Con una diferencia de pocas semanas se han producido en Gipuzkoa dos importantes acontecimientos, simbólicamente muy diferentes. Por un lado, en Pasaia, la botadura de ... la nao San Juan –una réplica de la que surcara los mares en el siglo XVI– que se ha ideado, proyectado y construido en madera de roble por un pequeño grupo de entusiastas de la Factoría Marítima Albaola, encabezados por Xabier Agote y Erme Pedroso. Por otro, la apertura del GOe, el Gastronomy Open Ecosystem de la factoría Basque Culinary Center de la poderosa Universidad de Mondragón, que ha levantado en un tiempo inusitadamente rápido un edificio de cinco plantas de hormigón y acero, ocupando nueve mil metros cuadrados de una extinta zona verde del barrio de Gros en Donostia.
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En muchos sentidos, estos proyectos representan modelos de producción totalmente contrapuestos. Uno ha sido cocido a fuego lento, de gestación prolongada y sedimentación paciente; otro, en olla exprés, cocción a presión, fabricación acelerada y rapidísima ebullición. El primero ha necesitado más de diez años y el segundo tan solo dos. Uno surge despacio pero seguro, el otro irrumpe eficaz, raudo y veloz. Uno fermentado en saberes ancestrales y artesanales, el otro en la retórica pretenciosa de la sofisticada contemporaneidad futurista, aunque su materia prima sea la sabiduría popular.
En la reciente botadura de la nao San Juan hay mucho de emocionante y, sobre todo, de admirable. En el año 2009, cuando iniciamos la escritura del programa para la candidatura de la Capital Europea de la Cultura 2016, la burbuja financiero-inmobiliaria ya había estallado y el mundo se enfrentaba a una recesión económica que parecía trastocar las bases del sistema capitalista. La crisis alcanzó tales proporciones que se instaló en el ánimo general una especie de unanimidad reformista sobre la necesidad de poner límites al irracional modelo inmobiliario y al crecimiento especulativo sin control.
El equipo que redactó el documento de la capitalidad intuyó enseguida que tras el sueño de la reconstrucción de la nao se escondía una gran metáfora sobre la cultura en tiempos de crisis. Muy ilusos, también pensamos que había llegado el momento de dejar atrás determinados modos de hacer en la producción cultural y que el programa que propusiéramos debía dar un giro de timón hacia otros modelos de economía social y cultural mucho más responsable, ecológica y, desde luego, sin poner el foco en la construcción de más equipamientos, sino en atender con más dedicación y cuidado los existentes y, además, hacerlo de la mano y los saberes de la sociedad civil creativa (aquellas tan sonadas y hoy tan olvidadas «olas de energía ciudadana»).
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La nao San Juan sería esa imagen del pasado que irrumpe y relampaguea en el presente
Cuando propusimos incluir la reproducción de la nao San Juan en el programa DSS2016EU, casi nadie daba un duro por aquella quimera (estos días, me produce cierta vergüenza ajena ver a la clase política rendida a los pies ante el imposible vencido). Sin embargo, para nosotras, el proyecto era ejemplar, porque en el centro de su sentido encontramos una buena parte de los valores que, como capital europea de la cultura, pretendíamos promover: considerar la cultura, desde la más popular y artesanal hasta la más artística y experimental, como medio y herramienta para la convivencia entre diferentes en Europa, promoviendo la participación e implicación activa de las personas. Para aquel equipo inicial, el proceso era tan importante como el año de celebración y por esa razón propusimos trabajar a lo largo de una década de esperanza –entonces ETA todavía seguía activa– que permitiera cocinar los programas y las actividades haciendo el camino y permitiendo que sedimentasen en el sistema cultural de la ciudad, al mismo tiempo que lo transformaba. La nao San Juan, por la perseverancia de su equipo, lo ha conseguido.
Por otro lado, poco queda de aquellos discursos de Sarkozy y Merkel sobre la reforma del capitalismo para darle un sentido más moral. Tampoco nada del capitalismo inclusivo que mencionara Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial. Mucho menos de la reforma financiera estructural que propusiera Obama para lograr mayor trasparencia y control sobre la especulación bursátil o, en palabras del economista Joseph Stiglitz, de la mayor equidad y regulación internacional del capital, o las llamadas morales y sociales del Papa Francisco abogando por una economía al servicio de las personas más necesitadas. Y muchas promesas más que, a la vista del recorrido que hemos realizado (incluida otra grave crisis producida por el virus de la Covid), se fueron al baúl de los recuerdos. En poco tiempo, el sector inmobiliario está de nuevo a punto de que estalle otra burbuja y, de su mano, la industria del turismo global y todos sus sucedáneos culturales.
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Más allá de dualismos hiperbólicos y maniqueos, parafraseando a Walter Benjamin, la nao San Juan sería esa imagen del pasado que irrumpe y relampaguea en el presente, permitiéndonos una comprensión crítica de la historia y ofreciendo una oportunidad «revolucionaria» de poscrecimiento y lujo comunal, mientras que el GOe sería la locomotora a la que habría que activar el freno de emergencia para no precipitarnos directamente en el abismo.
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