que la narrativa apocalíptica del PP contra Sánchez tiene sus límites y comienza a no resultar eficaz. El tremendismo inicial puede parecer muy llamativo, pero cuando se repite hasta la saciedad termina por cansar a la ciudadanía que tiene sus problemas del día a día.
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La gestión de la dana en la Comunidad Valenciana, de los incendios en verano en Castilla-León y otras comunidades, y de la sanidad pública en Andalucía y Madrid ubican el foco del debate en la prestación de los servicios públicos. E introducen un viraje en la conversación pública que puede tener sus consecuencias.
En todo caso la corrupción es la baza perversa que alimenta a la extrema derecha, cada vez más fuerte en las encuestas y un enorme problema que le va a estallar a Alberto Núñez Feijóo si tiene opciones de gobernar en un futuro. Engordar a Vox a base de radicalizar el discurso sitúa la política española sobre una polarización nefasta y simplista. Si Feijóo no termina de marcar con más claridad esa frontera, el ultranacionalismo de Santigo Abascal va a cortocircuitar el proyecto del centroderecha.
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Sánchez, asediado por múltiples frentes, confía en que el centroizquierda sociológico despierte de la larga siesta con la amenaza del autoritarismo que viene. Tiene palancas para activar esa percepción en defensa de los valores democráticos y progresistas en juego aunque también es verdad que la sociedad está cambiando profundamente y de forma vertiginosa. La batalla ideológica tradicional, sin desaparecer, se va a acompañar de nuevos pulsos de desenlace incierto.
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