Dentro de la normalidad que posee el gesto de colgar mensajes de celebración festiva, de animación deportiva o de reivindicación política sobre las fachadas domésticas, ... se da algún caso que, por lo exagerado, se sale de la norma. Conocemos un balcón urbano donostiarra con vocación de sala de banderas dada la variedad de las tendidas.
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En dicho balaustre la ikurriña luce de manera preeminente, en solitario o acompañada de afines como la de Navarra, la txuri-urdin o la de la trainera local. Excepcionalmente, el Domingo de Resurrección, fecha tradicional de estreno y renovación, el tendedero se viste de gala para el Aberri Eguna con una ikurriña de franjas horizontales y Zazpiak Bat, por lo común bien planchadita.
Siguiendo un riguroso calendario conmemorativo, a mediados de enero el clásico lienzo blanco esquinado en azul anuncia la proximidad de la Tamborrada, el violeta feminista flamea en vísperas del 8 de marzo, y cada mes de junio la enseña arcoiris hace reclamo de Orgullo. Entre ambas fechas, cualquier 14 de abril al peatón se le van las vistillas hacia la española tricolor, la cual algún año ha sido asomada junto a la de 'Etxera' (pintoresquismos ideológicos de nuestro país).
En tan abigarrada balconada también hay banderas que se ventilan de manera discrecional, aparecen y desaparecen: la estelada catalana tuvo mucha presencia en la pasada década (¡qué lejos queda!), durante el confinamiento ondeó una de reconocimiento al personal sanitario y la cuatricolor de la República Saharaui se dejaba ver hasta la invasión de 2022 en que fue desplazada por la de Ucrania. Después, la palestina ha monopolizado la 'sección internacional' del barandado y es como si la azul-amarilla hubiese caído olvidada en el hondón del cesto de la colada.
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Muchas veces, al paso bajo la ventana, nos preguntamos quién será el o la vecina que ha convertido el sencillo mirador de su piso en tribuna pública, afanándose en vestirlo a tono con la actualidad para que se conozcan sus posiciones según y cómo se vea el paño. Solo sabemos que no le faltan causas para vivir, ni se pliega a permanecer callado/a.
Puede que la pasión vasca por las banderas —vexilofilia, dicho cultamente— sea una herencia de siglos de banderías. Con un curioso matiz trasladable de lo que cierto extranjero constató sobre los nacionales: «He observado que los españoles son muy aficionados al uniforme... a condición de que éste sea multiforme». Pues con las banderas en el paisito nos pasa tres cuartos de lo mismo.
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