Tilda Swinton y Tom Hiddleston.

La perdición de 'Solo los amantes sobreviven'

Morder y amar. Un retrato de la desolación, entre lo underground y lo vampírico; un amor infinito ente música, alcohol y hemoglobina

Guillermo Balbona

Jueves, 20 de octubre 2016, 19:13

Con nocturnidad y alevosía vampírica. Algunos ven en ella un tratado de desolación romántica nocturna con ínfulas de postmodernidad. Otros, un sofisticado juguete con Tilda Swinton dentro, lo cual ya es garantía de torrencial elogio de la diferencia. Jarmusch, que compitió este año con 'Paterson', se asomó hace tres años a Cannes con 'Sólo los amantes sobreviven'. Antes que nada, una película sobre vampiros con atmósfera de perdición donde lo sonoro y visual, la música y las estampas estrujadas por un esteticismo muy definido, conviven con una extraña coherencia. Morder y amar. Un retrato de la desolación, entre lo underground y lo vampírico; un amor infinito ente música, alcohol y hemoglobina.

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Pero bajo esa capa aflora una de las obsesiones del cine del director de 'Dead Man': esos ecosistemas y territorios que se resisten a desaparecer. Existencialismo, ambientación destilada por el desencanto y una continua sucesión de colisiones entre una forma de vida y el presente. Jugando con el ritmo, sin más pacto con el diablo que la aceptación del tempus fugit, la historia perfila a un chupasangre envuelto en música y temores, entre sensaciones terminales y el cansancio existencial.

Entre Detroit y Tánger discurre el ser y estar de este músico underground y su amante y la irrupción de un tercer personaje femenino que sirve de desencadenante y de catarsis. En esos encuentros y desencuentros surge el pulso entre el esnobismo y la textura de la autenticidad. Es por ello que habitan en esta ficción pausada, melancólica y lánguida, un tono casi visionario y otro metacinematográfico, que mezcla géneros con fluidez y los agita entre la extravagancia y la excitación lumínica. Guiados por una excelente fotografía, Jarmusch sabe imprimir una elegancia sutil, una mirada romántica que se mueve sinuosa en una tierra de nadie entre un tiempo finalista, una época que balbucea su extinción y el presagio de una nueva era.

Aunque puede predominar la sensación de ejercicio de estilo, barroco y retorcido, Jarmusch firma la visión onírica y persuasiva, anti 'Crepúsculo', con sentido permanente de lo artístico como si estuviera en la performance de un retrato sobre el mundo. 'El ansia' de Tony Scott, 'The Addiction' de Abel Ferrara, o la más reciente y singular 'Lo que hacemos en las sombras', son referentes de este particular imaginario universal, el del mito del vampiro utilizado como metáfora de la narración y el tempo, de la vida y la muerte, de los inadaptados y los soñadores.

Frente a la acción, el cineasta de 'Down by Law (Bajo el peso de la ley)' muestra su querencia por un reflexivo romance gótico, entre el desvanecimiento y el laconismo. Tom Hiddleston y Tilda Swinton se regodean en su suerte y se subraya aún más ese rizo esteticista, el universo fetiche, la modernidad y la mortalidad en un diálogo abierto a través de una animalidad y sensualidad. El cineasta de 'Mistery train' ilustra con cierta vocación de punto final y sentido coreográfico en una danza interminable de succiones, bailes de amor y ese cansancio de vivir mientras la música y la literatura profundizan en la mirada de unos personajes entre la fuga y la libertad.

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Entre la referencia culta y el amor, el desengaño y el gótico irónico, el cineasta de 'Ghost dog' despliega su propio sentido poético, su personalidad visual indiscutible y una mirada de extraña decadencia sobre el mundo. Tedio e inmortalidad en un círculo vicioso, en un vinilo que gira y gira en una espiral de tiempo y espacio, de fascinación y contagio estético. Una mirada contemplativa atraviesa el filme pero con el activismo de una cámara que se inclina por ensalzar una isla temporal que se interroga y se pone en cuestión la historia y la imaginación frente a un mundo exterior, el de la humanidad, atorado y exento de pasión. Las afueras y la periferia, las callejuelas, el juego simbólico de los interiores y los márgenes constituyen la iconografía urbana de 'Only lovers left alive' en una vuelta de tuerca intimista de 'Melancolía' de Lars von Trier. Criaturas habitadas por su propio vacío en una celebración extraña en torno a un mundo que se hunde.

Lo importante de la apuesta de Jarmusch es lograr una ilustración diferente, para muchos cool y esnob, pero que araña la superficie del desengaño y adquiere otra textura. Jarmusch, hace tiempo un vampiro que se cuela de vez en cuando en los salones rancios de la aristocracia del cine institucionalizado y encorsetado, deja aquí un álbum de referencias, citas y nombres, de Schubert a Buster Keaton o Kafka, entre guitarras y vinilos. No hay una trama de situaciones sino un espejo en el que ellos no se reflejan pero sí nosotros como espectadores, como si el mundo, que lo es, fuese una tertulia de seres reconocidos y extraños en el paraíso. La marginalidad, el malditismo construyen una especie de refugio negro pero cálido, en el que todo queda en suspenso. Un trayecto inmóvil de pasiones donde confluyen el rock, los poetas, los dandis, los mitos y las flores del mal. Una habitación, una película, ambas un santuario para adorar ese poema roto que perseguimos de modo interminable como vampiros en busca de un fragmento de vida.

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