El oficio de vivir

Lobotomía: una triste historia

El 12 de noviembre de 1935, Egas Moniz realizó la primera psicocirugía 'curativa' sobre el cerebro de una mujer

Domingo, 9 de noviembre 2025, 00:04

Entre los Premios Nobel más bochornosos de la historia quizá se lleve la palma el concedido en 1949 al neurocirujano portugués Egas Moniz «por su ... descubrimiento —se dijo— del valor terapéutico de la leucotomía en ciertas psicosis». El reconocimiento espoleó a que miles de personas por todo el mundo fueran alegremente lobotomizadas (introducción de un cortante en el cráneo para el seccionamiento de las conexiones neuronales). Y esto sin que dicha técnica se sustentara en una teoría nosográfica verificable: la leucotomía y la lobotomía no eran resultado de un conocimiento del funcionamiento cerebral, sino una práctica experimental de inciertas consecuencias.

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Tal recurso quirúrgico se justificaba en la ausencia de alternativas en una época de pandemia psiquiátrica como fueron los años 30-40. Además, se publicitó la idea de que las intervenciones conseguían serenar los síntomas más críticos en algunos enfermos, al menos a corto plazo, lo que estimulaba su demanda por parte de familiares de psicóticos, fóbicos o depresivos agudos. El carácter irreversible de la operación, el respeto a la integridad y la libertad del paciente o los fundamentos del diagnóstico apenas se tenían en cuenta.

El 12 de noviembre de 1935 Egas Moniz realizó la primera psicocirugía pretendidamente 'curativa' sobre una mujer de 63 años, prostituta, con tendencia al alcoholismo y socialmente repudiada. Su discípulo Walter Freeman desarrollaría una década después una forma de lobotomía más rápida, cómoda y económica a través de las cuencas de los ojos, sin trepanación. Animado por el éxito, se dotó de un dispensario ambulante, el 'lobotomóvil', con el que recorrió los EE UU realizando lobotomías transorbitales.

Los criterios de selección de los pacientes, al principio solo casos extremos, se fueron ensanchando hasta lo escandaloso: desde amas de casa abatidas a toxicómanos, alcohólicos, homosexuales o exhibicionistas. También niños y adolescentes hiperactivos. Armado de un martillo y un picahielos, Freeman realizaba hasta veinticinco intervenciones en un solo día. Producción en cadena que le valió el sobrenombre de 'el Henry Ford de las lobotomías'.

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Queda aclarado que la lobotomía no fue una modalidad de curanderismo sino un tratamiento homologado por prestigiosas instituciones, practicado por médicos cualificados y ensalzado públicamente como un gigantesco salto adelante de la neurocirugía. Del que fueron víctimas muchísimas más mujeres que hombres.

Lo sabemos desde Molière: los seres humanos no siempre mueren de sus enfermedades, pero sí de sus remedios.

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