El columpio

Hoy, partido

Imaginen que lleváramos camisetas con el nombre de nuestros intérpretes favoritos. Imaginen que la ciudadanía tomara trenes y autobuses para ver distintas representaciones teatrales, aunque ... al día siguiente hubiera que trabajar. Imaginen que casi a diario se retransmitieran por televisión obras de teatro. Imaginen que en los bares y en las plazas se dieran acaloradas discusiones por la disimilitud de preferencias dramáticas. Imaginen que silbáramos al escenógrafo, y que los autores condujeran descapotables rojos. Pensarlo produce cierta hilaridad. Una locura, humor absurdo, algo que recuerda al famoso «en este pueblo somos muy de Faulkner»; pero, por supuesto, el hecho de que cada vez se celebren más y más partidos de fútbol –¿qué fue de los domingos de radio?– nos parece normal. No creo que haya dramaturgo capaz de imaginar dónde está el techo de este deporte.

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