En días como hoy no puedo decir nada sobre mi padre. Todo lo que no sé de él es a través de terceras personas. Nací ... a destiempo, demasiado pequeño para mis hermanas y primos, demasiado mayor para sus hijos. El desarraigo me dio la oportunidad de pasar muchas sobremesas con mis mayores, de escuchar muchas batallitas. Batallas, en sentido literal, de una guerra perdida y malvivida.
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Recordar es la forma más vaga de conversar. Escuché esta frase a Tony, en un capítulo de Los Soprano, y me transportó a aquellas tertulias endogámicas. Cuando un grupo de abuelos tiene mucho que contar pero no hay nadie que les escuche, se recuerdan las añoranzas entre ellos. De joven entendí que aquellos relatos respondían al deseo de refugiarse en un ayer confortable e idealizado. Hoy, en cambio, creo que esas ganas de compartir el pasado, obedecían a la necesidad vital de aferrarse al presente.
Llega una edad en que notas que te estás desprendiendo. Tus temas ya no son prioritarios. Tus anécdotas brillan menos que la pantalla de un móvil. En el momento en que sientes que te despegas, que se te va la vida, lanzas amarras e intentas enganchar con la siguiente generación. Contar anécdotas es la forma de recordar a los tuyos que sigues vivo.
Aquellos viejos sólo tenían unos años más de los que gasto yo hoy. Pienso en ello y despierta en mí la intención de vivir más, de construir nuevos recuerdos. Si mañana soy un abuelo cebolleta, intentaré contar aventuras divertidas.
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