JOSEMARI ALEMÁN AMUNDARAIN

Franco y la mujer

En una sociedad donde solo se valoraba ser buena ama de casa e ir a misa con mantilla, hacerse la tonta era útil para quienes tenían la cabeza bien amueblada

Rosa Díez Urrestarazu

Exdirectora de Euskadi Irratia

Miércoles, 19 de noviembre 2025, 23:58

Eran otros tiempos. Sin duda. Días de vino y rosas para una sociedad en la que el papel de la mujer se relegaba a un ... sujeto sin voz ni voto, porque no había qué votar. Sin criterio ni libertad para gestionar su vida como considerara más oportuno. Donde la figura femenina estaba relegada a un segundo plano siempre a la orden de lo que el padre o el esposo considerase.

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Una realidad incomprensible para nuestros jóvenes que no acaban de creerse lo que les contamos. Durante todo el franquismo, la mujer seguía siendo por supuesto la madre, pero a la hora de la verdad su opinión contaba muy poco. Más bien nada. Los hijos ante la ley eran del padre, si se trataba de tomar una decisión importante, aunque fuera desastrosa para el mundo emocional de los pequeños. Una mujer no podía evitar que su esposo los diera en adopción si así lo decidía el progenitor, cuando el matrimonio quedaba roto. Por supuesto la patria potestad era siempre del primero a no ser que hubiera fallecido. Algo que ocurrió hasta nada menos que 1981, con Franco muerto hacía seis años.

En una sociedad dominada por el nacionalcatolicismo, el poder de la iglesia, la imposición de usos y costumbres regulados por la Sección Femenina y el régimen, situaban a la mujer en una posición donde su función se limitaba a procrear, ser una esposa solícita, abnegada y sin opinión sobre nada importante. De hecho, si una mujer era estéril, (no el hombre) la iglesia le concedía automáticamente la nulidad matrimonial.

Abrir una cuenta bancaria exigía la autorización expresa del marido. Es decir, la «licencia marital» como se llamaba a este trámite. El adulterio era solo un delito para ellas. Los hombres podían fornicar con cuantas señoritas lo desearan, mientras que a ella se la juzgaba sin miramientos en la corte provincial por la misma circunstancia. Los bienes gananciales eran solo del esposo y a la hora de comprar una vivienda una mujer tenía que demostrar ante notario que el dinero era solo suyo.

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A Franco, los derechos de la mujer le traían sin cuidado, por más que durante la dictadura se quisiera simular una veneración y respeto hacia el género femenino. En una sociedad donde solo se valoraba estar guapa, ser una buena ama de casa, llevar medias de cristal e ir a misa cada domingo con mantilla, hacerse la tonta solía resultar una herramienta muy útil para aquellas que tenían la cabeza bien amueblada.

Es increíble que hasta 1972, las mujeres fueran virtualmente menores hasta que no cumplieran los 25 años. A pesar de que la mayoría de edad se establecía a los 21, las jóvenes españolas no podían irse de casa, a no ser que su padre autorizara esta circunstancia, ya que el artículo 312 del código civil, así lo establecía.

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Eso sí, tanto para contraer matrimonio o bien ingresar en una institución religiosa, no precisaba de ningún tipo de autorización paterna. Faltaría más.

Quien quisiera cruzar la frontera tenía que obtener el certificado de la Sección Femenina. Una institución creada por Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de la Falange, y donde había que realizar el llamado 'servicio social' para poder obtener el pasaporte. Si se trataba de una mujer casada, era el cónyuge quien tenía que autorizar la expedición del documento. Lo mismo ocurría a la hora de obtener el carné de conducir.

Hoy es impensable que, para poder acceder a un empleo en la administración pública, una mujer tenga que realizar una especie de 'mili'. Ese 'servicio social' que durante el franquismo se equiparaba de algún modo al servicio militar masculino y duraba seis meses. Consistía en dos fases: por una parte, un periodo 'formativo' en el que se adoctrinaba a las mujeres en el ámbito moral, con la transmisión de los valores del franquismo y el amor patrio. También se les impartía clases de cocina, corte y confección, y labores del hogar para que fueran unas buenas amas de casa. Una forma de acortar la formación era asistiendo a los campamentos que se organizaban en régimen interno.

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Pero la cosa no quedaba ahí. Tras asegurarse de que las jóvenes habían sido bien adoctrinadas en la transmisión de los valores franquistas se las obligaba a trabajar de forma gratuita en aquellos instituciones benéfico-sociales que considerara la delegada de la sección femenina en su provincia.

Por increíble que parezca esta fue la realidad de la mujer durante la dictadura de Franco. Relegada y sin capacidad de decisión alguna sobre muchos aspectos de su vida. Condenada a que su esposo o su progenitor decidiera por ella. Es esta una circunstancia a la una parte de la juventud española, según sondeos recientes, parece querer volver cuando ensalzan al franquismo. Terrorífico. Aquella sociedad en la que una mujer casada necesitaba el permiso del marido para trabajar fuera del hogar. Tiempos oscuros salpicados de un paternalismo falso como pocos.

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