Un fotograma de 'Los olvidados'.

El naturalismo callejero de 'Los olvidados'

La primera película que sirve de estancia inaugural de la etapa mexicana de Luis Buñuel es una obra fundamental en su trayectoria

Guillermo Balbona

Jueves, 30 de marzo 2017, 18:26

De 'Los olvidados' sólo pueden desprenderse recuerdos. Su naturalismo callejero. Su neorrealismo salpicado por brotes surreales. Su entraña de drama social. Su desgarrada mirada sobre la infancia. La primera película que sirve de estancia inaugural de la etapa mexicana de Luis Buñuel, tras algunos preludios de encargo, o de carácter alimenticio y taquillero, caso de 'El gran calavera', es una obra fundamental en su trayectoria que, sin embargo, nunca ha logrado superar un cierto halo de distancia e incomprensión. Los suburbios de las grandes metrópolis, los arrabales, la marginación, las ciudades perdidas constituyen la ilustración y la estampa de este álbum donde la mirada más personal del cineasta de Calanda se funde con sus raíces estéticas, con el exilio republicano, con su admiración por el primer Vittorio De Sica y por la fe del ateo en ideas firmes y revolucionarias. Pese a esa frialdad con el gran público, el filme es uno de los más investigados y explorados de su creación y fue elegido Patrimonio Cultural de la Humanidad.

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El permanente influjo de su cine es permanente en el presente. Ácrata, reflexivo, siempre fascinante, se movió entre lo intuitivo y lo racional, entre la realidad y el deseo, entre la razón y la emoción. 'Los olvidados' de 1950, premio a la mejor dirección y el de la crítica internacional en el festival de Cannes, levantó el telón de uno de las periodos más personales donde afloran obras esenciales en su escritura como 'Él' (1953), 'Abismos de pasión' (1954), 'Nazarín' (1959) o 'El ángel exterminador' (1962). Escrita junto a Luis Alcoriza, su colaborador más habitual de esa etapa creativa, se eleva como un intenso documento donde tras la delincuencia juvenil, la solidaridad en lo sórdido, retrata una historia enraizada en la tradición de la picaresca que muestra a un joven ladronzuelo de la calle, que sirve de lazarillo a un ciego violento y de arrebatos egoístas. Entre el melodrama social y la denuncia, la película deja resquicios por donde asoma la redención, la falsa santidad, o su imposibilidad, y las huellas surrealistas. Las figuras del impulsivo Jaibo y el inocente Pedro vertebran este cuento de violencia, dolor y frustración que el director de 'El discreto encanto de la burguesía' rodó en apenas veinte días.

La fotografía de Gabriel Figueroa es un álbum plástico impresionante como una ventana a un microcosmos universal. Una historia, en cuyo guion se revela la firma de exiliados ilustres como el poeta bilbaíno Juan Larrea y el escritor Max Aub, que destaca por su dualidad y sus contrastes en un continuo juego entre lo cruel y lo tierno, su realismo casi documental y su aliento surreal, desde la expresión de odio directamente ante la cámara a la gallina negra, de la escena onírica tras el asesinato hasta el sexto sentido del erotismo, siempre subliminal y sutil. Buñuel rodó un final alternativo ante las amenazas de censura y ataques dispares pero no fue necesario utilizarlo. Se movió entre la polémica y el desprecio y la crítica por presentar un dibujo desagradable de México. El premio en Cannes y el poeta Octavio Paz, que dijo que el cineasta había encontrado "una vía de salida de la estética superrealista al insertar, en la forma tradicional del relato, las imágenes irracionales que brotan de la mitad oscura del hombre", sirvieron de redención, una palabra que hubiese firmado el cineasta aragonés.

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