El cardenal Matteo Zuppi, que estuvo en la primera línea de los papables en el reciente cónclave, protagonizó el 14 de agosto una ceremonia con ... mucha carga simbólica. El arzobispo de Bolonia dirigió una oración de siete horas en la que se leyeron los nombres de los niños que Israel (12.211) y Hamás (16) han asesinado en los últimos meses, inscritos en un documento de 469 páginas. Lo hizo entre las ruinas de la iglesia de Casaglia, incendiada por los nazis en 1944, en el Monte Sole di Marzabotto, donde unidades de las SS provocaron una matanza (800 vecinos, entre ellos 155 niños), en represalia por la ayuda de la población a los partisanos de la resistencia.
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El mensaje estaba claro. Los hijos del gueto de Varsovia toleran y aplauden hoy el gueto de Gaza, antes una cárcel a cielo abierto y ahora un gigantesco cementerio. A los hijos de los judíos que eran trasladados en trenes infames hasta los campos de concentración no les importa ahora la limpieza étnica contra los palestinos. Monseñor Zuppi expresa lo que a los líderes de la Iglesia les cuesta decir, todavía acomplejados porque temen ser acusados de antisemitismo, porque la sombra de Pío XII sigue siendo alargada. Claro que el Vaticano puede ser más contundente a la hora de denunciar el genocidio. El papa Francisco fue de los primeros en utilizar ese término. León XIV se resiste a calificarlo como un genocidio.
La Santa Sede siempre ha sido partidaria de la solución de los dos Estados y los papas han viajado a Tierra Santa para defender los derechos palestinos, pero no quieren ser instrumentalizados para salvaguardar su papel mediador. Durante cuarenta años, el Patriarcado Latino de Jerusalén, ha estado dirigido por patriarcas árabes y antisionistas, como el jordano Fouad Twal y el palestino Michel Sabbah. Este último ya sentenció que «la raíz del mal en Oriente Próximo es la ocupación israelí y mientras la raíz del mal siga ahí, la violencia persistirá». No hay paz sin justicia. Ahora está al frente el italiano Pizzaballa, que habla hebreo. Francisco le hizo cardenal para darle más autoridad.
Pero Netanyahu prosigue con su política expansionista y sangrienta, y lo hace amparándose en la Biblia desde una interpretación fundamentalista. El teólogo y biblista Rafael Aguirre, que acaba de reeditar su libro 'La utilización política de la Biblia' (Verbo Divino), constata que la tradición militarista y violenta de los Macabeos ha ido imperando con más fuerza en la política israelí, «mientras que la referencia profética pacifista se ha ido difuminando». Macabeo significa martillo. El sionismo religioso, que no tiene nada que ver con el sionismo laico, se ha ido asentando en la sociedad israelí.
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Netanyahu es jaleado, además, por la minoría religiosa y ultraderechista del Gobierno. En Gaza y en Cisjordania, donde se multiplican los asentamientos. Ahora se va a levantar una ciudad satélite en el Este de Jerusalén, que condenará al confinamiento o a la expulsión a los beduinos. Cientos de miles de palestinos ya han sido expulsados de sus aldeas. Netanyahu apoya a los colonos, muchos fanáticos biblistas, porque necesita sus votos y porque está de acuerdo. Con el respaldo de Estados Unidos. Los evangelistas son la fuerza en la que se apoya Trump para sus objetivos políticos, son sus aliados ideológicos.
Para que no haya duda, el secretario de Estado, Marco Rubio, visitó la pasada semana Israel y rezó ante el Muro de las Lamentaciones. Le acompañaba el embajador norteamericano, Mike Huckabee, un ministro bautista y sionista sin complejos, que justifica desde la religión la invasión de los colonos. El diplomático representa al influyente movimiento de cristianos evangélicos fundamentalistas, partidarios de quitar las tierras a los palestinos. «Volverán los hijos a sus territorios», en palabras del profeta Jeremías. La ofensiva en Gaza le está sirviendo a Netanyahu para acelerar la colonización de Cisjordania, maltratada y asfixiada. Y no pararán hasta anexionar todo el territorio.
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Es la hora de los teócratas, del sionismo religioso que justifica su proyecto político teológicamente y realiza una lectura torticera de la Biblia. No como una referencia histórica, sino como un mandato divino. Es su Carta Magna. Es el estremecedor grito de «Dios lo quiere» de películas como 'El reino de los cielos', de Ridley Scott, cuando los caballeros de las Cruzadas luchaban para recuperar Tierra Santa. La idea de un hogar nacional común para los judíos sería el cumplimiento de una profecía bíblica. Netanyahu no duda en recordar a los amalecitas, las tribus nómadas que hostigaron a los israelitas cuando huían de Egipto y cruzaban el Sinaí. Dios ordenó aniquilarlos, incluidos los niños.
En el Estado de Israel, que tomó de la Biblia sus símbolos de identidad, se está produciendo una deriva asesina, que va unida a una deriva religiosa y fundamentalista. Fortalece las fracturas internas y amplifica la miseria moral. Y esto es nefasto para el judaísmo. Netanyahu se escuda en la memoria del holocausto y convierte en antisemitismo el rechazo a su política ultranacionalista ante las instituciones europeas, débiles y acomplejadas.
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