En los debates del 'Feminismo para un mundo en disputa', organizado por los colectivos Alianzas Rebeldes y Acción en Red, estuvieron presentes los últimos acuerdos ... entre PP y Vox para implantar mecanismos de desinformación sobre el derecho al aborto. Aunque la ley obliga a las administraciones sanitarias a crear un registro de los profesionales que se acogen a la objeción de conciencia para no llevarlos a cabo, algunas comunidades autónomas que no están dispuestas a cumplirlo ni facilitarlos en la sanidad pública, impiden el ejercicio del derecho individual de las mujeres a interrumpir el embarazo voluntariamente, derecho recogido en sucesivas Leyes Orgánicas. A la par, se escuchan las sempiternas discusiones morales sobre la condición existencial del embrión o del feto que, desde que se tienen referencias escritas, se pueden rastrear a lo largo de la historia de la humanidad.
Publicidad
Sin embargo, estas controversias lo que de verdad ocultan es una larga tradición patriarcal sobre el poder de los hombres y sus instituciones en el control del linaje y la herencia; y, por tanto, sobre la idea de que el cuerpo de las mujeres pertenece a un determinado orden social y estatal. Esto es así desde el juramento hipocrático griego, cinco siglos antes de la era cristiana, hasta las actuales políticas antiabortistas promovidas por las fuerzas políticas y religiosas más conservadores, pasando, entre los siglos XV y XVIII, por las 'cazas de brujas' o, en otro modo de control de la fertilidad, por las prácticas de eugenesia racista de los siglos XIX y XX contra mujeres indígenas en América o las políticas de planificación comunista en China, vigentes hasta hace apenas diez años.
La instrumentalización de la medicina, los imperativos morales, religiosos y políticos, la penalización del aborto o la privación de las libertades sexuales han sido siempre formas de control de las mujeres, a las que no se les reconoce sus cuerpos como propios y se les considera, bajo este prisma, de dominación, objetos de reproducción. A su vez, esta condición subsidiaria determinaba, y aún lo hace en muchos lugares, su posición social en la medida en que dependían de la de sus padres y maridos, lo cual suma a la discriminación de género otra específica de clase.
Desde que a finales del siglo XVIII, las filosofas ilustradas Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges enunciaran que las mujeres debían ser «dueñas de sí mismas» y denunciaran que «el cuerpo femenino había sido confiscado por la ley y el matrimonio», las formas de emancipación feminista y de liberación antipatriarcal han tenido un largo recorrido de luchas políticas que se confrontan con enemigos tenaces empeñados en regresar a un ancestral orden social jerárquico y reproductivo.
Publicidad
Como dice Nuria Alabao en 'Las guerras de género. La política sexual de las derechas radicales', esas guerras vuelven ahora en el marco de una batalla cultural más amplia sobre la identidad, la nación o la raza. En concreto, las disputas de género se han convertido en una estrategia clave para los movimientos radicales y fundamentalistas religiosos en todo el mundo; muy útiles para sostener gobiernos de carácter reaccionario y reactivo, y apuntalar las actuales derivas autoritarias, ultraliberales y capitalistas que fomentan la desigualdad, basándose en los «apropiados estilos de vida», según ellos 'naturales', o cuestiones morales. Según Alabao, es crucial entender que las guerras de género no son una táctica aislada, sino que están conectadas con la defensa de otros ejes de las derechas radicales, como el nacionalismo y la xenofobia.
La actual reacción contra los derechos de las mujeres, a la vez que contra las personas trans, no binarias o identificadas como LGBTQIA+, no es más que un nuevo capítulo de la larga historia contra la libertad de las personas que no se inscriben necesariamente en el orden patriarcal, que ahora parece herido y amenazado. Por tanto, la tarea que atañe a la crítica y a la acción política es pensar y actuar sobre las estructuras que perpetúan esas injusticias. El eterno retorno de la dominación no es natural, ni está predestinado, ni es inevitable. La gran labor de cada generación sería entonces romper el ciclo de repetición. Como escribe Judith Butler en '¿Quién teme al género?', nuestro deber para contrarrestar ese fantasma que recorre el mundo «tiene que ver con reafirmar como amamos, como vivimos en nuestros propios cuerpos, ratificar el derecho a existir en el mundo sin miedo a la violencia ni a la discriminación, a respirar, a movernos libremente, a vivir con dignidad. ¿Por qué no íbamos a querer que todas las personas tuvieran esas libertades fundamentales?».
Publicidad
Después de una reunión en el colegio de mi hija me sentí devastado al conocer de boca de una tutora el terrible auge de comportamientos machistas que creíamos ya olvidados. Nos decía que en años de docencia no recordaba algo parecido a lo que está ocurriendo. Las redes sociales tan contaminadas por la desinformación hacen el resto. Me gustó saber que desde el centro se animaba a chavales de secundaria a que utilizaran canales de información tradicionales como prensa o radio y que incluso contrastaran las noticias entre los mismos para obtener una información más veraz. Quizá debido al cansancio o a la pereza estamos descuidando nuestra atención a los contenidos que consumen nuestros hijos. Debemos intentar que no sean víctimas de desalmados que priman todos sus intereses por encima de la verdad.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión