¿Vivimos tan bien en España? ¿Somos una economía floreciente? Pues no. Señores y señoras, eso es una mentira. Una mentira sin piedad alguna para ... con los más pobres, que la sufren más. Ningún gobierno, desde hace décadas, ha conseguido poner la economía española entre las primeras del mundo. A quien esto escribe nada le encantaría más que equivocarse. Solo hay que viajar para darse cuenta de que España sigue siendo un país que lo intenta, que lleva mucho tiempo intentándolo, pero que no lo consigue. No es Francia, ni Alemania, ni Italia. España es el líder de la segunda división.
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Todos los años da la sensación de que por fin sube a primera, pero luego, por lo que sea, siempre se queda en segunda. Eso sí: lidera la segunda división. En verano los españoles que viajan por Europa se asustan con los precios de nuestros vecinos del norte. La gente nos visita no porque nos amen sino porque somos un mirlo blanco. Comer, beber y dormir en nuestros buenos hoteles está tirado de precio para los alemanes, los británicos y los nórdicos. Nada alegra más que visitar un país barato, un chollo, que encima tiene buenos servicios. Pero cuando el españolito busca hotel en su anhelada Europa se lleva sustos de infarto. Todo cuesta un ojo de la cara.
En Islandia, por ejemplo, cobran una tasa turística de 19 euros por día. Es decir, si estás diez días en ese país le tienes que pagar al gobierno islandés casi doscientos euros. A eso súmale el viaje y los gastos de alojamiento. ¿Qué pasaría si España hiciera lo mismo que Islandia? No existe el emprendimiento ni la innovación ni la osadía económica en España. Solo existen los impuestos para con los de dentro y no con los de fuera y también existen los camareros mal pagados, y por eso hay necesidad de camareros, no porque no haya camareros excelentes, sino porque no les pagan lo que se merecen.
Y hay funcionarios de vacaciones, pero funcionarios que veranean en la casa del pueblo porque ya no les llega para la playa. Funcionarios con muchas vacaciones que no pueden ser disfrutadas en viajes por el mundo sino en casa, al lado del aparato de refrigeración, o en la piscina municipal. No hay nada más triste en este mundo que veranear en una piscina municipal, eso sí es el fracaso. Antes que acabar en una piscina municipal me leo las obras completas de Tolstoi en una biblioteca municipal, que es igual de fea que las piscinas, pero si Tolstoi te engancha no hace falta que levantes la vista del libro.
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