Vivimos como si cada pensamiento necesitará una audiencia. Convertimos lo íntimo en público y lo cotidiano en espectáculo. Compartimos emociones antes de entenderlas, recuerdos antes ... de vivirlos del todo y opiniones antes de haberlas pensado con calma. La intimidad, que antes era refugio, ahora parece un espacio incómodo. Guardarse algo para uno mismo no es egoísmo, es madurez. En un tiempo que premia la exposición constante, cultivar silencio, privacidad y reflexión se vuelve casi un acto de resistencia. No todo debe mostrarse para existir.
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