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Durango y el terrorismo: la enfermedad del odio sigue viva

Javier Urquizu Aranaga

Psicólogo psicoterapeuta. Hijo de José María Urquizu, asesinado por ETA

Viernes, 5 de diciembre 2025, 01:00

Varias de las placas (entre ellas la de nuestro padre) recientemente colocadas en Durango recordando a las víctimas de ETA han sido objeto de un ... cobarde atentado, que refleja hasta qué punto un sector de nuestra sociedad sigue infestado de odio y por tanto profundamente enfermo, de destructividad y de miseria moral. Esto no es un desahogo; como psicoterapeuta con décadas de experiencia, sé muy bien lo que es la patología. Hay también un sector (siempre lo ha habido) que 'mira cómodamente a otro lado' porque 'no quiere líos'. Ese sector es especialmente peligroso y cómplice de la barbarie, puesto que la maldad no prosperaría si una gran mayoría se opusiera a ella con toda decisión. Pasar página apresuradamente sobre el capítulo negro y sangriento del terrorismo falseando la historia no es la forma de construir un futuro mejor.

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De los autores del cobarde y vil atentado no puede decirse que muestren una conducta inteligente, más bien todo lo contrario. Solo reflejan su profunda miseria moral y un nivel de inteligencia manifiestamente mejorable. ¿Eso es todo lo que saben hacer? Algunos procuramos a través de nuestro trabajo ser útiles a la sociedad.

En la sociedad ha habido y hay sectores que luchan contra la barbarie, algunos valiente y hasta heroicamente. Cada uno al mirarse al espejo verá dónde se coloca a través de sus actos. Si no somos conscientes de la gravedad y por tanto de la necesidad de extirpar ese tumor maligno que lleva muchas décadas invadiéndonos, nos espera un negro porvenir como sociedad.

El hecho vandálico no me sorprende precisamente. Contaba con ello. Tengo malas noticias para los autores: no es que me resulte indiferente, pero tampoco me duele especialmente. A nuestro padre ya le mataron una vez, ¡eso sí dolió!, pero esto no. Nos lo tomamos como un autorretrato en el que los autores se definen en su nivel de miseria moral, cobardía e impotencia. No pueden ni de lejos deprimirme ni mucho menos amargarme con su patética exhibición de indignidad moral.

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Antes mataban y secuestraban. Ahora esto... Tampoco nos desmoraliza. Reclamaremos siempre la justicia pendiente de todos los casos sin resolver, denunciando la hipocresía de quienes han mirado hacia otro lado y siguen haciéndolo. El ejemplo de nuestro padre y su memoria nos consuela siempre. Nadie puede aspirar a más que a dejar un buen recuerdo en los demás y nuestro padre lo dejó en todos quienes le trataron, hasta el punto de que en su día hubo una manifestación de repulsa por su atentado (algo casi impensable en 1980). Nos sentimos afortunados por ello. Pintarrajear una placa no puede cambiar esto. Por supuesto, toda mi (nuestra) solidaridad hacia el resto de víctimas.

Quiero dejar bien claro que de ninguna manera la familia, con nuestra ausencia del acto de colocación de las placas, pretendió boicotearlo. Respetamos y valoramos el gran esfuerzo de quien ha luchado por que salieran adelante como un paso muy positivo pero aún insuficiente. Con nuestra ausencia quisimos llamar la atención sobre algo que nos parece clave: los 358 casos de asesinatos de ETA sin resolver, que siguen reclamando la justicia pendiente. ¿A nadie se le cae la cara de vergüenza al obviar interesadamente este sangrante hecho? Debería.

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Lo he dicho en otras ocasiones, la causa de las víctimas del terrorismo es la causa de toda persona decente. Pero las cosas no se logran solas, hay que luchar por ellas. Una llamada de atención a los 'iluminados' que dicen: 'Ya está. ETA no mata'. No lo necesita. No es por arrepentimiento. Siguen ahí, sembrando su odio, lamentablemente, y sacando buena tajada de ello. Para nada 'ya está'. Hay mucho que hacer.

Un ejemplo: llamar a las cosas por su nombre ayuda. Un asesinato es exactamente eso, un asesinato, y si no se emplea el término exacto y se recurre a eufemismos para que suene mejor y dulcificarlo ('personas a las que se les ha privado del derecho a la vida') eso no ayuda. Adornar o falsear la historia tampoco. Es imprescindible que la sociedad tome conciencia de la gravedad del problema y abrace con toda la fuerza posible el lema de las víctimas del terrorismo: justicia, verdad, memoria. Y de las tres palabras hay una que es el núcleo de todo: justicia es la gran palabra que lo resume todo. Y sigue pendiente. Decir que 'ya está' es una vileza interesada.

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Es curioso cómo he acabado compartiendo clase con personas que podrían ser mis padres. Llegué a la universidad pensando que todo el mundo tendría mi edad, las mismas dudas de selectividad y la urgencia por acabar la carrera lo antes posible. Pero el primer día vi a alguien que rondaba los 50 años. Me pareció extraño. Pensé: «¿Cómo debe ser volver a la universidad tras años de trabajo, hipotecas e hijos?». Mientras yo me quejo porque me parece una tragedia madrugar para la asignatura de las 8, ellos han encadenado jornada laboral y niños con fiebre antes de llegar a clase. Toman apuntes, preguntan, participan y parecen hacerlo con más interés que la mayoría de los jóvenes. Todos ellos me han recordado que no hay una edad determinada para empezar, que volver a la universidad no es una derrota, y la vida no es una línea recta; que puedes hacer pausas, retroceder y volver a empezar.

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