Israel, de utopía a distopía
Bajo la consigna «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», el sionismo ignoró la existencia de una población árabe con sus legítimos derechos
Dos utopías alentaron el éxodo judío hacia Palestina desde la segunda mitad del siglo XIX. Una, de raíz bíblica: la esperanza en el retorno del ... reino de Dios anunciado por los profetas y el Apocalipsis. Y una segunda utopía de contenido secular: la creación por parte de la diáspora hebrea de un Estado moderno e ilustrado.
Publicidad
Varias décadas antes de la fundación de Israel en 1948, decenas de relatos literarios imaginaron cómo podría ser esa nueva Sion, síntesis entre religión y progreso: «El Templo iluminado por la electricidad, la Tierra Santa arada por tractores y atravesada por ferrocarriles, el Reino de David gobernado por una democracia parlamentaria». Se soñaba con una nación igualitaria y tolerante donde los distintos pueblos convivieran en paz y armonía, lo contrario de lo que sucedía en Europa.
Los primeros líderes del Israel independiente obraron por la conciliación de las diversas ramas del nacionalismo judío bajo una construcción realista y democrática, mezcla de idealismo de izquierdas ruso y de liberalismo centroeuropeo. Los kibutz (comunas agrícolas), surgidos antes de la I Guerra Mundial, serán la expresión más acabada de esta utopía social.
Pero el sionismo, prolongación del feroz nacionalismo europeo, fue también proyecto de conquista de una región que con el ocaso de los imperios quedó desamparada, así como de supremacismo sobre unas gentes consideradas 'poco civilizadas': comportamiento que mimetizaba al colonialismo occidental en África y Asia. Los pioneros lo resumieron en la consigna «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», ignorando la existencia de una población árabe que la habitaba con sus legítimos derechos.
Publicidad
Tras la guerra del Yom Kippur de 1973 el nacionalismo se escindió entre un movimiento radical favorable a los asentamientos ilegales inspirado en una interpretación integrista de la Torah, y una corriente democrática opuesta al exclusivismo del 'Pueblo Elegido'. Luego de las masacres de Sabra y Chatila y de la primera Intifada, ante el creciente desprestigio internacional del sionismo (condenado como una forma de racismo por la ONU en 1975), influyentes intelectuales israelíes comenzaron a cuestionar sus fundamentos y a denunciar los abusos a que estaba dando lugar.
La Palestina actual, que de la mayor cárcel del mundo se ha transformado ante nuestros ojos en un espeluznante campo de exterminio, revela de manera concluyente que el proyecto sionista, como tantas otras utopías a lo largo de la historia, envolvía en su seno una distopía.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión