El otro día comimos en un pueblo precioso de la costa catalana al que se accede por una carretera larga, serpenteante y que, por tramos, ... se asoma a precipicios. En el restaurante nos ofrecieron una carta que indicaba la distancia a la que se producían los vinos que ofrecían por aquello de poner en valor el producto de proximidad. Me pareció una buena idea. Permanecimos en la localidad un par de días: mucho turista de alto nivel adquisitivo, que al mismo ritmo que enriquece a la hostelería encarece el precio de la vivienda debido a los alquileres turísticos.
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Así las cosas, los camareros, muy demandados, se ven obligados a tomar demasiadas curvas para ir a trabajar. La situación, por tanto, de ese pueblo encantador es el perfecto manual para morir de éxito. Imaginé una carta con una indicación improbable: la del camarero de kilómetro 0. Está muy bien que el vino sea de proximidad, pero sería aún mejor que quienes lo sirvan también pudieran vivir cerca.
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